Antonia, sentada en el borde de la cama, evitando escuchar el ruido de la calle y más obras mañaneras producidas en una ciudad que madruga a trabajar, manteniendo una vida rutinaria y monótona con el único fin de sobrevivir al consumo, ella se sumerge en letras y en mares de palabras caóticas .
Llegando, 9 pm
El viaje del día anterior fue exasperante, uno de sus tacones se rompió mientras bajaba las maletas del carro, nadie la ayudo, ni siquiera la vieron cuándo se callo en el pavimento y se corto su pierna derecha, el mal paso iba empeorando, pero la sociedad solo tiene ojos para sus propias labores y deberes, la ayuda no es de contemplarse.
Ella solo quería algo de calor y comodidad, su cama y su libro de Moliere, al entrar al hotel de Quevedo sintió un ligero reproche y apatía por su contorno y falta de calidez, más que un hotel parecía un hostal de una estrella, pero ya estaba allí y no había marcha atrás , ingresó rápidamente y le asignaron su habitación de metro cuadrado dónde apenas se acomodaba la cama pequeña, un mueble y sus maletas, afortunadamente la claustrofobia no era una debilidad para Antonia.
El descanso, 11 pm
Dejó las maletas como pudo al lado de la cama, se saco los tortuosos tacones y ni se dio cuenta en donde cayeron, se quitó el abrigo y lo dejó en la silla verde que olía extraño, una vez estando casi desnuda pudo descansar y deshacerse de toda la carga y malas energías que recogió en el camino, finalmente pudo dormir, pero en sus sueños nunca dejo de pensar en Moliere, pues quería entender que sucedía en el siguiente capitulo.
Apenas salió la luz, siendo las 6 am, y sin importar mayor atención al frío se sentó en el borde de la cama para captar justo toda la luz solar que entraba por la ventana y empezó a leer, por fin se perdía de la sociedad, de nuevo su espíritu resplandecía en las palabras de un autor y Antonia se perdió en un mar de palabras caóticas.