Hitler

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HITLER Y EL NAZISMO I - Documental Hitler, una biografía Director: Joachim Fest y Christian Herrendoerfer Alemania, 1977, 151 min. Documental sobre el polémico libro de Joachim Fest Hitler, una biografía. Joachim Fest (Berlín, 8 de diciembre de 1926 - Kronberg, 11 de septiembre de 2006), periodista e historiador alemán. Coeditor del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung (F.A.Z.) entre 1973 y 1993, fue hombre próximo a la derecha más conservadora y estuvo afiliado a la C.D.U. (Unión Demócrata Cristiana de Alemania), de la cual fue expulsado tras pasar por la radio y televisión pública alemanas. Hitler. Una biografía fue la obra que le lanzó a la fama como historiador. La siguiente más difundida y que fue llevada al cine en 2004, fue El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich. En dichas obras estudió el nacionalsocialismo y sostuvo la tesis, minoritaria, de que el ascenso al poder del Partido Nazi estuvo determinado más por la personalidad de Adolf Hitler (1889-1945) que por las circunstancias económicas y sociales de la Alemania de entreguerras. Desde su estreno en Alemania, El hundimiento ha levantado ampollas en los pies de más delicado caminar por presentar (magníficamente reencarnado en Bruno Ganz) a un Hitler humano - atento con sus secretarias, cariñoso con perros y niños y amante de su efímera esposa, Eva Braun - rompiendo así un tabú que no permitía señalar al que gobernó Alemania entre 1933 y 1945 de otro modo que como al mismísimo diablo, una apocalíptica bestia surgida de las profundidades. Sin embargo, cabe señalar, que ahora, en el 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando caen los prejuicios que impedían acercarnos a Hitler en tanto que individuo, este consiguió pasar a la historia como un hombre desdibujado como tal. Los años previos a su ascensión al poder o, por lo menos, los que preludiaron su transformación en personaje público, fueron sepultados bajo la historia oficial y, a lo largo de su mandato, el potente aparato propagandístico comandado por el tan pérfido como genial Joseph Goebbels nunca quiso presentarlo de otra forma que como el Führer de todos los alemanes. El arrebatador poder reflexivo de Fest alumbra cada paso dado en este sentido, apuntando aspectos que dan pensar como el hecho de que, con las grandes manifestaciones del nazismo, las masas, paradójicamente, sentían una "mayor sensación de colaboración política que no por el hecho de acudir de vez en cuando a las urnas". Joachim Fest describe en directo la trayectoria de Hitler como "una escalera que sube sin parar a lo largo de diez años y en tan solo dos cae en picado hasta llegar al hundimiento total". Hitler se ofreció a su pueblo como un salvador mesiánico y acabó precipitándolo en una gran hecatombe al término de una gran escalinata que no podía llevar al cielo. Si Hitler lo hizo todo, como insinúa Fest, para convertirse en un nuevo Sigfrido, no se puede obviar la influencia de Richard Wagner, compositor tan asociado al nacionalsocialismo que sus obras siguen vetadas en Israel. Según August Kubizek, otro de sus escasos amigos de juventud, Hitler, con 17 años, quedó conmocionado por una puesta en escena de Rienzi, ópera que, como también se explica en el no menos imprescindible para tratar de comprender el nazismo

2 en general y a Hitler en particular, describe la vida de "un inspirado héroe popular con ideales excesivamente elevados para la plebe a la que defiende y que acaba muriendo bajo las ruinas en llamas del Capitolio". Interrogado el historiador sobre la locura de Hitler, Fest resta importancia al aspecto patológico, indicando que "simplemente poseía un cerebro que no se dejaba afectar en absoluto por las emociones humanas. Eso le faltaba por completo, pero hay mucha gente así. Lo realmente importante es que Hitler sigue estando de actualidad. Hitler fue la prueba fehaciente que contradice los principios de la ilustración, según la cual el hombre es bueno por naturaleza y se rige por la razón." Fest fue amigo personal del líder nazi Albert Speer, de quien escribió una biografía muy criticada, entre otros, por el investigador del Holocausto, Goetz Aly, por contener, a su juicio, «mentiras, medias verdades e incertezas». Por su parte, Wolfgang Benz, Director del Centro de Antisemitismo en Berlín, consideró que la obra de Fest contribuyó a encumbrar a Speer. Al aparecer documentos posteriores que vinculaban a Speer con el holocausto, Fest se vio obligado a corrregir su obra, pero eso no disipó las dudas entre muchos de sus críticos. Además, su apoyo a Speer le llevó a perder la amistad que mantenía desde la infancia con el crítico literario Marcel Reich-Ranicki, judío que perdió a buena parte de su familia en la guerra. La controversia se acentuó al permitir que el revisionista Ernst Nolte publicase en el FAZ una visión conveniente del holocausto en la Segunda Guerra Mundial, justificándolo como una revancha de la Revolución Rusa de 1917. II – CONTEXTO HISTÓRICO 1 - El Nazismo El nacionalsocialismo (o nazismo) tenía muchos puntos en común con el fascismo. No obstante, sus raíces eran típicamente alemanas: el autoritarismo y la expansión militar propios de la herencia prusiana; la tradición romántica alemana que se oponía al racionalismo, el liberalismo y la democracia; diversas doctrinas racistas según las cuales los pueblos nórdicos —los llamados arios puros— no sólo eran físicamente superiores a otras razas, sino que también lo eran su cultura y moral; así como determinadas doctrinas filosóficas, especialmente las de Friedrich Nietzsche, que idealizaban al Estado o exaltaban el culto a los individuos superiores, a los que se eximía de acatar las limitaciones convencionales. Entre los teóricos y planificadores del nacionalsocialismo se encontraba el general Karl Ernst Haushofer, que ejerció una gran influencia en la política exterior de Alemania. Alfred Rosenberg, editor y líder del partido nazi, formuló las teorías raciales basándose en la obra del escritor anglo-alemán Houston Stewart Chamberlain. El financiero Hjalmar Schacht se encargó de elaborar y poner en práctica gran parte de la política económica y bancaria, y Albert Speer, arquitecto y uno de los principales dirigentes del partido, desempeñó una labor fundamental supervisando la situación económica en el periodo inmediatamente anterior a la II Guerra Mundial. Las repercusiones de la I Guerra Mundial

3 El origen inmediato del nacionalsocialismo debe buscarse en las consecuencias de la derrota alemana en la I Guerra Mundial (1914-1918). De acuerdo con los términos del Tratado de Versalles (foto-1919), Alemania era la única responsable del conflicto, por lo que fue despojada de su imperio colonial y de importantes territorios en el continente, como Alsacia y Lorena, y obligada a pagar onerosas reparaciones de guerra. La vida política y económica alemana se vio gravemente afectada a causa de las condiciones de este acuerdo. La elevada inflación, que alcanzó un punto crítico en 1923, casi terminó con la clase media alemana, y muchos de sus miembros, empobrecidos y sin esperanzas, se comenzaron a sentir atraídos por los grupos políticos radicales que surgieron en la posguerra. Pocos años después de que se hubiera alcanzado un cierto grado de progreso y estabilidad económica, la crisis económica mundial que comenzó en 1929 sumió a Alemania en una depresión que parecía irremediable. La República de Weimar, régimen instaurado en Alemania tras la disolución del II Reich (II Imperio Alemán) al finalizar la guerra, se vio sometida a crecientes ataques tanto de la derecha como de la izquierda durante estos años y no fue capaz de solucionar eficazmente la desesperada situación del país. Hacia 1933, la mayoría de los votantes alemanes apoyaron a alguno de los dos principales partidos totalitarios, el Partido Comunista Alemán (KPD) y el NSDAP. El Partido Nacionalsocialista El NSDAP tuvo su origen en el Partido Obrero Alemán, fundado en Munich en 1919. Cuando Adolf Hitler se unió a él en ese mismo año, la agrupación contaba con unos 25 militantes, de los cuales sólo seis participaban en debates y conferencias. Hitler se convirtió en el líder de la formación poco después de afiliarse a ella. Durante el primer mitin del Partido Obrero Alemán, celebrado en Munich el 24 de febrero de 1920, Hitler leyó el programa del partido, elaborado en parte por él; constaba de 25 puntos en los que se combinaban desmesuradas demandas nacionalistas y doctrinas racistas y antisemitas; en el punto vigésimo quinto se establecía lo siguiente como condición indispensable para el cumplimiento de los objetivos previstos: “Frente a la sociedad moderna, un coloso con pies de barro, estableceremos un sistema centralizado sin precedentes, en el que todos los poderes quedarán en manos del Estado. Redactaremos una constitución jerárquica, que regirá de forma mecánica todos los movimientos de los individuos”. Hitler, el líder supremo Poco después del mitin de febrero de 1920, el Partido Obrero Alemán pasó a denominarse Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo. Esta nueva organización se fue desarrollando poco a poco, especialmente en Baviera. Sus miembros estaban convencidos del valor de la violencia como medio para alcanzar sus fines, por lo que no tardaron en crear las Sturm Abteilung (‘sección de asalto’) o SA, una fuerza que se encargó de proteger las reuniones del partido, provocar disturbios en los mítines de los demócratas liberales, socialistas, comunistas y sindicalistas, y perseguir a los judíos, sobre todo a los comerciantes. Estas actividades fueron realizadas con la colaboración de algunos de los oficiales del Ejército, particularmente Ernst Röhm. Hitler fue elegido presidente con poderes ilimitados del partido en 1921 . Ese mismo año, el movimiento adoptó como emblema una bandera con fondo rojo en

4 cuyo centro había un círculo blanco con una cruz esvástica negra. En diciembre de 1920, Hitler había fundado el periódico Völkischer Beobachter, que pasó a ser el diario oficial de la organización. A medida que fue aumentando la influencia del KPD, fundado en 1919, el objetivo principal de la propaganda nacionalsocialista fue la denuncia del bolchevismo, al que consideraban una conspiración internacional de financieros judíos. Asimismo, proclamaron su desprecio por la democracia e hicieron campaña en favor de un régimen dictatorial. El putsch de Munich El 8 de noviembre de 1923, Hitler, con 600 soldados de asalto, se dirigió a una cervecería de Munich en la que Gustav von Kahr, gobernador de Baviera que en octubre se había proclamado comisario general con poderes dictatoriales, estaba pronunciando un discurso. Apresó a Von Kahr y sus colaboradores y, alentado por el general Erich Ludendorff, declaró la formación de un nuevo gobierno nacional en nombre de Von Kahr. Éste, tras simular aceptar el cargo de regente de Baviera que Hitler le otorgó, fue liberado poco después y tomó medidas contra Hitler y Ludendorff. El líder nazi y sus compañeros consiguieron huir el 9 de noviembre después de un pequeño altercado con la policía de Munich, de manera que el llamado putsch de Munich (o de la cervecería) fracasó. Hitler y Ludendorff fueron arrestados posteriormente. Este último fue absuelto, pero Hitler resultó condenado a cinco años de prisión y el partido fue ilegalizado. Durante su encarcelamiento, Hitler dictó Mein Kampf (Mi lucha) a Rudolf Hess. Esta obra, que más tarde desarrollaría su autor, era una declaración de la doctrina nacionalsocialista, que contenía además técnicas de propaganda y planes para la conquista de Alemania y, más tarde, de Europa. Mein Kampf se convirtió en el fundamento ideológico del nacionalsocialismo algunos años después. Hitler fue puesto en libertad antes de un año. El partido nazi se hallaba prácticamente disuelto, debido en gran medida a que la mejora de las condiciones políticas del país había generado una atmósfera más propicia para las organizaciones políticas moderadas. Durante los años siguientes, Hitler consiguió reorganizar el partido con la ayuda de un reducido número de colaboradores leales. Se autoproclamó Führer (‘jefe’) del partido en 1926 y organizó un cuerpo armado de unidades defensivas, las Schutz-Staffel o SS, para vigilar y controlar al partido y a su rama paramilitar, las SA. Cuando comenzó la crisis económica mundial de 1929, Alemania dejó de recibir el flujo de capital extranjero, disminuyó el volumen del comercio exterior del país, el ritmo de crecimiento de la industria alemana se ralentizó, aumentó enormemente el desempleo y bajaron los precios de los productos agrícolas. A medida que se agravaba la depresión, la situación se mostraba cada vez más propicia para una rebelión. Fritz Thyssen, presidente de un grupo empresarial del sector del acero, y otros capitalistas entregaron grandes cantidades de dinero al NSDAP. No obstante, numerosos empresarios alemanes manifestaron su firme rechazo a este movimiento. El Partido Nacionalsocialista en el Reichstag El NSDAP ganó apoyo rápidamente y reclutó en sus filas a miles de funcionarios públicos despedidos, comerciantes y pequeños empresarios arruinados, agricultores empobrecidos, trabajadores decepcionados con los partidos de izquierdas y a multitud de jóvenes frustrados y resentidos que habían crecido en los años de la

5 posguerra y no tenían ninguna esperanza de llegar a alcanzar cierta estabilidad económica. En las elecciones al Reichstag (Parlamento alemán) de 1930 los nazis obtuvieron casi 6,5 millones de votos (más del 18% de los votos totales emitidos), lo que suponía un gran ascenso en comparación con los 800.000 votos (aproximadamente un 2,5%) obtenidos en 1928. Los 107 escaños alcanzados en estas elecciones les convirtieron en el segundo partido del Reichstag, después del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que ganó 143 escaños. El KPD, con 4,6 millones de votos, también logró un considerable avance con la obtención de 77 escaños. El partido nazi rentabilizó al máximo el agravamiento de la depresión económica (conocida internacionalmente como la Gran Depresión) entre 1929 y 1932. Los esfuerzos desesperados del canciller Heinrich Brüning por salvar la república democrática mediante decretos de emergencia no consiguieron frenar el creciente desempleo. Por el contrario, la ineficacia de su administración socavó la escasa fe de la población alemana en la democracia parlamentaria. Así pues, Hitler obtuvo un elevado número de votos en las elecciones presidenciales de 1932, aunque la victoria final fue para Paul von Hindenburg. En las elecciones al Reichstag celebradas en julio de 1932, el NSDAP recibió 13,7 millones de votos y consiguió 230 escaños de un total de 670. Se había convertido en el partido más fuerte, aunque no contaban aún con mayoría, y el presidente Hindenburg ofreció a los nacionalsocialistas ingresar en un gobierno de coalición. Hitler rechazó esta propuesta y reclamó gobernar en solitario. Se disolvió el Reichstag y el NSDAP obtuvo únicamente 11,7 millones de votos (196 escaños) en las elecciones que se convocaron en noviembre para elegir una nueva asamblea. El SPD y el KPD obtuvieron en total más de 13 millones de votos, lo que les reportó 221 escaños; sin embargo, puesto que estos grupos eran rivales, los nazis, a pesar de su retroceso electoral, continuaron siendo la fuerza mayoritaria en el Reichstag. Hitler volvió a negarse a participar en un gobierno de coalición y la asamblea legislativa alemana se disolvió por segunda vez. Hindenburg finalmente nombró a Hitler canciller el 30 de enero de 1933, aconsejado por Franz von Papen. A partir de este momento se inició la creación del Estado nacionalsocialista. A finales de febrero, cuando estaba a punto de concluir la campaña de las nuevas elecciones al Reichstag, el edificio que albergaba al parlamento fue destruido por un incendio y se sospechó que este acto había sido provocado. Los nazis culparon a los comunistas y utilizaron este incidente como un pretexto para reprimir a los miembros del KPD con una brutal violencia; la misma suerte corrió posteriormente el SPD. Ningún partido ofreció una resistencia organizada. Finalmente, todas las demás agrupaciones políticas fueron ilegalizadas, se consideró un delito la formación de nuevos partidos, y los nacionalsocialistas pasaron a ser la única organización política legal. Por la Ley de Poderes Especiales del 23 de marzo de 1933, todas las facultades legislativas del Reichstag fueron transferidas al gabinete. Este decreto otorgó a Hitler poderes dictatoriales por un periodo de cuatro años y representó el final de la República de Weimar. El 1 diciembre de 1933 se aprobó una ley por la cual el partido nazi quedaba indisolublemente ligado al Estado. La organización del partido a partir de 1933 Desde ese momento, el partido se convirtió en el principal instrumento del control totalitario del Estado y de la sociedad alemana. Los nazis leales no tardaron en ocupar la mayoría de los altos cargos del gobierno a escala nacional, regional y local. Los miembros del partido de sangre alemana pura, mayores de

6 dieciocho años, juraron lealtad al Führer y, de acuerdo con la legislación del recién instituido III Reich, sólo debían responder de sus acciones ante tribunales especiales del partido. En principio, la pertenencia a esta agrupación era voluntaria; millones de ciudadanos deseaban afiliarse, pero muchos otros fueron obligados a ingresar en ella contra su voluntad. Era preciso ser miembro del partido para ocupar un puesto en la administración pública. Se estima que el número de afiliados llegó a alcanzar los 7 millones en el momento de mayor auge. La principal organización auxiliar del partido nazi eran las SA, designadas oficialmente como garantes de la revolución nacionalsocialista y vanguardia del nacionalsocialismo. Obtuvieron por la fuerza grandes cantidades de dinero de los trabajadores y campesinos alemanes a través de sus recaudaciones anuales de las contribuciones de invierno para los pobres; se encargaron de la formación de los miembros del partido menores de diecisiete años; organizaron un pogromo contra los judíos en 1938; adoctrinaron a los oficiales asignados a las fuerzas terrestres del Ejército alemán y dirigieron a las fuerzas de defensa nacional del Reich durante la II Guerra Mundial. Otra importante formación del partido eran las SS, que organizaron divisiones especiales de combate para apoyar al Ejército regular en los momentos críticos de la contienda. Este cuerpo, junto con el Sicherheitsdienst (Servicio de Seguridad o SD), la oficina de espionaje del partido y del Reich, controló el partido nazi durante los últimos años de la guerra. El SD se encargó del funcionamiento de los campos de concentración, creados para retener a las víctimas del terrorismo nazi, y desempeñó un importante papel durante la etapa del conflicto bélico al permitir a Hitler controlar a las Fuerzas Armadas desde el Estado Mayor. Otra sección importante del partido eran las Hitler Jugend (Juventudes Hitlerianas), que formaban a jóvenes entre los 14 y los 17 años de edad para convertirlos en miembros de las SA, las SS o del partido. La Auslandorganisation (Organización para Asuntos Exteriores) se ocupaba de la propaganda nazi y creó, financió y dirigió las agrupaciones nacionalsocialistas de Alemania y de la población alemana residente en el extranjero. 2 - La reorganización de la sociedad alemana Hitler comenzó a crear un Estado nacionalsocialista eliminando la oposición de las clases trabajadoras y de todos los demócratas. El juicio del incendio del Reichstag sirvió como pretexto no sólo para suprimir al KPD y al SPD, sino para abrogar todos los derechos constitucionales y civiles y crear campos de concentración para confinar a las víctimas del terror nacionalsocialista. La Gestapo La Geheime Staatspolizei (Policía Secreta del Estado), conocida como Gestapo, fue fundada en 1933 para reprimir la oposición al régimen de Hitler. Cuando se incorporó al aparato del Estado en 1936, se la declaró exenta de someterse a las restricciones que imponía la ley, y sólo debía responder de sus actos ante su jefe, Heinrich Himmler, y ante el propio Hitler. Centralización y coordinación

7 Desde 1933 hasta 1935, la estructura democrática de Alemania fue sustituida por la de un Estado completamente centralizado. La autonomía de la que anteriormente habían disfrutado las autoridades provinciales quedó abolida; estos gobiernos regionales quedaron transformados en instrumentos de la administración central y fueron estrictamente controlados. El Reichstag desempeñaba un papel meramente formal, una vez desposeído de su carácter legislativo. A través de un proceso de coordinación (Gleichschaltung), todas las organizaciones empresariales, sindicales y agrícolas, así como la educación y la cultura, quedaron supeditadas a la dirección del partido. Las doctrinas nacionalsocialistas se infiltraron incluso en la Iglesia protestante. Se promulgó una legislación especial por la cual quedaron excluidos los judíos de la protección de la ley. La economía y la purga de 1934 El desempleo fue el problema más trascendente al que tuvo que hacer frente Hitler al asumir el poder. La industria alemana producía en esos momentos aproximadamente a un 58% de su capacidad. Se estima que el número de desempleados de Alemania oscilaba entre los 6 y los 7 millones. Miles de ellos eran miembros del partido que esperaban que Hitler aplicara las promesas anticapitalistas expuestas en la propaganda nazi, acabara con los monopolios y asociaciones de industriales y reactivara la industria mediante la creación de un gran número de pequeñas empresas. Los miembros del partido reclamaban una segunda revolución. Las SA, dirigidas por Ernst Röhm, asumieron el control del Reichswehr (Fuerzas Armadas alemanas) como parte del nuevo programa. Hitler tuvo que elegir entre un régimen nacionalsocialista sustentado por las masas o una alianza con los industriales del país y el Estado Mayor del Reichswehr, y eligió esta última opción. El 30 de junio de 1934, en la posteriormente denominada Noche de los cuchillos largos, el Führer ordenó a las SS eliminar a diversos miembros de las SA, un grupo que podía instigar una rebelión en el Ejército, en opinión de Hitler. Fueron asesinados varios líderes de las SA y del partido, entre ellos Röhm y más de 500 de sus seguidores, muchos de los cuales no eran contrarios a la política de Hitler. También se incluyó en la purga a otros enemigos del régimen, como el general Kurt von Schleicher, y a algunos monárquicos que defendían la restauración de la dinastía Hohenzollern. El nuevo orden La supresión de los partidos de la oposición y las cruentas depuraciones de los contrarios al nuevo régimen no consiguieron resolver el problema del desempleo. Para ello era necesario que Hitler reactivara la economía alemana. Su solución fue crear un nuevo orden, cuyas premisas principales eran las siguientes: el aprovechamiento pleno y rentable de la industria alemana sólo podría alcanzarse restableciendo la posición preeminente del país en la economía, industria y finanzas mundiales; era preciso recuperar el acceso a las materias primas de las que Alemania había sido privada tras la I Guerra Mundial y controlar otros recursos necesarios; debía construirse una flota mercante adecuada y modernos sistemas de transporte ferroviario, aéreo y motorizado; así mismo había que reestructurar el sector industrial para obtener la mayor productividad y rentabilidad posible. Todo ello requería la supresión de las restricciones económicas y políticas impuestas por el Tratado de Versalles, lo que provocaría una guerra. Por tanto, era

8 preciso reorganizar la economía a partir del modelo de una economía de guerra. Alemania debía alcanzar una completa autosuficiencia en lo referente a las materias primas estratégicas, creando sustitutos sintéticos de aquellos materiales de los que carecía y que no podrían adquirirse en el extranjero. El suministro de alimentos quedaba asegurado a través del desarrollo controlado de la agricultura. En segundo lugar, había que eliminar los obstáculos que impidieran la ejecución de este plan, esto es, imposibilitar la lucha de los trabajadores para mejorar sus condiciones anulando la acción de los sindicatos y sus organizaciones filiales. Los sindicatos El nuevo orden supuso la ilegalización de los sindicatos y las cooperativas y la confiscación de sus posesiones y recursos financieros, la supresión de las negociaciones colectivas entre trabajadores y empresarios, la prohibición de las huelgas y los cierres patronales, y la exigencia a los trabajadores alemanes de pertenecer de forma obligatoria al Deutsche Arbeitsfront (Frente Alemán del Trabajo o DAF), una organización sindical nacionalsocialista controlada por el Estado. Los salarios fueron fijados por el Ministerio de Economía Nacional. Los funcionarios del gobierno, denominados síndicos laborales, designados por el Ministerio de Economía Nacional, se encargaron de todos los asuntos relativos a los salarios, la jornada y las condiciones laborales. Las asociaciones comerciales de empresarios e industriales de la República de Weimar fueron transformadas en organismos controlados por el Estado, a los que los patrones debían estar afiliados obligatoriamente. La supervisión de estos organismos quedó bajo la jurisdicción del Ministerio de Economía Nacional, al que se le habían conferido poderes para reconocer a las organizaciones comerciales como las únicas representantes de los respectivos sectores de la industria, crear nuevas asociaciones, disolver o fusionar las existentes y designar y convocar a los líderes de estas entidades. El Ministerio de Economía Nacional favoreció la expansión de las asociaciones de fabricantes e integró en cárteles a industrias enteras gracias a sus nuevas atribuciones y al margen de acción que permitía la legislación. Asimismo, se coordinó la actividad de los bancos, se respetó el derecho a la propiedad privada y se reprivatizaron empresas que habían sido nacionalizadas anteriormente. El régimen de Hitler consiguió eliminar la competencia por medio de estas medidas. Por último, el nuevo orden implantó el dominio económico de cuatro bancos y un número relativamente reducido de grandes grupos de empresas, entre los que se encontraba el gran imperio de fábricas de armamento y de acero de la familia Krupp y la I. G. Farben, que producía colorantes, caucho sintético y petróleo, y controlaba a casi 400 empresas. Algunas de estas fábricas empleaban como mano de obra forzosa a miles de prisioneros de guerra y a ciudadanos de los países que iban siendo conquistados. Los cárteles también suministraron materiales para el exterminio sistemático y científico realizado por el régimen nacionalsocialista de millones de judíos, polacos, rusos y otros pueblos o grupos. Las trágicas repercusiones del nazismo La creación del nuevo orden permitió a los nacionalsocialistas resolver el desempleo, proporcionar un nivel de vida aceptable a los trabajadores y campesinos alemanes, enriquecer al grupo de la elite del Estado, la industria y las finanzas y crear una espectacular maquinaria de guerra. A medida que se erigía el nuevo orden en

9 Alemania, los nazis avanzaban política y diplomáticamente en la creación de la Gran Alemania. La política exterior de Hitler representó un oscuro capítulo de la historia cuyos acontecimientos más relevantes fueron la remilitarización de Renania (1936); la formación del Eje Roma-Berlín (1936), la intervención en la Guerra Civil española (1936-1939) en apoyo de las tropas de Francisco Franco; la Anschluss (‘unión’) de Austria (1938); la desintegración del Estado checoslovaco, tras ocupar los Sudetes, región con numerosa población alemana (1939); la negociación de un pacto de no agresión con la Unión Soviética (el denominado Pacto Germano-soviético) que contenía un acuerdo secreto para el reparto de Polonia y, como consecuencia de esta cláusula, la invasión del territorio polaco el 1 de septiembre de 1939, acción que dio inicio a la II Guerra Mundial. Hitler se jactaba de que el nacionalsocialismo había resuelto los problemas de la sociedad alemana y perduraría durante miles de años. El nacionalsocialismo solucionó algunos conflictos ante los que la República de Weimar se mostró impotente y transformó a la débil república en un Estado industrial y políticamente poderoso. Pero esta reconstrucción condujo a la II Guerra Mundial, el enfrentamiento bélico más cruento y destructivo de la historia de la humanidad, del que Alemania salió derrotada, dividida y empobrecida. También hay que añadir al precio de esta empresa el sufrimiento del pueblo alemán durante el gobierno de Hitler y después de su muerte. El aspecto más trágico del nacionalsocialismo fue el asesinato sistemático de 6 millones de judíos europeos. Después de la II Guerra Mundial, siguió existiendo un pequeño movimiento neonazi en la República Federal Alemana, que adquirió cierta popularidad tras la unificación de Alemania en 1990, formado por jóvenes descontentos que han elegido como blanco de sus actos violentos a ciudadanos judíos, negros, homosexuales y de otros grupos. También han surgido organizaciones neonazis en distintos países europeos y americanos. 3 - La santa sede y el régimen nacional socialista: Pío XI, Encíclica Mit brennender sorge (1937) (fragmento) Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica Introducción El Tercer Reich alemán y el Papa 1.

Angustiosa situación religiosa en Alemania

Con viva angustia y estupor siempre creciente venimos observando la Iglesia y el progresivo exacerbarse ha largo tiempo el camino doloroso de la opresión de los fieles que le han permanecido leales en el espíritu y en la acción, en el país y en medio del pueblo al que San Bonifacio llevó un día el luminoso y feliz mensaje de Cristo y del Reino de Dios. Esta Nuestra angustia no ha sido aliviada por los relatos concordantes con la realidad que nos hicieron, como es su deber, los Reverendísimos representantes del Episcopado, al visitarnos durante Nuestra enfermedad. Junto con muchas noticias que Nos proporcionaron consuelo y esperanza acerca de la lucha sostenida por sus fieles con motivo de la religión, no pudieron, no obstante el amor a su pueblo y a su patria y

10 la solicitud de expresar un juicio bien ponderado, pasar en silencio otros innumerables sucesos tristes y reprobables. Cuando Nos hubimos oído sus informes, llenos de un profundo agradecimiento a Dios, pudimos exclamar con el Apóstol del amor: No tengo dicha mayor que la que siento cuando oigo decir: Mis hijos caminan en la verdad. Pero la franqueza que corresponde a la grave responsabilidad de Nuestro Ministerio Apostólico y la decisión de presentar ante vosotros y ante todo el mundo cristiano la realidad en toda su crudeza exigen que añadamos: No tenemos mayor ansiedad ni más cruel aflicción pastoral que cuando oímos decir: muchos abandonan el camino de la verdad. 2.

El Concordato

Cuando Nos, Venerables Hermanos, en el verano de 1933, a pedido del Gobierno del Reich, aceptamos reasumir las deliberaciones para un Concordato, fundado en un proyecto elaborado varios años antes, y llegamos de este modo a un solemne acuerdo que fue satisfactorio para todos vosotros, estuvimos inspirados por la indispensable solicitud de tutelar la libertad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania y de asegurar la salvación de las almas a Ella confiadas, y al mismo tiempo por un leal deseo de prestar un servicio de capital interés al desenvolvimiento pacífico y al bienestar del pueblo alemán. 3. Las intenciones del Papa No obstante muchas y graves preocupaciones llegamos, no sin esfuerzo, a la determinación de dar nuestro consentimiento. Queríamos evitar a nuestros fieles, a nuestros hijos y a nuestras hijas de Alemania, en lo humanamente posible, las tensiones y las tribulaciones que, en caso contrario, eran de esperarse con toda certidumbre, dadas las condiciones de los tiempos. Queríamos asimismo demostrar con los hechos a todos que Nos, buscando solamente a Jesucristo y lo que a él pertenece, a nadie rehusamos, a menos que él mismo lo rechace, la mano pacífica de la Madre Iglesia. 4.

La culpa de la lucha no es de la Iglesia

Si el árbol de la paz, plantado por Nos en tierra alemana con intención pura, no ha producido los frutos que Nos esperábamos en interés de vuestro pueblo, no habrá nadie que tenga ojos para ver y oídos para oír, que pueda decir que la culpa es de la Iglesia y de su Supremo Jerarca. La experiencia de los años transcurridos pone en evidencia las responsabilidades y descubre maquinaciones que desde un principio sólo se propusieron una lucha hasta el aniquilamiento. En los surcos en que Nos hemos esforzado en arrojar la semilla de la verdadera paz, otros arrojaron –como el inimicus homo de la Sagrada Escritura– la cizaña de la desconfianza, de la discordia, del odio, de la difamación y de una aversión profunda, oculta o manifiesta, contra Jesucristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se alimentó en mil diversas fuentes y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos y solamente sobre ellos y sus protectores ocultos o manifiestos recae la responsabilidad de que sobre el horizonte de Alemania no parezca el arco iris de la paz, sino el oscuro nubarrón precursor de destructoras luchas religiosas. 5.

El espíritu de conciliación de la Iglesia y de la mala fe de los adversarios

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Venerables Hermanos, no Nos hemos cansado de manifestar a los dirigentes responsables de los destinos de vuestra nación las consecuencias que habrían de derivarse necesariamente de la tolerancia, o lo que es peor aún, del fomento de esas corrientes. Todo lo hemos intentado en defensa de la santidad de la palabra dada solemnemente, de la inviolabilidad de las obligaciones libremente contraídas, contra teorías y prácticas que, oficialmente admitidas, harían perder toda confianza y menoscabar intrínsecamente toda palabra para lo porvenir. Si llegare el momento de exponer a los ojos del mundo Nuestros esfuerzos, todas las personas de conciencia sabrán dónde se han de buscar los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que haya conservado en su alma un residuo de amor a la verdad y en su corazón una sombra del sentido de justicia deberá admitir que en los años difíciles y llenos de vicisitudes que siguieron al Concordato, todas Nuestras palabras y Nuestras acciones tuvieron por norma la fidelidad a las estipulaciones aceptadas. Y deberá también reconocer, con estupor y con íntima repulsión, cómo de la otra parte se ha erigido como norma ordinaria desfigurar arbitrariamente los pactos, eludirlos, quitarles su contenido y finalmente violarlos más o menos abiertamente. 6.

La moderación es hija del amor pastoral y no de la debilidad

La moderación mostrada por Nos hasta ahora, no obstante todo esto, no Nos fue sugerida por interesados cálculos terrenales, ni mucho menos por debilidad, sino simplemente por la voluntad de no arrancar juntamente con la cizaña también alguna hierba buena, por la decisión de no pronunciar públicamente un juicio antes de que los ánimos estuviesen maduros para reconocer su necesidad, y por la determinación de no negar definitivamente la fidelidad de otros a la palabra dada, antes que el duro lenguaje de la realidad hubiese arrancado los velos con que se ha querido y se trata aún de ocultar, de acuerdo con un plan preestablecido, el ataque contra la Iglesia. 7.

Pese a los ataques, esperanza

Y aun en estos momentos en que la lucha abierta contra las escuelas confesionales tuteladas por el Concordato, y la denegación de la libertad de voto para los que tienen derecho a la educación católica manifiestan, en un campo par ticularmente vital para la Iglesia, la trágica seriedad de la situación y una nunca vista opresión espiritual de los fieles, la paternal solicitud por el bien de las almas Nos aconseja tener cuenta de las escasas perspectivas, que pueden todavía existir, de un retorno a los pactos, a la fidelidad y a un acuerdo permitido por Nuestra conciencia. 8.

Defensa valerosa de los de los derechos de la Iglesia

Accediendo a las súplicas de los Reverendísimos Miembros del Episcopado, no Nos cansaremos también en el futuro de defender ante los dirigentes de vuestro pueblo el derecho violado, despreocupados del éxito o del fracaso del momento, obedeciendo solamente a Nuestra conciencia y a Nuestro Ministerio Pastoral, no cesaremos de oponernos a una mentalidad que trata con violencias abiertas u ocultas de sofocar el derecho autenticado por los documentos [...] I Los fundamentos de la verdadera fe

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10.

Rechazo del concepto panteístico y germánico de Dios

Ante todo, Venerables Hermanos, procurad que la fe en Dios, primero e insustituible fundamento de toda religión, se mantenga pura e íntegra en el territorio alemán. No puede ser considerado como creyente el que emplea el nombre de Dios sólo retóricamente, sino el que da a esta venerable palabra el contenido de una verdadera y digna noción de Dios. Quien identifica con indeterminación panteística a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o dei ficando el mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes. Ni tampoco es creyente quien, siguiendo una así llamada doctrina precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado cie go e impersonal negando la sabiduría divina y su providencia que con fuerza y suavidad domina el mundo del uno hasta el otro confín el que así piensa no puede pretender que sea considerado como un verdadero creyente. Si es verdad que la raza o el pueblo, el Estado o una de sus formas deter minadas, y los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y dig no de respeto; con todo, quienes sacándolos de la escala de los valores terre nales los elevan a la categoría de suprema norma de todo, aun de los valo res religiosos, y divinizándolos con culto idolátrico, pervierten y falsifican el orden creado e impuesto por Dios, están lejos de la verdadera fe en Dios y de una concepción de la vida conforme con ella. [...] 12. Reprobación de términos “Dios nacional” y “Religión nacional” Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un dios nacional y de una religión nacional, e intentar la loca empresa de aprisionar en los límites de un solo pueblo y en la estrechez de una sola raza a Dios, Creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son pequeñas como gotas de agua en un arcaduz. 16. Jesucristo es la plenitud de la revelación divina En Jesucristo Hijo de Dios encarnado, se manifestó la revelación divina en toda su plenitud. De diversas maneras y en variadas formas en otros tiempos habló Dios a las antepasados por medio de los profetas. En la plenitud de los tiempos nos ha hablado a nosotros por medio del Hijo. Los libros santos del Antiguo Testamento son palabra de Dios y parte orgánica de su revelación. Conforme con el desenvolvimiento gradual de la revelación, en ellos se contempla la aurora del tiempo que debía preparar el radiante mediodía de la redención. En algunas de sus partes se habla de la humana imperfección, de su debilidad y del pecado, como debía necesariamente ser al tratarse de libros de historia y de legislación. A más de cosas nobles y sublimes, hablan esos libros de la tendencia superficial y material que se manifestó en varias ocasiones en el pueblo de la antigua alianza, depositario de la revelación y de las promesas de Dios. Pero la luz divina del camino de la salvación que al fin triunfa de todas las debilidades y pecados, no obstante la debilidad humana de que habla la historia bíblica, no puede menos de resplandecer aun más luminosamente ante los ojos de toda persona no cegada por prejuicios y por la pasión.

13 Y justamente sobre este fondo a menudo oscuro, la pedagogía de la salvación eterna presenta perspectivas que al mismo tiempo dirigen, amonestan, sacuden, Levantan y tornan felices. 17.

El valor del Antiguo Testamento

Solamente la ceguera y la terquedad pueden cerrar los ojos ante los tesoros de saludables enseñanzas escondidas en el Antiguo Testamento. Por tanto el que pretende que se expulsen de la Iglesia y de la escuela la historia bíbli ca y las enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema de la palabra de Dios, blasfema del plan de salvación del Omnipotente y erige en juez de los pla nes divinos un estrecho y restringido pensamiento humano. Niega la fe en Jesucristo, aparecido en la realidad de su carne, que tomó la naturaleza humana en un pueblo que después había de crucificarlo. No comprende el drama universal del Hijo de Dios que al delito de sus verdugos opuso, a fuer de sumo sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, con lo cual dio cumplimiento al Antiguo Testamento, lo consumó y lo sublimó en el Nuevo Testamento. [...] 18. Jesucristo es el verdadero y único Salvador La revelación divina que culminó en el Evangelio de Jesucristo es definitiva y obligatoria para siempre, y no admite apéndices de origen humano y mucho menos sustitutos de “revelaciones” arbitrarias que algunos publicistas modernos pretenden hacer derivar del así llamado mito de la sangre y de la raza . Desde que Jesús, el Ungido del Señor, ha consumado la obra de redención, quebrantando el dominio del pecado y mereciéndonos la gracia de ser hijos de Dios, no ha sido dado a los hombres ningún otro nombre bajo el cielo para ser bienaventurados sino el nombre de Jesús. Aun cuando un hombre llegara a acumular en sí todo el saber, todo el poder y toda la potencia material de la tierra, no puede colocar otros fundamentos que los que Jesucristo colocó. Por tanto, el que con sacrílego desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y la cria tura, entre el HombreDios y el simple hombre, osare poner junto a Jesucristo, Y lo que es peor aún, sobre Jesucristo o contra Él, a un simple mortal, aun cuando fuere el mayor de todos los tiempos, sepa que es un profeta de qui meras al que se aplican terriblemente las palabras de la Escritura: el que habita en los cielos se ríe de ellos. 19.

La Iglesia una y universal

La fe en Jesucristo no podrá mantenerse pura e incontaminada si no está sostenida en la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad y defendida por ella. El mismo Jesucristo, Dios bendito por toda la eternidad, ha levantado esa columna de la fe, y su mandato de escuchar a la Iglesia y de sentir de acuerdo con las palabras y los mandamientos de la Iglesia, que son sus palabras y sus mandamientos vale para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones. [...] 24.

El Primado, manantial de fuerza y de unidad católica

La fe en la Iglesia no se mantendrá pura e incontami nada si no se apoya en la fe en el Primado del Obispo de Roma . En el momento mismo en que Pedro, anticipándose a los demás Apóstoles y discípulos, manifestó su fe en Cristo Hijo de Dios

14 Viviente, el anuncio de la fundación de su Iglesia, de la única Iglesia, sobre Pedro, la piedra, fue la respuesta de Cristo, que lo recompensó de su fe y de haberla profesado. Por consiguiente, la fe en Cristo, en la Iglesia y en el Primado están unidas en un estrecho y sagrado vínculo de interdependencia. En todas partes, una autoridad genui na y legal es un manantial de fuerza, una defensa contra el resquebrajamien to y la disgregación, una garantía para lo porvenir. Eso se verifica en el sentido más alto y noble cuando, como en el caso de la Iglesia, a tal autoridad ha sido prometida la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo y su invencible apoyo. Si personas que ni siquiera están unidas por la fe en Cristo os atraen y halagan con la proposición de una “ iglesia nacional alemana”, sabed que seguiríais no es más que renegar de la única Iglesia de Cristo, una apostasía manifiesta del mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo, lo que tan sólo una Iglesia universal puede cum plir. El desarrollo histórico de otras iglesias nacionales, su aletargamiento espiritual, su ahogo y su sometimiento a los poderes laicos manifiestan la desoladora esterilidad de que con certeza ineluctable está herido el sarmiento arrancado del tronco vivo de la Iglesia. Todo el que desde el principio opone su alerta e inconmovible no a tan equivocados intentos, presta un inapreciable servicio no solamente a la pureza de su fe, sino también a la vida sana y vigorosa de su pueblo. III Orientaciones y exhortaciones A la juventud 38.

Invitaciones falaces Y persecuciones

Representantes de aquel Maestro que en el Evangelio dijo a un joven: si quieres entrar en la vida eterna, observa los mandamientos dirigimos una palabra particularmente paternal a los jóvenes. Por mil medios se os está repitiendo hoy un evangelio que no ha sido revelado por el Padre celestial; millares de plumas escriben al servicio de un fan tasma de cristianismo que no es el cristianismo de Jesucristo . La tipografía y las radios os acosan diariamente con producciones de contenido contra rio a la fe y a la Iglesia, y brutalmente y sin respeto atacan todo lo que para vosotros debe ser sagrado y santo. Sabemos que muchos de vosotros a causa de su adhesión a la fe y a la Iglesia y de su afiliación a asociaciones religiosas tuteladas por Concordato han debido y deben atravesar tristes períodos de des conocimiento, de sospecha, de vituperio, de acusaciones de antipatriotismo y de múltiples perjuicios en su vida profesional y social. Sabemos asimismo como muchos soldados ignotos de Jesucristo se hallan en vuestras filas que, con el corazón despedazado, pero erguidos, soportan su suerte y encuentran confortación tan sólo en el pensamiento de que sufren contumelia por el nombre de Jesucristo. 39.

La juventud “estatal” y los derechos personales.

Hoy que amenazan nuevos peligros y nuevas di ficultades decimos a estos jóvenes: Si alguien quiere anunciaros un evangelio distinto del que habéis recibido sobre las faldas de una piadosa madre, de los labios de un padre creyente, de la enseñanza de un educador fiel a Dios y a su Iglesia, que sea anatema. Si el Estado organiza a la juventud en una asociación nacional obligatoria para to dos, entonces,

15 salvos siempre los derechos de las asociaciones religiosas, los jóvenes tienen el derecho obvio e inalienable, y con ellos los padres responsa bles ante Dios, de exigir que esta asociación no tenga tendencias hostiles a la fe cristiana y a la Iglesia, tendencias que hasta hace poco y aun actualmente ponen a los padres creyentes en un insoluble conflicto de conciencia , porque no pueden dar al Estado lo que se les pide en nombre del Estado sin quitar a Dios lo que a Dios pertenece. 40. La verdadera libertad y heroísmo genuino Nadie piensa en poner ante la juventud alemana tropiezos en el camino que debe conducir a una verdadera unidad nacional y fomentar un noble amor por la libertad y una indisoluble consagración a la patria. A lo que Nos oponemos y debemos oponernos es al conflicto querido y sistemáticamente exacerbado, con la separación de estas finalidades educativas de las religiosas. Por eso decimos a esos jóvenes: cantad vuestros himnos de libertad, pero no os olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios. No permitáis que la nobleza de esta libertad insustituible se pierda en los lazos serviles del pecado y de la concupiscencia. No es lícito al que canta el himno de fidelidad a la patria terrena convertirse en tránsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su patria eterna. Os hablan mucho de grandeza heroica, contraponiéndola intencionada y falsamente a la humildad y a la paciencia evangélicas, pero ¿por qué os ocultan que también se da un heroísmo en la lucha moral y que la conservación de la pureza bautismal representa una acción heroica que debiera premiarse en el campo tan to religioso como natural? Os hablan de fragilidades humanas en la historia de la Iglesia, y ¿por qué os esconden las grandes proezas que, en el correr de los siglos, consumaron los santos que ella produjo, y los beneficios que obtuvo la cultura occidental por la unión vital entre la misma Iglesia y vuestro pueblo? 41. Robustecimiento corporal y santificación del Domingo Mucho os hablan de gimnasia y de deporte, que usados en su justa medida dan gallardía física, lo cual no deja de ser un beneficio para la juventud, pero se asigna hoy con frecuencia a los ejercicios físicos tanta importancia que no se tiene en cuenta ni la formación inte gral y armónica del cuerpo y del espí ritu, ni el conveniente cuidado de la vida de familia, ni el mandamiento de santificar el día del Señor. Con indiferencia que raya en desprecio, se despoja al día del Señor del carácter de sagrado recogimiento cual corresponde a la mejor tradición alemana. Confiamos que los jóvenes católicos alemanes, en el difícil ambiente de las organizaciones obligatorias del Estado, sabrán reivindicar categóricamente su derecho a santificar cristianamente el día del Señor. Que el cuidado de robustecer el cuerpo no les haga echar en olvido su alma inmortal, que no se dejen dominar por el mal, sino que venzan el mal con el bien, y por último se propongan cuál nobilísima meta la de conquistar la corona de la victoria en el estadio de la vida eterna. Epilogo 51. Dispuestos para la lucha y plegaria por todos.

16 Aquel que escudriña los corazones y las entrañas nos es testigo de que Nos no tenemos aspiración más íntima que la del restableci miento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania. Pero si, sin culpa de parte Nuestra, la paz no llega, la Iglesia de Dios defenderá sus derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente cuyo brazo tampoco hoy se ha acortado. Llenos de confianza en el no cesamos de rogar y de invocar por vosotros, hijos de la Iglesia, a fin de que los días de la tribulación sean acortados y permanezcáis fieles hasta el día de la prueba, y también a los perseguidores y opresores conceda el Padre de todas las luces y de toda misericordia la hora del arrepentimiento propio y el de todos los que con ellos erraron y yerran. 52.

Bendición Apostólica

Con esta plegaria en el corazón y sobre los labios, Nos impartimos, como prenda de divina ayuda, como apoyo en vuestras decisiones difíciles y llenas de responsabilidades, como sostenimiento en la lucha, como consuelo en el dolor, a vosotros, obispos, pastores de vuestro pueblo fiel, a los sacerdotes, a los religiosos, a las apóstoles laicos de la Acción Católica y a todos vuestros diocesanos y no en último lugar a las enfermos y a las presos, con amor paternal, la Bendición Apostólica. Dado en el Vaticano en el Domingo de Pasión, el 14 de marzo de 1937. Pío PAPA XI. 4 - Hacia el estallido de la Segunda Guerra Mundial La segunda guerra mundial enfrentó —y esto no es del todo una casualidad — a los grandes vencedores de la primera con los vencidos o con los pequeños vencedores, es decir, aquellos que no habían conseguido el premio que esperaban de sus esfuerzos. Tuvo algo de revancha, o de reajuste, como consecuencia de unas decisiones —las de las paces de París— que no gustaron a casi nadie. Tres de las potencias más disgustadas —Alemania, Italia y Japón— fueron los principales agresores. Este mecanismo, por supuesto, no es suficiente para explicar el proceso que condujo a la segunda confrontación; pero tampoco es desechable. Por supuesto —y este hecho fue esgrimido incluso como pretexto— Alemania, Italia y Japón eran tres países superpoblados (proporcionalmente más entonces que ahora), muy industrializados, pero que disponían de pocas materias primas —en todo caso insuficientes para sus necesidades— y que no poseían o apenas poseían colonias. En tanto, Inglaterra y Francia (el imperialismo de los Estados Unidos, aunque tuvo también posesiones territoriales, era más bien económico) eran los mayores propietarios de los grandes recursos del mundo. Bastó el nacimiento en los tres países perjudicados de regímenes autoritarios y expansionistas para que este hecho fuese presentado por la propaganda como una injusticia. Alemania reclamaba un Lebensraum o espacio vital; Italia exigía un «imperio» como los otros vencedores, y Mussolini supo manejar hábilmente esta palabra de vieja tradición romana ante sus compatriotas; en tanto Japón reclamaba el «Gran Espacio Oriental» que le negaba la competencia proteccionista de los anglosajones. La mayor parte de los conflictos previos obedecen a estas ideas de reivindicación territorial.

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El rearme alemán La llegada de Hitler al poder significaba un reforzamiento del nacionalismo alemán y por consiguiente un revisionismo de lo estipulado en Versalles, e incluso un revanchismo. Sin embargo, Hitler comenzó con una política cauta. Por eso triunfó en el verano de 1933 una idea de Mussolini sobre un pacto entre las cuatro potencias occidentales: Gran Bretaña. Francia, Alemania e Italia. Un pacto sin demasiadas cláusulas concretas, pero que hacía renacer aparentemente el «espíritu de Locarno»1, ahora en nombre del «club de los cuatro». Sin embargo, la Conferencia de Desarme que siguió terminó en fracaso. Francia se negó terminantemente a admitir una paridad de fuerzas con Alemania, con lo que ésta se retiró de la Conferencia, y poco después de la Sociedad de Naciones. Las demás potencias no se escandalizaron demasiado, porque también estaban celosas de las ilusiones hegemónicas de Francia. Pero Alemania quedaba ya con las manos libres para rearmarse. En enero de 1935 se celebró el previsto referéndum sobre el destino del Sarre. Influyeron tanto el carácter predominantemente germánico de aquel rico territorio carbonífero como la propaganda de Hitler y la torpe explotación de sus recursos por los franceses: sus habitantes, en un 90 por 100, votaron su integración a Alemania, lo que no dejó, por otra parte, de ser un hecho perfectamente democrático. Ello legitimaba de alguna manera las aspiraciones alemanas, y facilitó sin demasiadas protestas la remilitarización de Renania y la intensificación del rearme con la creación de la Luftwaffe o fuerza aérea, que iba contra las imposiciones de Versalles, y que dirigida por el agresivo Goering se convirtió en pocos años en la aviación más poderosa del mundo. Los franceses reaccionaron indignados y decretaron la extensión del servicio militar a dos años. Hitler contestó inmediatamente con la declaración del servicio militar obligatorio. ¿Iba a estallar un nuevo conflicto entre Alemania y Francia? Se movieron inquietas todas las cancillerías de Europa, y la iniciativa pacificadora partió, una vez más, de Italia. En abril de 1935 se reunió la Conferencia de Stressa, en la que Gran Bretaña, Francia e Italia se comprometían a mantener la paz de Europa. Era una seria advertencia a Alemania, que quedaba así excluida del «club de los cuatro» y además sola. La situación se consolidó más aún semanas después, cuando se firmó un pacto franco-ruso. Alemania quedaba rodeada por todas partes. Ello contribuyó quizá a provocar el mismo «síndrome de gato acorralado» que en 1914. Pero Hitler no tenía ni fuerzas ni aliados con que vencer el cerco. En el verano de 1935 la posibilidad de que las reivindicaciones alemanas provocaran un conflicto europeo parecía definitivamente conjurada. La guerra de España 1 Los Tratados de Locarno, también conocidos como Pacto de Locarno o Acuerdos de Locarno es el nombre que recibieron los siete pactos destinados a reforzar la paz en Europa después de la I Guerra Mundial, firmados por los representantes de Bélgica, Checoslovaquia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Polonia en la ciudad suiza de Locarno (cantón del Tesino o Ticino), el 16 de octubre de 1925. Fueron el fruto de una serie de reuniones a las que asistieron, entre otros, los ministros de Asuntos Exteriores alemán (Gustav Stresemann), francés (Aristide Briand) y británico (Joseph Austen Chamberlain), así como el jefe de gobierno italiano Benito Mussolini. En el primero de los acuerdos, Francia, Alemania y Bélgica reconocían mutuamente sus fronteras y se comprometían a respetarlas. Se estableció que Renania, una región histórica cuyo territorio formaba parte de estos tres países, se considerara zona neutral desmilitarizada.

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España, lo mismo que Francia, había llevado un camino distinto a raíz de la Gran Depresión. La dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), que no supo encontrar salida a los turbulentos planteamientos políticos del país, favoreció —o si se quiere presenció— un notable resurgimiento económico. Todo se hundió en 1930, y la caída de Primo de Rivera arrastró consigo la del rey Alfonso XIII diecisiete meses después. La Segunda República advenía en el peor de los momentos: la crisis económica, el paro, las huelgas, el descontento general y la proliferación de los extremismos de uno y otro signo, que ensangrentaba con frecuencia las calles. Contra el desorden se levantó en julio de 1936 parte del Ejército, secundado por amplias masas conservadoras, o partidarios ya de regímenes autoritarios; mientras que el bando republicano hubo de armar a miles de obreros, que muchas veces se convirtieron en fuerzas autónomas de combate. La insurrección de julio no triunfó ni fracasó, con lo que se llegó a una guerra civil que habría de prolongarse por casi tres años. Aunque en cada bando participaban elementos muy distintos, el carácter ideológico de la contienda estaba claro. Y la oposición derecha-izquierda en una guerra civil ha tendido siempre a favorecer las opciones extremas, fuesen o no las más numerosas. El conflicto se internacionalizó muy pronto. España no era un país lejano, como Manchuria o Etiopía, y ocupaba una posición estratégica clave en el mapa de Europa. Por otra parte, los países europeos tendían también por entonces a alinearse en dos bandos enfrentados. El gobierno del Frente Popular francés, dirigido por Leon Blum, concedió inmediata ayuda en armas y aviones a su homónimo de Madrid, y este hecho dejó a Mussolini con las manos libres para ayudar con los mismos elementos a los sublevados. La intervención extranjera provocó dos efectos negativos: por un lado la prolongación del conflicto como consecuencia de una no escrita pero siempre operante en otros casos «ley de las compensaciones», y por otro el prevalecimiento de las ideologías extremas en los bandos contendientes. En efecto, el país que más ayudó a los republicanos fue la Unión Soviética, revalorizando así el papel de los comunistas (que eran hasta entonces muy escasos en España), y la intervención de los países del Eje revalorizó el de los falangistas, que eran también un contingente poco numeroso, pero que apareció bien pronto en primer plano. Conforme aumentaba la ayuda soviética a los republicanos, disminuía la francesa; circunstancia que contribuyó a favorecer las posiciones extremistas, sin que por ello evitara el mantenimiento del equilibrio de dos fuerzas cada vez mejor armadas. En septiembre de 1936, a instancias británicas, se constituyó el Comité de No Intervención (formado por la Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y la Unión Soviética), que aseguraba la no intervención directa de las potencias en la guerra de España, y el control de las exportaciones de armas, punto este último muy poco operante. Pero ninguna ley prohibía la participación de voluntarios. En noviembre, a instancias del Komintem, se organizaron las Brigadas Internacionales, formadas por comunistas de diversos países, pero también por anglosajones idealistas, que creían luchar por la libertad. Una vez más Mussolini se sintió autorizado a enviar a la España nacional el CTV (Cuerpo de Tropas Voluntarias), y Hitler la Legión Cóndor, una escuadrilla de aviones que en España hizo sus mejores entrenamientos en las tácticas que luego se emplearían en la guerra mundial. En la guerra de España participaron combatientes de casi toda Europa — lucharon incluso alemanes contra alemanes, italianos contra italianos—, pero por un consenso entre las potencias, no degeneró en un conflicto generalizado. Eso sí,

19 contribuyó a definir más agriamente las posturas y a enemistar todavía más a los ya presuntos bandos contendientes. La victoria de los nacionales —dirigidos por un general de escasa carga ideológica, Francisco Franco—, fue una ventaja para las potencias del Eje, que creyeron ganarse un aliado, aunque en gran parte se equivocaron. Sin embargo, aquella victoria fue una ventaja moral o psicológica para las potencias del Eje, cuya capacidad militar parecía quedar demostrada. La espiral de la expansión alemana La segunda guerra mundial comenzó como consecuencia de las crecientes demandas territoriales de Alemania. Las primeras fueron legales —el referéndum sobre el Sarre—, después se hicieron discutibles, aunque basadas en el principio de las nacionalidades que habían defendido los propios aliados en 1918-1921 (lo que Hitler llamaba la «reunificación de Alemania»), para hacerse cada vez más agresivas y menos justificables, hasta llegar a la ruptura abierta y al fin a la guerra más espantosa de todos los tiempos, en que los germanos fueron conquistando con su poderosa maquinaria militar territorios cada vez más vastos, y ajenos, por supuesto, al espacio alemán. Estas conquistas, en un principio pacíficas, luego semipacíficas, más tarde guerreras, adoptan una curiosa disposición en espiral de ámbitos cada vez más amplios. Comienza el proceso hacia el oeste (remilitarización de Renania, reincorporación del Sarre), pasa al sur (Anschluss, anexión de Austria), sureste (Sudetes, Checoslovaquia), este (Dantzig, corredor polaco)... Aquí comienza la guerra propiamente dicha (Polonia); el brazo alemán se alarga más y llega al norte (Dinamarca, Noruega), luego al noroeste (Holanda, Bélgica), oeste y suroeste (Francia), sur (Mediterráneo, Africa), sureste (Balcanes), y finalmente otra vez al este (Rusia), donde el empuje alemán, al principio imparable, acaba siendo al fin detenido. No tuvo posibilidad de realizar el último empuje al noroeste (Inglaterra) que técnicamente hubiera terminado la guerra en Europa. Desde entonces, los aliados llevaron la iniciativa. No consta en ninguna parte que el despliegue alemán estuviese programado en forma de este giro en espiral cada vez más amplio: se trata probablemente de una casualidad. Pero nos sirve para comprobar que los planes alemanes son siempre los mismos, ya en la paz, ya en la guerra; expandirse en rápido impulso por un sector determinado, para escoger, después de acabado éste, un nuevo sector donde descargar —siempre individualmente— otro impulso repentino. Posiblemente Hitler no pensaba comenzar la guerra en 1939. El alto mando consideraba que el ejército alemán no estaría preparado para el evento hasta 1943, y la marina hasta 1945. Pero la imprudencia de las agresiones nazis llevó a una situación límite, a partir de la cual la guerra se hacía inevitable en cualquier momento. El «Anschluss» Después de la reincorporación —democrática— del Sarre, Hitler llevó sus miras a la anexión de su propia patria natal, Austria. Precisamente el principio de las nacionalidades de 1918 había convertido a Austria en un país exclusivamente germano: la anexión o unión entre las dos naciones tenía más sentido que en tiempos del imperio austrohúngaro. Ahora bien, en Austria dominaba un régimen autoritario, no totalitario, presidido por el canciller Dollfuss y su Frente Nacional. Dollfuss aborrecía a Hitler, tenía una concepción más tradicionalista que él y trataba por su parte de fomentar el nacionalismo autónomo austriaco.

20 Dollfuss cayó asesinado por los pronazis en 1934, y le sustituyó otro miembro del Frente Nacional, menos enérgico aunque buen diplomático, Schussnig, que trató de esquivar la creciente oleada pangermanista que iba invadiendo Austria. Durante un tiempo contó con Mussolini, que no deseaba en absoluto ver a los alemanes en la frontera de los Alpes; pero tras el conflicto de Etiopía, en 1936, surgió el Eje, y Schussnig se sintió rodeado por los dos lados. Para mantener la independencia de Austria, proyectó restaurar la secular dinastía de los Habsburgo, pero tropezó con la respuesta indignada de la izquierda, que tal vez no se dio cuenta de que con su actitud estaba favoreciendo los planes de Hitler. En marzo de 1938 el canciller austriaco no encontró otra salida que convocar un referéndum para que el propio pueblo decidiese sobre su soberanía. Los nazis, que ya eran muchos en Austria, organizaron grandes movilizaciones, que obligaron al presidente Wiklar a ceder la cancillería al pro-nazi Seyss Inquart. Lo primero que hizo Seyss Inquart fue proclamar el Anschluss o unión con Alemania, y pedir la entrada de las tropas alemanas. Ya bajo dominio nazi, se organizó al fin el referéndum, con el más que sospechoso resultado de un triunfo de los anexionistas por más de un 99 por 100. Austria, de grado o por fuerza, pasaba a integrarse en el Reich. Los sudetes y Checoslovaquia La incorporación de Austria había sido tan fácil (y con tan tibia reacción internacional) que Hitler pensó que iba a conseguir la misma facilidad en otros designios anexionistas. Después de unos meses de tranquilidad —la táctica alemana fue siempre la alternancia de zarpazos y descansos— se decidió a plantear la cuestión de los sudetes. Los sudetes eran alemanes englobados en la república de Checoslovaquia En 1919, el hábil ministro checo, Benes, había conseguido llevar las fronteras de la nueva república hasta el ángulo montañoso formado por el Harz y los montes de Bohemia, aunque tuviese que absorber a tres millones y medio de alemanes: se prefirió el principio de las fronteras naturales al de la «voluntad manifiesta de los pueblos». Ya por los años treinta comenzó a plantearse el problema de los sudetes, que por decisión gubernamental no gozaban de los mismos derechos (por ejemplo, el acceso a los cargos públicos) que los ciudadanos de etnia checa. Los sudetes, con su líder Conrad Heinlein a la cabeza, protestaron y desencadenaron disturbios, a veces reprimidos con pocas contemplaciones por el gobierno de Praga. En septiembre de 1938, Hitler, pasado el sobresalto del «Anschluss», se decidió a plantear internacionalmente el problema de los sudetes. Hasta entonces se había hablado de un régimen de autonomía dentro de la república checa, pero a partir de una entrevista entre Hitler y Heinlein, el objetivo era ya integrar a los sudetes en la «patria alemana». Pero Hitler no tenía las manos libres, porque Checoslovaquia había firmado sendas alianzas con Francia y Rusia. Sin embargo, se decidió a una «jugada de póker». Rusia, preocupada entonces con la guerra de España, que atravesaba su momento más decisivo —batalla del Ebro, impuesta por los asesores soviéticos—, se desentendió de los checos, y Francia no tenía posibilidades de auxiliarles directamente. ¿Se atrevería a una guerra por una causa técnicamente perdida? Los incidentes en la zona sudete se incrementaron, hasta llegar a extremos sangrientos. Hitler, so capa de defender a sus compatriotas, movilizó tropas y las concentró en la frontera checa. Francia reaccionó inmediatamente y puso a sus

21 fuerzas en pie de guerra. En Inglaterra se decretó el estado de alerta. ¿Hasta dónde iban a llegar las cosas? El mundo vivió horas dramáticas. Hitler, convencido de que los francobritánicos no irían a una guerra general por una simple cuestión fronteriza, dio un paso más: un ultimátum a Praga. Los checos ordenaron la movilización general. Fue en aquellos dramáticos instantes cuando actuó Mussolini una vez más como componedor de la paz. Propuso una conferencia a cuatro: Alemania, Inglaterra, Francia e Italia. Como nadie estaba decidido a una guerra general y Hitler se sabía respaldado por Mussolini, las otras partes aceptaron. En Munich se reunieron el 29 de septiembre los cuatro líderes: Hitler, Chamberlain, Daladier y Mussolini. Chamberlain, anciano ya y pacifista, se mostró dispuesto a concesiones, y Francia no quería quedarse sola. De modo que lo decidido fue la entrega a Alemania de la región de los sudetes, que los checos habrían de abandonar en diez días. Se preveían también futuros «arreglos» en Teschen —territorio reclamado por los polacos— y en Eslovaquia —que quería ser independiente—. Chamberlain regresó a Londres declarando: «Hemos garantizado la paz en Europa para los futuros cien años». Los cien años se convirtieron en once meses. El motivo de la discordia no tardó en resurgir. Los polacos de Teschen se sublevaron y los eslovacos reclamaron su independencia. Los checos volvieron a movilizar sus tropas. Y entonces, Hitler, creyéndose ya árbitro de Europa, ordenó la inmediata intervención en Checoslovaquia, decidiendo el «arreglo» a su gusto. Fue un cambio cualitativo de incalculables consecuencias. Por un lado, hasta entonces, aunque por procedimientos discutibles, los alemanes habían reclamado territorios de habla y cultura germanas; podían invocar el principio de las nacionalidades. Ahora, para decidir cuestiones ajenas, invadían una república eslava. Y por otra parte, Hitler se arrogaba un papel de árbitro supremo, al margen del consenso entre potencias que meses antes se había operado y parecía garante de toda decisión ulterior: este cambio de papel fue también operativo en el planteamiento general. Francia e Inglaterra se sintieron sorprendidas y traicionadas a la vez . La sorpresa del hecho consumado les impidió intervenir, pero la indignación —y el peligro de que las reivindicaciones de Hitler se prolongaran hasta el infinito— les obligaba a no volver a pasar por alto una nueva agresión. El corredor polaco Embriagado por su victoria y midiendo mal las posibles consecuencias, se decidió Hitler a formular la última —teóricamente— de sus reivindicaciones: el corredor polaco. También aquí jugaba a su favor el principio de las nacionalidades. Al crearse Polonia, los aliados creyeron conveniente darle una salida al mar por el puerto de Gdynia. Para ello hubo que partir Alemania en dos, con el aislamiento de Prusia Oriental. Los territorios ocupados por Polonia en Posnania, Prusia y Silesia eran de población mixta; pero en la mayoría de estas regiones predominaban los alemanes, que en casos eran los exclusivos habitantes. Quizá Hitler decidiera esperar más tiempo sin el planteamiento de una cuestión paralela: Dantzig (hoy Gdansk) había sido declarada «ciudad libre», a pesar de estar habitada por alemanes. El movimiento pangermanista llegó también a Dantzig, y su gauleiter, Forster, encabezó un movimiento encaminado a su unión con Alemania. Hitler no podía abordar el problema de Dantzig sin ocuparse del «corredor», aun a sabiendas de la prevención total de las potencias occidentales. Comenzó cauto, solicitando tan sólo una vía férrea y una autopista que uniesen las dos Alemanias. Ante la negativa polaca —el Führer se crecía ante las oposiciones—,

22 pasó a reclamar la anexión de Dantzig y un «corredor dentro del corredor», o franja de unión entre las dos Prusias; después el corredor entero. Las relaciones germanopolacas llegaron a una extrema dureza. La intervención alemana parecía ya segura. ¿Sería preferible que los alemanes coronasen con actos de fuerza contra otras soberanías su propia unificación, o había llegado ya el momento de hacerles frente? El ejemplo de Checoslovaquia meses antes había saturado la paciencia de los francobritánicos. En julio de 1939, Francia, Inglaterra y Polonia firmaron una alianza en virtud de la cual si «una de las tres» naciones era atacada, las otras dos la defenderían. Esta alianza, ¿iba en serio? Hitler estimó que no del todo, y ahí se equivocó. El Führer no deseaba una guerra general, aunque resulte más exacto decir que no la deseaba todavía. Tenía que pensárselo dos veces antes de entendérselas con Polonia. Pero encontró de pronto, gracias al buen entendimiento de dos diplomáticos pragmáticos, von Ribbentropp y Molotov, una inesperada solución. El 23 de agosto el mundo se sorprendió ante una noticia increíble: el pacto germano-soviético. Rusia y Alemania, aunque sometidas a regímenes dictatoriales de partido único, eran mortales enemigas. Ahora se ponían de acuerdo, teóricamente, para no hacerse la guerra una a otra. Pero las cláusulas secretas iban más allá: las dos potencias se repartirían Polonia. Rusia tendría las manos libres para recuperar Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania. Ahora la situación era distinta, y las potencias occidentales no sólo no podían contar con Rusia, sino que se concitarían tal vez su enemistad. Por otra parte, Hitler tenía con Polonia la misma ventaja que con Checoslovaquia: podía invadirla sin que sus presuntos aliados tuviesen posibilidad de auxiliarla. Así las cosas, los alemanes decidieron jugar su partida, enviando un ultimátum a Varsovia, que no fue aceptado. En el último momento intervino, como de costumbre, Mussolini, para proponer a la desesperada una conferencia al más alto nivel. Pero el alto mando alemán informó que no podía garantizar el éxito de una invasión rápida de Polonia si esta comenzaba después del 1 de septiembre. Hitler decidió dar el último paso, confiado aún en que los occidentales no intervendrían ante el hecho consumado, y ordenó la entrada de sus tropas en territorio polaco el 1 de septiembre. El mundo se conmovió ante el hecho, y los contactos francobritánicos se hicieron angustiosos. Por momentos, Francia, que era la que más tenía que perder, parecía echarse atrás. El 3 de septiembre, Gran Bretaña declaraba la guerra a Alemania. Daladier sufrió un ataque de nervios, y Francia demoró su decisión todavía unas horas, esperando lo imposible. Al fin decidió hacer frente a sus compromisos, cerró los ojos, y declaró la guerra. Entonces el que sufrió un ataque de nervios —o algo más— fue Hitler: según algunos testigos se revolcó por el suelo. Había estallado la segunda guerra mundial. III - Bibliografía - Colección Completa [de] Encíclicas pontificas. 1832-1965, 4ª edición, I, Buenos Aires Guadalupe, s. f., 1466-1481. Edición original en AAS 29 (1937) 145-167. - Comellas, José Luis, Historia Breve del Mundo Contemporáneo, Ed. Rialp. Madrid, 1998. - Kershaw, Ian, El mito de Hitler: imagen y realidad en el tercer Reich, México, Paidós, 2003, 374 p.

23 - Nolte, Ernst, La Guerra Civil Europea 1917-1945: nacionalsocialismo y bolchevismo, México, FCE, 2001, 548 p. - Tusell, Javier, Una breve historia del siglo XX: los momentos decisivos, Madrid, Espasa Calpe, Colección Espasa forum, 2001, 422 p.

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