Los tiempos de Altamira: el Solutrense y el Magdaleniense en el centro de la Región Cantábrica

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Los tiempos de Altamira: El Solutrense y el Magdaleniense en el centro de la Región Cantábrica Ramón Montes Barquín y Pedro Rasines del Río

El país de Altamira La región cantábrica ocupa una superficie de 2.155.630 hectáreas a lo largo de la fachada norte de la Península Ibérica, entre las desembocaduras de los ríos Eo (Ribadeo) y Adour (Bayona). Es un espacio bien definido, paralelo al litoral del Mar Cantábrico, compuesto en lo esencial por un frente montañoso perfectamente orientado de Este a Oeste, formado en la Orogenia Alpina. La vertiente septentrional de la región presenta una estricta y repetitiva compartimentación en cortas y estrechas bandas lineales deprimidas, orientadas genéricamente de Sur a Norte, que se identifican con los valles fluviales, y una franja litoral, –en general como llana- conformada a modo de “corredor” paralelo a la costa. Modelada por la acción del último período glacial y por la corta pero enérgica red fluvial, la región se articula, por tanto, en tres grandes unidades: “la Marina”, o franja litoral, los valles, ortogonalmente dispuestos y alineados perpendicularmente a la línea costera y los macizos montañosos de la Cordillera Cantábrica, que cierran por el Sur este espacio y lo separan de la Meseta Norte y el Valle del Ebro. Por otra parte, la región presenta dos ámbitos morfoestructurales: el occidental (oeste y centro de Asturias), constituido por materiales del zócalo paleozoico y el oriental (Cantabria y País Vasco), compuesto por rocas mesozoicas y terciarias. El

segundo se superpone al primero en una zona de contacto poco definida que ocupa el oriente de Asturias y el extremo occidental de Cantabria. El “país de Altamira” se sitúa en el centro de la región cantábrica, dentro de la actual Comunidad Autónoma de Cantabria. Presenta netamente diferenciadas las tres unidades descritas, alcanzando, tanto la franja litoral (La Marina), como los valles de la zona (Saja, Besaya, Pas y Miera), los máximos desarrollos en extensión a lo largo de la misma. En general, este sector central se caracteriza por la presencia de relieves ondulados, con altitudes moderadas nunca superiores a los 600 m. Destacan, únicamente, la Sierra del Escudo de

Entorno de la Cueva de Altamira.

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Cuadro crono - cultural del Paleolítico Superior. 20/Los tiempos de Altamira

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Distribución de los yacimientos solutrenses

Cabuérniga y Peña Cabarga, con altitudes que alcanzan los 569 m. Es un área donde, geológicamente, predominan las calizas del Cretácico, lo que ha favorecido el desarrollo de fenómenos kársticos, con la formación de abundantes cavernas, en general de tamaños discretos, muchas de ellas utilizadas por el hombre durante el Paleolítico. La zona se encuentra actualmente fuertemente modificada por la acción del hombre. Hasta fechas recientes, aparecía cubierta de potentes encinares cantábricos en terrenos de roquedo calizo, bosquetes de robles y avellanos, y densos “bosques galería” a lo largo de los cauces de los ríos. Las especies animales más características siguen siendo el corzo, el jabalí y el ciervo, aunque éste último llegó a desaparecer y fue reintroducido en la reserva nacional existente en la cuenca del río Saja, a mediados del siglo XX. El poblamiento humano de este sector de la región se inició, al igual que en el resto de la Cornisa Cantábrica, hace algo más de 200.000 años, durante el Paleolítico Inferior. Grupos de

Homo heidelbergensis, muy similares a los recuperados en la Sima de los Huesos de Atapuerca, ocuparon la franja litoral y, de manera más puntual y esporádica, los valles medios. Estas primeras ocupaciones, que se realizan preferentemente al aire libre y siempre cerca de los ríos o la costa, han generado una amplia red de casi 100 yacimientos al aire libre, mas algunas ocupaciones en determinadas cuevas, como Linar, Covalejos y El Castillo. En estos lugares se han hallado industrias líticas del complejo industrial Achelense, entre las que son muy frecuentes los cantos tallados, hendedores y bifaces, generalmente realizados sobre cantos rodados fluviales de cuarcita y arenisca. Desde finales del ultimo interglaciar, hace poco más de 100.000 años, comienza a generalizarse la tecnología propia de los neandertales, el Musteriense, caracterizada por la presencia masiva de las herramientas sobre lasca: raederas, denticulados y puntas, esencialmente, en detrimento del utillaje pesado, propio de la fase precedente. El Paleolítico Medio es también la “época de los Los tiempos de Altamira / 21

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neandertales”, tipo humano heredero de los heidelbergensis europeos, que pobló el continente entre 150.000 y 30.000 años antes del presente. Sus asentamientos se ubican preferentemente en cavidades como El Pendo, Covalejos, Linar, El Castillo o Morín, aunque se documentan algunas estaciones al aire libre, especialmente en relación con la captación y procesado de nódulos de sílex de la zona costera. Si bien existen fechas absolutas que informan de la llegada de los primeros humanos modernos desde hace 40.000 años (Cueva del Castillo), parece que la completa sustitución de los últimos neandertales por las poblaciones modernas del Paleolítico Superior no concluye hasta hace unos 35.000 años, momento a partir del cual se desarrollan el complejo industrial Auriñaciense y, posteriormente, el Gravetiense. Estas primeras industrias del Paleolítico Superior muestran, primordialmente, dos aspectos: el desarrollo de las industrias líticas sobre soportes laminares y la aparición y desarrollo de las herramientas y elementos ornamentales sobre hueso y asta: azagayas, colgantes, etc.

LA ÉPOCA SOLUTRENSE (21.000-16.500 AÑOS ANTES DEL PRESENTE) El Solutrense es el período central del Paleolítico Superior y se desarrolla en Europa a lo largo de unos 4.500 años, entre las fases Gravetiense y Magdaleniense. Se caracteriza principalmente por la aparición y generalización, entre el instrumental lítico, del retoque plano o “invasor”, especialmente aplicado a las puntas de caza fabricadas sobre sílex y cuarcita: puntas de muesca, de hoja de sauce y de base cóncava. Además, podemos reseñar el hecho de que el resto de las industrias líticas adquiere gran variabilidad, aumentando progresivamente los utensilios realizados sobre hojas y laminillas, no muy diferentes a los de las etapas inmediatamente anterior y posterior. En los momentos más avanzados del Solutrense aparecen industrias líticas semejantes a las magdalenienses, 22/Los tiempos de Altamira

con tendencia a la desaparición de las puntas, abundancia de hojitas retocadas —generalmente de dorso— y mayor frecuencia de buriles, además de las piezas de dorso abatido. En lo que a la industria sobre hueso y asta se refiere, se pone de manifiesto un progresivo aumento de su diversidad y, sobre todo, una relativa abundancia de agujas y azagayas, siendo características de este periodo las aplanadas y curvadas con el bisel central, y las de sección circular y cuadrangular con biseles en la base que presentan incisiones para facilitar el agarre al astil de madera. Otros utensilios, como los punzones, espátulas y bastones perforados son frecuentes, aunque en menor medida.

Clima, vegetación y fauna Durante el Solutrense, el clima conoce, dentro del ámbito siempre frío de la glaciación würmiense, dos grandes fases: el interestadio Würm III–IV, con condiciones más benignas, y los comienzos del último estadio glacial, el Würm IV, con frío más intenso. Hace 18.000 años, se produjo el máximo desarrollo conocido del casquete Polar Ártico, que alcanzó el sur de las Islas Británicas, Holanda y Alemania, dejando a buena parte de Europa bajo condiciones periglaciares. La región cantábrica, al igual que el resto del sudoeste del continente, se convirtió entonces en un área “refugio” para la flora, la fauna y los grupos humanos1. Todo parece indicar que la menor latitud y el efecto atemperador de las corrientes marinas sobre el litoral cantábrico provocaron un aumento de la presencia humana y una intensificación de la explotación de este territorio que constituía, en esos momentos, una de las regiones con mayor biodiversidad de Europa. La bajada del nivel del mar, consecuencia de la absorción de agua por la extensión del casquete Polar Ártico, generó una ampliación de la zona costera cantábrica, abierta e inmediata al frío y borrascoso Mar Cantábrico. Esta superficie quedó

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tapizada por brezales y praderas similares a las de los ambientes esteparios. El interior, más montañoso y con numerosos valles más bien cerrados, mantenía algunos hábitats abrigados de los vientos del mar, recibiendo precipitaciones suficientes para permitir el desarrollo de manchas de arbolado y bosquecillos locales. Las altas crestas y los valles elevados de la Cornisa Cantábrica estaban ocupados por glaciares y las nevadas debían de ser abundantes, situándose el nivel de nieves perpetuas a unos 1.500 metros de altitud en los momentos más fríos. Las laderas con fuertes pendientes y, especialmente, las orientadas al norte, probablemente se hallarían desnudas. A pesar de las rigurosas condiciones climáticas, este medio era rico en caza, pescado y marisco. Por ello, debió de tener un gran atractivo para los grupos de cazadores-recolectores, comparado con el ambiente menos productivo y más áspero del centro de Europa o de la Meseta española. A lo largo y ancho de las llanuras litorales, ricas en pastizales, se produjo una notable expansión de las manadas de bisontes, caballos y ciervos, con la aparición esporádica de otras especies, como los renos, en los momentos más rigurosos. La cabra montés y el rebeco eran también frecuentes en zonas bajas de roquedo calizo próximas al mar. En los cortos y relativamente caudalosos ríos cantábricos, la presencia de salmones, truchas y otras especies menos aptas para el consumo era abundante, fundamentalmente, en los meses centrales del año. La presencia de pequeños animales sensibles a los cambios climáticos, como el topillo nórdico — ahora su límite meridional de expansión es Holanda— o el molusco marino denominado Cyprina islandica —en la actualidad habitante del Mar Ártico— informan de las frías condiciones que reinaban en la región.

Los yacimientos: situación y caracteres El clima debió de condicionar enormemente la elección del hábitat, como revela la ausencia de asentamientos de esta época por encima de los 400 metros de altitud. En la actualidad, conocemos un total de 22 yacimientos con evidencias solutrenses en el “país de Altamira” (a ellos podemos sumar la cueva de La Llosa, con manifestaciones artísticas presumiblemente solutrenses, pero sin yacimiento acreditado de este período). De ellos, 19 son yacimientos en cavidades, y tan sólo 3 se ubican al aire libre. Esta proporción habría que atribuirla tanto al ambiente más bien frío, que invitaría a buscar refugio en las cuevas, como a la mejor conservación del registro arqueológico en las grutas. Así, serán los abrigos y cuevas de la llanura litoral, con vestíbulos amplios y soleados, los lugares preferentemente elegidos para la instalación de los

Puntas solutrenses de sílex (Cueva de Altamira)

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campamentos, resultando más escasos los yacimientos ubicados al interior de la región y, aún más raros, los localizados al aire libre. Además, éstos últimos parecen estar más bien relacionados con actividades concretas de subsistencia, como la captación y talla de sílex o la caza, que con funciones de residencia. La mayor densidad de cavidades ocupadas en el litoral puede tener relación con la existencia de un modelado orográfico menos tortuoso y con la presencia de vastas zonas abiertas, salpicadas de áreas más resguardadas (vallejos o amplias dolinas calcáreas) donde el bosque caducifolio subsiste, a pesar de los rigores invernales de la glaciación. No podemos olvidar que, debido a la recuperación del nivel del mar, al finalizar la última glaciación, muchos enclaves costeros quedaron sumergidos, lo que seguramente supuso su pérdida irreparable. Únicamente conocemos los yacimientos que se encontraban en áreas interiores de La Marina, como la propia Altamira.

Es una constante que tan solo se documente un nivel estratigráfico por yacimiento con evidencias de este período, con la excepción de la cueva del Ruso I, en donde se han localizado dos: uno del Solutrense pleno, y otro, de los momentos finales. Los niveles suelen ser espesos —entre 50 y 100 cm— aunque existen excepciones que indican, bien una conservación deficiente de los estratos originales, debida a causas naturales (erosiones), bien que las ocupaciones fueron limitadas o esporádicas. Los estratos espesos, como los de La Meaza (80 cm), la Peñona de Caranceja (80 cm), Hornos de la Peña (al menos 50 cm), El Pendo (+ de 50 cm) o Altamira (entre 40 y 80 cm), parecen el resultado de la acumulación de presencias reiteradas a lo largo del tiempo, más que de una permanencia continuada y estable. En ninguno de los enclaves del “país de Altamira” ha sido posible, hasta el momento, discriminar áreas de actividad cotidiana diferenciadas, ni documentar enterramientos. Por otro lado, sólo disponemos de dos dataciones absolutas, ambas obtenidas por Carbono 14, de estos yacimientos. La primera se obtuvo en el nivel de Altamira, con un resultado de 18.540 + 540 años antes del presente. La segunda, procede del nivel del Solutrense final del Ruso I, con una fecha de 16.410 + 210 antes del presente.

Las evidencias del Solutrense

Puntas de azagayas solutrenses de asta de ciervo (Cueva de Altamira) 24/Los tiempos de Altamira

Una característica común a todos los yacimientos ubicados en cavidades es la elevada concentración de vestigios, tanto de industrias sobre piedra, asta o hueso, como de alimentación (huesos y conchas marinas, esencialmente). Ello parece fruto de una ocupación intensa de los asentamientos, seguramente por tratarse éstos de “campamentos base” con una función de hábitat semipermanente y, también, por producirse un incremento en los efectivos de la población humana que implicó, por primera vez en la región, la utilización de

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Arte solutrense: caballos y ciervo pintados en el techo de la “galería A” de la Cueva de la Pasiega

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A la derecha Tabla 1: Yacimientos Solutrenses. 26/Los tiempos de Altamira

todas las áreas susceptibles, orográfica y climáticamente, de ser ocupadas. Incluso los yacimientos interpretados como asentamientos estacionales o especializados —apostaderos de caza, estaciones en zonas de recolección, etc.— registran, habitualmente, una considerable densidad de restos que viene a confirmar el uso reiterado de los mismos. La tabla 1 sintetiza los contenidos arqueológicos conocidos en los yacimientos de la zona y la hipótesis de interpretación más comúnmente aceptada para cada enclave, en función de su ubicación y sus características. Durante el Solutrense, se alcanza la plenitud de los sistemas de explotación intensiva del territorio, a partir de una serie bastante limitada, pero muy rentable, de recursos. Los cazadores-recolectores se especializan en la caza del ciervo, en el área litoral, y de la cabra montés, en las zonas interiores de roquedo -a lo que hay que añadir la progresiva disminución de la caza de grandes ungulados, como caballos y bóvidos-. Aumenta, paulatinamente, el consumo de alimentos de origen marino —lapas y caracolillos esencialmente, aunque aparecen incluso restos óseos de focas y de otras especies marinas— y de pescado fluvial: trucha y salmón principalmente. También se recurría a la recolección de vegetales comestibles. La difusión del retoque plano —frecuentemente bifacial—, que se asocia a la fabricación de puntas líticas, constituye el hito tecnológico más característico de esta fase. De hecho, debido a que su aparición y desarrollo coinciden plenamente con ella, estos proyectiles son conocidos como “puntas solutrenses”. En casi todos los yacimientos aparecen en mayor o menor cantidad, siendo especialmente abundantes las puntas de base cóncava y, al final de período, las de muesca. Las puntas de base cóncava son prácticamente exclusivas de la región cantábrica y parecen ser el resultado de una adaptación técnica a la fabricación de puntas sobre materias primas de difícil talla como la cuarcita, muy empleada en la región ante la relativa escasez de sílex. La desaparición de las puntas de retoque

plano, asociada a otros avances, marca el final del Solutrense cantábrico. A las puntas debemos sumar otros tipos de utensilios: buriles, raspadores y perforadores, entre otros, y una cantidad de laminillas de borde abatido cada vez más importante que seguramente tiene relación con la aparición y generalización de utensilios compuestos como piezas de madera, hueso o asta con ranuras, donde se insertan, mediante el encolado con resinas de abedul o pino, estas pequeñas piezas líticas. La generalización de las agujas de coser sobre hueso y el progresivo aumento de las azagayas sobre asta —incremento limitado por la importancia de las puntas líticas de retoque plano— son otro hecho destacado desde el punto de vista de la cultura material. Entre las azagayas destacan, por su frecuente aparición, las de sección circular con bisel en la base, y las biapuntadas de aplanamiento central, por ser casi exclusivas de este período.

Formas de vida A partir de la distribución de los yacimientos y de las evidencias recuperadas en los mismos, es posible un mínimo acercamiento a los modos de subsistencia de los grupos humanos del período, los cuales exponemos a continuación. Se ocupan la totalidad de las áreas que, biogeográficamente, reúnen condiciones adecuadas (valles bajos y área litoral, principalmente). Son las más bajas y próximas al mar, las más intensamente habitadas, mientras que las áreas más interiores y abruptas se utilizan estacionalmente, seguramente en los meses de primavera y verano. Determinadas cavidades, estratégicamente ubicadas en el territorio litoral y con amplios y soleados vestíbulos, son reiteradamente ocupadas, apareciendo una serie de pequeños yacimientos tanto en cueva como, en menor medida, al aire libre, diseminados en zonas particularmente estratégicas, bien para la explotación estacional de recursos, bien para la captura de especies animales concretas (tabla 1).

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Yacimientos Solutrenses

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Arte solutrense: Cierva y caballo pintados (Cueva del Pendo)

Se deduce, a partir de lo anterior, la existencia de una estudiada y compleja estrategia de explotación del medio, con movimientos estacionales por áreas relativamente pequeñas pero muy productivas. La especialización en la caza de ciervos en La Marina y zonas bajas de los valles, de cabras en zonas de roquedo, así como la recolección de moluscos marinos, se incrementa a lo largo de esta fase. La recolección de vegetales, a pesar de su importancia, pudo verse condicionada por las limitaciones de un paisaje vegetal sujeto a fuertes degradaciones climáticas, donde las praderías debieron de adquirir un notable pro28/Los tiempos de Altamira

tagonismo en detrimento de las zonas boscosas más fértiles. La difusión y perfeccionamiento de las agujas de coser informa de la existencia de artesanías relacionadas con la fabricación de ropas, recipientes y tiendas de piel. En definitiva, el Solutrense supone el inicio de la época de plenitud de las sociedades de cazadoresrecolectores que poblaron la región cantábrica durante el Pleistoceno y la consolidación de las formas de vida que permitieron, tanto en esta fase, como en el Magdaleniense, alcanzar las mayores cotas de bienestar y progreso tecnológico conocidas en los tiempos paleolíticos.

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Los artistas solutrenses El arte de esta etapa supone un puente entre los inicios de la expresión plástica, constatados al comienzo del Paleolítico Superior (Auriñaciense y Gravetiense), y la eclosión de las grandes manifestaciones artísticas del posterior período Magdaleniense, momento en el que se alcanzará el cenit del arte de los pueblos cazadores europeos. A lo largo del Solutrense irán surgiendo y desarrollándose muchos de los recursos técnicos y estilísticos que permitirán la creación de obras artísticas de la calidad de los bisontes de Altamira o las espectaculares representaciones sobre asta y hueso propias de las fases finales del Paleolítico. Prácticamente todos los yacimientos del entorno de Altamira han proporcionado objetos decorados sobre asta, hueso y diente. En estas decoraciones, son especialmente frecuentes los motivos geométricos en colgantes y objetos utilitarios y otros de uso desconocido, siéndolo algo menos las representaciones de animales y signos. En cualquier caso, este arte mobiliar parece estar más relacionado con el adorno personal y la vida cotidiana que con el simbolismo de tipo religioso. Entre los elementos más representativos podemos citar varias esquirlas óseas con grabados incisos finos de líneas paralelas y en damero, el colgante denominado tradicionalmente “Venus de El Pendo” (fig. 32 del catálogo) y los colgantes, sobre hueso hioides de caballo, de Altamira (fig. 26 del catálogo). Más escaso es el arte rupestre, posiblemente porque sólo se produjo en las cavidades que acogieron ritos de corte espiritual. En lo esencial, se caracteriza por el dominio del color rojo, el empleo de los trazos simples y los realizados con puntos —tamponados—, la ejecución de figuras animales a partir de la extensión del pigmento por la pared —técnica de la tinta plana— y la generalización de los grabados realizados a buril, habitualmente de trazo simple y único. Los temas más representativos son, por este orden, los cérvidos, especialmente las ciervas, los caballos, las cabras y, en menor medida, los bóvidos, rebecos y otras espe-

cies animales. Los signos cuadriláteros, los realizados con líneas de puntos y, con menor frecuencia, el resto de signos son, asimismo, habituales en estos conjuntos. La representación de manos, característica de fases presolutrenses, también se documenta puntualmente. Es el caso de las manos negativas, en negro, y las positivas, en rojo, del sector derecho del techo de Altamira. A pesar de que actualmente existen algunas bases sólidas para retrotraer la cronología -presuntamente solutrense-, de ciertas representaciones de la cueva de La Garma (sector III), del conjunto del friso de las pinturas de El Pendo, quizás de La Llosa, e incluso, de las pinturas rojas del Salitre, caracterizadas por la aparición de animales realizados a partir de tintas planas, tamponados y trazos “babosos” de color rojo, hasta fechas que alcanzan el Gravetiense pleno, tendemos a considerar estos conjuntos parietales como partes de un mismo grupo artístico pre-magdaleniense. Dentro de éste no se documentan rupturas estilísticas ni temáticas importantes y sí una notable filiación y cierta continuidad, tanto en los temas como en técnicas desde, al menos, el final del Gravetiense hasta las postrimerías del Solutrense. Los conjuntos más representativos de cronología Solutrense, en la zona que analizamos, son: La Meaza, el sector derecho del gran techo de Altamira, parte de los conjuntos de El Castillo y La Pasiega, El Pendo, La Llosa, el sector III de La Garma, El Salitre, y quizás Cualventi, es decir, un total de 10 de los 22 yacimientos conocidos. Un caso aparte lo constituye la cueva de Las Chimeneas, la cual, hasta fechas recientes, ha sido considerada solutrense desde un punto de vista tanto técnico como estilístico y, sin embargo, una datación absoluta por Carbono 14 ha situado en el Magdaleniense Inferior. Al margen de los conjuntos, quizá más antiguos, de La Garma y El Pendo, la mayor concentración de este período se registra en las cavidades de La Pasiega (galerías A, B y C), El Castillo y, muy especialmente, en el sector derecho del gran techo de Altamira, donde encontramos un gran conjunto

Recreación de los cazadores – recolectores del Paleolítico Superior

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de caballos realizados en tinta plana y tamponado —todo ello en rojo— algunos animales complementarios, cabra y bisontes, y varios signos realizados con puntos rojos. En los restantes casos nos hallamos ante pequeños paneles dominados, bien por los signos (La Meaza, La Llosa…), bien por los temas animales más frecuentes (Salitre). En algunas grutas, como Cualventi o Alto del Peñajorao, no se conoce con precisión su composición temática, al tratarse de restos muy perdidos o manchas informes.

LA ÉPOCA MAGDALENIENSE (16.500 – 10.800 AÑOS ANTES DEL PRESENTE)

Bisontes europeos

30/Los tiempos de Altamira

El Magdaleniense es un período cultural definido a partir de los tipos de herramientas de piedra y, sobre todo, de asta y hueso que se han conservado. En realidad, hay una continuidad entre las fases más tardías del Solutrense y las primeras del Magdaleniense. A menudo, los niveles magdalenienses más antiguos se depositan directamente sobre los últimos solutrenses. Apreciamos las diferencias a través de las dataciones absolutas, de la presencia de determinados “fósiles–guía” (ele-

mentos característicos de un período) y de ciertas peculiaridades de sus industrias. Nada induce a pensar en un cambio drástico en sus formas de vida y subsistencia; más bien se produce una paulatina evolución tecnológica que irá acelerándose durante las últimas fases del Pleistoceno Superior. En la industria lítica, el inicio del Magdaleniense supone la desaparición del retoque plano característico del Solutrense. Aunque los instrumentos más frecuentes son los raspadores y los buriles, existe una notable diversidad de útiles, elaborados para realizar las tareas propias de su modo de vida: grabar, descuartizar los animales abatidos, cortar la carne y el cuero, curtir las pieles, perforarlas para coserlas, trabajar la madera, el hueso y el asta de ciervo, etc. Su forma es similar a la de las etapas inmediatamente anteriores. Para elaborar estos objetos se extraen láminas de tamaño medio o grande a partir de núcleos, habitualmente de sílex y en menor medida de cuarcita. La tecnología basada en la producción y retoque de pequeñas láminas tiende a incrementarse en las fases más recientes del Magdaleniense y, especialmente, en el período siguiente, el Aziliense. Pero lo que verdaderamente caracteriza al Magdaleniense es la variedad de útiles de gran perfección técnica y con frecuencia decorados, realizados sobre hueso y asta: espátulas, varillas, puntas de azagaya para la caza, arpones para la pesca, punzones y agujas para coser, colgantes para el adorno personal, bastones perforados, etc. La decoración de estos objetos se limita a motivos geométricos aunque, en ocasiones, se graban bellas figuras de animales que, en los ejemplares más refinados, llegan a constituir auténticas obras de arte. Este tipo de decoración es más frecuente en los artefactos de mayor duración e incluso en objetos sin aparente función útil, como huesos planos o placas de piedra.

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Distribución de los yacimientos magdalenienses

Clima y Paisaje Todo el Magdaleniense discurre en el último tramo de la glaciación de Würm, dentro del período denominado Tardiglacial. Es un clima riguroso en el que se suceden momentos frescos y húmedos con otros más fríos y secos. La alternancia de estos episodios produjo sucesivos descensos y elevaciones del nivel del mar que se tradujeron en variaciones en la posición de la línea de costa. En los momentos más crudos, ésta retrocedía hacia el norte y quedaba al descubierto una franja litoral que, entonces, era ocupada por el hombre y cuyos yacimientos se encuentran, en la actualidad, sumergidos en el mar. Durante esta época, el “país de Altamira” ofrece una notable diversidad de biotopos y microclimas. En pocos kilómetros se pasa de la zona litoral, receptora de la influencia oceánica, a los parajes de montaña. Los valles, en ocasiones profundos y tortuosos, alteran el sentido de los vientos y causan una sucesión de solanas y umbrías.

El paisaje vegetal se transformaba al tiempo que lo hacían las condiciones ambientales. En general, fue abierto, dominando las grandes extensiones de landas y praderas. Los escasos árboles y arbustos tendían a concentrarse en manchas boscosas y bosquecillos desarrollados en los lugares más favorables para su crecimiento, aprovechando las variaciones de la orografía y los microclimas. Todo ello propició el desarrollo de una fauna rica y variada. Como en el Solutrense, los ciervos y, en las regiones más abruptas, las cabras monteses fueron las especies más cazadas, seguidas del caballo, los grandes bóvidos, el rebeco, etc.

Cronología y períodos El Magdaleniense se desarrolla en la región cantábrica durante casi seis milenios (16.500 - 10.800 años antes del presente). En este vasto intervalo temporal no sólo se produjeron modificaciones en el clima, sino que la cultura humana evolucionó Los tiempos de Altamira / 31

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continuamente, adaptándose a nuevas circunstancias, lo que ha permitido a los prehistoriadores distinguir varias etapas. En su primer momento, el Magdaleniense Inferior arcaico, las condiciones ambientales son de transición entre el final de una fase muy húmeda y el comienzo de un período seco y de temperaturas más severas. De esta época, tenemos evidencias en la cueva de Rascaño donde, al margen de la desaparición de las puntas solutrenses, son características las azagayas de base monobiselada y decoración en espiral. El Magdaleniense Inferior, rico en raspadores nucleiformes y azagayas de sección cuadrangular y base en monobisel, es una fase bien representada en la Cornisa Cantábrica. Se extiende entre el 16.500 y el 14.000 antes del presente. Para Altamira, esta fue una época de esplendor, la cueva fue ocupada con frecuencia durante más de dos milenios, y el santuario rupestre se enriqueció con la creación de las famosas “pinturas policromas” que continúan causando sorpresa y admiración al hombre actual.

Buriles magdalenienses de sílex (Cueva de La Pila) 32/Los tiempos de Altamira

Los cazadores-recolectores también vivieron en otras cavidades del entorno inmediato de Altamira. En la cuenca de los ríos Saja y Besaya, la cueva de Hornos de la Peña fue ocupada durante estos momentos antiguos del Magdaleniense. En el valle del Pas, las magníficas condiciones para el hábitat de la Cueva del Castillo, tal y como sucedía desde hacía más de cien mil años, seguían atrayendo a los grupos paleolíticos, que dejaron una estratigrafía arqueológica de este momento de más de 1,5 m de espesor. En la zona litoral, habitaron intensamente la cueva del Juyo, donde acumularon un ingente depósito de restos con millares de huesos de ciervo. Hacia el interior, explotaron, sobre todo en la primavera y verano, el paisaje abrupto de la cueva de Rascaño, cazando preferentemente cabras y pescando salmones y truchas en el río Miera. La cueva de la Garma (Omoño) también sirvió de refugio a las bandas del Magdaleniense Inferior. El Magdaleniense Medio (14.000 – 13.000 B.P.) es una fase más corta que ha dejado menor número de yacimientos. Existen evidencias en la

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cueva de La Garma y, probablemente, en las de Altamira, Rascaño, El Castillo y El Juyo. El Magdaleniense Superior-Final (13.000 10.800 B.P.) se caracteriza por la progresiva abundancia de útiles microlíticos, el incremento del porcentaje de buriles y la presencia de arpones sobre asta de ciervo de una y dos hileras de dientes y de azagayas de doble bisel. En esta etapa, ya no se habita la cueva de Altamira que había sido cerrada por el derrumbe del techo de la entrada. No obstante, crece el número de cuevas ocupadas, tal vez coincidiendo con un aumento demográfico: Sovilla, El Linar, La Pila, El Castillo, El Pendo, Morín, Rascaño, La Garma y, quizá, El Piélago.

numerosas ocasiones con los solutrenses. Suelen localizarse cerca de la orilla actual del mar, en las crestas o en colinas de las llanuras costeras y en los valles fluviales bajos. De este modo, las sociedades magdalenienses ocuparon la franja costera, remontaron los cauces fluviales y alcanzaron zonas de montaña. Vivieron, no sólo en la Cueva de Altamira, sino también en otras cavernas situadas en el entorno (tabla 2). El apreciable incremento de yacimientos magdalenienses respecto a los solutrenses acaso esté marcando, siempre dentro de la baja densidad de población propia de todo el Paleolítico, un cierto crecimiento demográfico, que se acentuará en los momentos finales del período.

El Poblamiento

El arte del Magdaleniense

El estudio de los yacimientos arqueológicos magdalenienses nos permite conocer su distribución en el territorio, cuáles se utilizaron para vivir, cuáles fueron santuarios rupestres, cuáles participaron de ambas actividades y cómo los hombres y mujeres de esta época respondieron a los retos que la vida les planteaba. Presumiblemente, los asentamientos al aire libre, sobre todo, campamentos menores, de paso o especializados, no debieron de ser raros. Sin embargo, sus restos han sido borrados por la erosión o enterrados. Fueron las cuevas y abrigos los lugares que ofrecían el mejor amparo ante las inclemencias del tiempo y los preferidos como campamentos residenciales y logísticos. La continuidad con el patrón de poblamiento anterior es evidente. Los magdalenienses habitaban preferentemente la zona costera; seguramente por disponer de mejores comunicaciones — tanto a lo largo del corredor litoral como para adentrarse hacia el interior de la región a través de los valles fluviales—, contar con un clima menos riguroso que en las zonas de montaña y disponer de mayor riqueza de recursos para la subsistencia. Los yacimientos magdalenienses coinciden en

El arte paleolítico evoluciona y alcanza durante el Magdaleniense su apogeo, tanto en sus manifestaciones parietales como muebles. Las obras de arte mobiliar son más abundantes que en cualquier otro

En la página siguiente tabla 2: Yacimientos Magdalenienses

Puntas de azagayas magdalenienses de asta de ciervo (Cueva del Castillo).

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Yacimientos Magdalenienses

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Arte magdaleniense: fragmento de hueso con caballo grabado (Cueva del Pendo)

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período anterior, sobre todo en algunas estaciones privilegiadas, como El Pendo, que ha proporcionado una de las mejores colecciones de todo el Paleolítico europeo: bastón perforado decorado con ciervo, ciervas y équido (fig. 38 del catálogo); bastón perforado con cabra en visión frontal; hueso grabado con caballo en el anverso y serpentiforme en el reverso; hueso con caballo y bóvido; compresor con caballo (Foto. 12); colgante decorado denominado “bramadera del Pendo” (fig. 39 del catálogo); colgante con representación de pez (fig. 10 del catálogo)... Podemos mencionar otras bellas obras halladas en el “país de Altamira”: el contorno recortado de cabeza de cierva del Juyo (fig. 34 del catálogo); el hueso con grabado de caballo de La Pila (fig. 35 del catálogo); el bastón perforado con ciervo de Cualventi (fig. 37 del catálogo); el bastón perforado con ciervo del Castillo (fig. 36 del catálogo); la espátula de hueso decorada con cabra

montés de La Garma; los omóplatos con ciervas del Castillo (fig. 33 del catálogo); las plaquetas de arenisca de Sovilla (una con cabeza de cabra, y otra con una línea cérvico-dorsal de cuadrúpedo) etc. Los artistas se esforzarán por acercar la imagen de los animales a la realidad, adoptando la perspectiva adecuada (especialmente patente en las cornamentas), el despiece en el interior de la figura (para marcar el límite entre superficies de distinta coloración o longitud de pelaje) e introduciendo recursos técnicos como el grabado estriado o la combinación de dos colores. Resulta, ahora, más frecuente que en los períodos anteriores la asociación de pintura y grabado, el empleo de éste en forma de trazo simple repetido, la representación de las cuatro patas de los animales -incluyendo detalles como ollares, ojos y boca- y el equilibrio entre las líneas que configuran las siluetas (pectoral, ventral, cérvico – dorsal, extremidades, etc.).

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A veces, ciertos procedimientos de despiece se aplican en función de la especie animal. En los caballos pueden aparecer líneas de división en el extremo de la cara que aislan el morro, o bien se distribuye la zona interior a través del despiece en “M” que marca el límite entre el área ventral y el resto del tronco. Sin embargo, en las cabras, el despiece ventral suele ser rectilíneo. Los bisontes pueden llevar una línea oblicua, extendida desde las patas anteriores a la cola que individualiza la giba o la pelambrera del cuello, seguida de una peculiar barbilla apuntada. Estos bóvidos portan, habitualmente, una línea que se extiende desde el ojo al nacimiento del cuerno y la oreja. En el Magdaleniense proliferan los santuarios rupestres: Altamira, El Castillo, La Pasiega, Las Monedas (Puente Viesgo), Chimeneas (Puente Viesgo), Las Aguas (Novales), El Linar (La Busta), Sovilla, Hornos de la Peña (Tarriba), La Garma.... Tras este período de florecimiento, el arte parietal se desvanece y no se encuentran rastros de él en la época aziliense.

Las cornamentas de los ciervos y los huesos eran la materia prima para fabricar instrumentos meticulosamente pulimentados, como punzones para perforar las pieles, delicadas agujas para coser y puntas de azagaya para la caza. Tallaban piedras de sílex y cuarcita, entre otras, convirtiéndolas en eficientes herramientas: raspadores, buriles, perforadores, cuchillos, raederas, denticulados, muescas, laminillas de dorso, etc. Debieron de aprovechar también la madera para fabricar un diversificado instrumental aunque, debido a su carácter perecedero, su conservación es excepcional. Las pieles de los animales abatidos eran secadas, una vez retirada la grasa de la cara interna con raspadores de piedra, en bastidores de madera. Más tarde, se curtían con ocre y otras sustancias. Finalizado este proceso servían para confeccionar ropa, zurrones, etc.

Arte magdaleniense: bisonte pintado (Cueva de La Pasiega)

El Magdaleniense: un estilo de vida Conocemos la vida de los cazadores-recolectores magdalenienses gracias a los restos de sus actividades descubiertos en las cuevas que ocuparon. Pudo existir hábitat al aire libre, como sucedió en otros lugares de Europa, pero en la región cantábrica no se ha encontrado ninguna evidencia. En los vestíbulos de las cavernas, iluminados por la luz diurna y protegidos de las inclemencias meteorológicas, desarrollaban las tareas cotidianas. En este entorno acogedor, acondicionaron el espacio y distribuyeron sus quehaceres, regulando, según el ciclo solar, el ritmo de sus actividades. El calor y la luz de los hogares, especialmente a partir del crepúsculo, aglutinarían la vida del grupo. Al final de la jornada, este ambiente recogido y sugestivo posiblemente animó la conversación y la transmisión oral de las tradiciones y las leyendas ancestrales. Los tiempos de Altamira / 37

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Los magdalenienses se preocuparon de completar su vestimenta, ataviándola con diversos objetos como dientes, manifestando predilección por los caninos atrofiados de ciervo, y las conchas perforadas que se cosían a la ropa o formaban parte de llamativos collares. La caza, la pesca, el marisqueo y la recolección de vegetales les proporcionaban el sustento. En el terreno cinegético, los magdalenienses se especializaron en la cacería del ciervo y, en las áreas montañosas, de la cabra. Otras especies, como el bisonte, el caballo e, incluso, el rebeco fueron capturadas, aunque con menos frecuencia. Se aprovechaban íntegramente: carne, grasa, tuétano, tendones, cuero, astas, huesos... También se incrementó la explotación de diversos recursos como la pesca fluvial, sobre todo, de salmones y truchas, y el marisqueo, con preferencia por lapas (Patella vulgata) y caracolillos (Littorina littorea) de buen tamaño. La recolección de vegetales, seguramente, fue muy importante en su dieta pero, dada su efímera preservación, apenas ha dejado rastro en el registro arqueológico. No obstante, el estudio de dos dientes recuperados en la cueva del Rascaño apunta hacia la importancia de los recursos vegetales en la alimentación cotidiana. Vivían congregados en bandas de cazadores-recolectores. Es decir, agrupaciones itinerantes, con escaso número de personas, apenas unas decenas, unidas por lazos de parentesco, con tendencia a la distribución igualitaria de los bienes, en las que existiría un liderazgo informal. El trabajo se repartiría, muy posiblemente, según la edad, el sexo, la habilidad y la posición de cada miembro del grupo. La supervivencia era una tarea en la que todos participaban: hombres y mujeres, adultos y niños. La mayoría de los adultos eran jóvenes, siendo poco habitual la supervivencia por encima de los cuarenta o cincuenta años. Desconocemos dónde y cómo enterraban a sus muertos. En nuestras latitudes, a diferencia de otras regiones de Europa, no se han encontrado enterramientos de esta época, ni en cuevas, ni al aire libre. 38/Los tiempos de Altamira

Nos hallamos, en el momento álgido de los grupos paleolíticos: su régimen de vida había alcanzado la madurez. Eran seminómadas y sus movimientos por el territorio fueron más fluidos y planificados, buscando, en cada circunstancia, los lugares más propicios en función de los desplazamientos de los animales que les servían de alimento y de los demás recursos disponibles. El pasillo litoral y los valles de los ríos servían de vías de comunicación, rigiéndose, los traslados, por ciclos estacionales. Así, las zonas de montaña, adecuadas para la captura de especies adaptadas a una orografía abrupta, como la cabra, se ocuparían en primavera y verano, cuando las temperaturas se moderaban. La época en que el salmón remonta el curso de los ríos para el desove atraería a los hombres hacia las riberas, mientras que los períodos de mareas vivas invitarían a acercarse a la costa para practicar el marisqueo con mejor rendimiento. Las temporadas de maduración de los diversos frutos silvestres marcarían el viaje hacia áreas fecundas para la recolección de cada uno de ellos. Estas actividades económicas no siempre suponían el traslado de toda la banda, sino que se podían organizar partidas que explotaban puntualmente el recurso y regresaban al campamento base donde lo compartirían con el resto del grupo. Esta dinámica de asentamientos por el territorio hizo que no fuera uniforme el sistema de ocupar las cuevas. Unas, como El Castillo, amplias y bien situadas en lugares estratégicos algo elevados, con dominio visual del territorio y control de los movimientos de la caza y otros grupos humanos, resguardadas de las crecidas de los ríos, próximas a zonas de aprovisionamiento de materias primas, con agua y copiosos alimentos en su entorno, serían campamentos base, poblados durante buena parte del año. Otras, más pequeñas, ubicadas junto a recursos estacionales, como Rascaño, acogerían partidas menos numerosas en intervalos de tiempo más cortos. Serían campamentos satélite, articulados en torno al campamento base. Podrían desempeñar distintas funciones: campamentos de paso para muy cortas estancias, campamentos de

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trabajo para el abastecimiento de materia lítica, caza, recolección, etc. Ciertas cavernas de hábitat cuentan con manifestaciones artísticas parietales pero otras no. Además, existen grutas con arte rupestre sin vestigios de habitación (Chimeneas y Monedas), por lo que parece que su única función fue la de santuario. Quizá, los grupos locales de un amplio territorio se reuniesen periódicamente en unidades residenciales importantes, aprovechando la concentración de recursos en puntos precisos, como las zonas de paso de manadas en sus movimientos migratorios, en determinadas épocas del año. Estos sitios de agregación de las bandas tal vez poseyeran una especial significación simbólica y acogieran ciertas celebraciones. Servirían para el intercambio no sólo de productos, técnicas y experiencias, sino también de personas, lo que evitaría problemas de endogamia y consanguinidad. Algunos prehistoriadores piensan que Altamira pudo ser uno de estos lugares.

El ocaso de los tiempos glaciares Hace unos 10.000 años, durante el período cultural Aziliense, acababa la última pulsación fría de la glaciación de Würm y con ella el Pleistoceno. Comenzaba entonces el período en el que nos encontramos actualmente: el Holoceno. El clima experimentó un cambio decidido hacia condiciones menos rigurosas. De este modo, las temperaturas ascendieron y aumentó la pluviosidad, avanzando los bosques y transformándose el paisaje vegetal. Los árboles propios de clima oceánico colonizaron los valles y las laderas de las montañas. Los animales mejor adaptados al frío migraron hacia latitudes septentrionales o se extinguieron, mientras proliferaron otros, como el corzo o el jabalí, más favorecidos por los ambientes templados y boscosos. La cultura cambió, acomodándose a los nuevos tiempos y adquiriendo nuevas estrategias de supervivencia. El mundo espiritual, los mitos y creencias

de los cazadores-recolectores del Paleolítico Superior se diluyeron y su formidable arte, expresión primigenia del genio creador humano, quedó dormido en el subsuelo y en las paredes de las cavernas. El gran libro de la Historia había pasado una de sus páginas más pasionantes.

Arte magdaleniense: caballo y reno pintados (Cueva de Las Monedas)

Notas 1

Ver capítulos de Altuna, J. y Carrión, J. S.; Dupré, M. en este mismo libro.

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