Resistencia en La Sierra

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La Batalla de San Pablo en Cajamarca, fue una de las acciones militares correspondientes a la Campaña
de la Breña, en el marco de la guerra del Pacífico, ocurrida el 13 de julio de 1882.
La guarnición chilena del pueblo de San Pablo es atacada por las fuerzas peruanas del coronel Iglesias,
tras un combate inicial favorable para los defensores estos deben replegarse hacia la costa en vista de la
superioridad numérica de los peruanos teniendo que abandonar sus heridos y enfermos en la población los
cuales son capturados por las tropas peruanas. Según parte oficial del Mayor Luis Saldez sus fuerzas
tuvieron 32 muertos y heridos y algunos desaparecidos, habiendo tenido los peruanos más de 200
muertos. El parte del coronel Miguel Iglesias reconoce 60 bajas, afirmando también haber encontrado en el
campo 110 cadáveres chilenos. El Jefe del Estado Mayor ordenó al Coronel Justiniano Borgoño, que
dispusiera el avance y ataque al ejército chileno. En la madrugada del 13 de julio de 1882 las tropas
peruanas, dejando “ La Capellanía “, se dirigieron a San Pablo. Los invasores conociendo el movimiento de
nuestras tropas, se habían adelantado posesionándose en los lugares: “ El Panteón ” y “ Batán ” , puntos
elevados y estratégicos. Avanzaba a la vanguardia de nuestros efectivos la “ Columna de Honor”, cuando
fue sorprendida por los chilenos que abrieron fuego. Esta columna fue diezmada, muriendo en acción el
Coronel Eudocio Ravines, el Teniente Gregorio Pita, José Manuel Quiroz, Enrique Villanueva, Nestor
Batanero Infantas (niño héroe de la Guerra del Pacífico y la batalla de San Pablo), totalizando 35
combatientes. Consecuencias: Tras la batalla de San Pablo, Lynch dispuso que el comandante Carvallo
Orrego con 1.200 soldados bien equipados partiera en busca de Iglesias, ante ello las tropas peruanas se
retiraron a las gargantas de la cordillera, las represalias contra la población civil que había apoyado al
ejército peruano fueron tremendas, los pueblos de Chota, San Luis, San Pablo y Cajamarca fueron
incendiados y destruidos, a esta última ciudad se le impuso un cupo de 50.000 soles y a la de Chiclayo
30.000, en San José fueron fusilados un grupo de pescadores acusados de ser montoneros tras lo cual la
población fue incendiada. Ante estos hechos el coronel Iglesias dio lo que ha sido llamado "el grito de
Montán", en este manifiesto a la opinión pública daba la guerra por perdida y abogaba por una paz incluso
con cesión territorial lo que había sido rechazado por el gobierno peruano desde el incio de la guerra.
A pesar de que Lynch se mostraba desconfiado hacia el nuevo gobierno que se había establecido en el
norte del Perú recibió ordenes del presidente Santa María para reconocer a Iglesias como presidente del
Perú e iniciar con él conversaciones de paz, deteniendo las hostilidades e incluso suministrando a sus
tropas armas y municiones para consolidar su gobierno, del mismo modo para obtener una paz de acuerdo
a sus intereses debía destruir la resistencia peruana comandada por el general Cáceres, quien en esos
momentos marchaba apresuradamente al norte con el fin de derrocar a Iglesias e impedir que firmara un
tratado que significara la mutilación del territorio peruano.
LOS CHILENOS EN SAN PABLO: Al mando de coronel Saldes, los oficiales chilenos tomaron posada en
las casas de familias más ricas de San Pablo, como fueron las casas del Sr. Simón Castañeda, Marcelino
de los Ríos alcalde de ese tiempo, también se alojaron en la casa del ingles Guillermo Suterland, que era
cuñado del gobernador de ese entonces don Jacinto Moncada Ahumada, y en la iglesia matriz de San
Pablo como cuartel general, de inmediato empezaron a saquear el pueblo sin ningún miramiento arrasando
con todo a su paso con acciones de pillaje e impusieron cupos a la población, obligándolos a entregar
víveres y ganados para el ejército chileno. Ante tantos atropellos gran parte de la población se refugió en la
hacienda de Tuñad que era propiedad del Sr. Simón Castañeda, que está ubicada en la parte sureste de la
provincia de San Pablo y en la hacienda de capellanía de propiedad del señor Ruperto Castañeda y
muchos sanpablinos optaron por buscar refugio en los cerros que circundan la ciudad o en el desván de
sus casas, preparaban sus alimentos durante la noche para no ser visto el humo de sus fogatas, los más
pudientes marcharon a Quilcate, Cochán y otros lugares lejanos para evitar ser víctimas de las
innumerables vejámenes que cometían los invasores, una noche cuatro chilenos incursionaron en las
viviendas adyacentes, para cometer robos y abusos pero por la destreza y valentía de los nuestros fueron
rodeados por un numeroso grupo de campesinos, los golpearon y fueron lanzados hacia los barrancos
pero uno de ellos logro salvarse y fue a dar aviso a sus jefes, quienes ordenaron la captura del hacendado
de la capellanía , pero don Ruperto Castañeda logró su libertad a cambio de la entrega de sus mejores
caballos de su hacienda a los chilenos. LAS REACCIONES: El 3 de julio de 1882, reunidos en casa de don
Vicente Pita varios grupos de enardecidos jóvenes de los barrios, que no pudieron realizar el ataque a los
chilenos en la noche del 29 de junio, bajo un directorio compuesto de distinguidos patriotas acordó atacar
al enemigo a la base de su cuartel de San Pablo; conformado por alumnos del colegio “San Ramón”, el
escuadrón “Vencedores de Cajamarca”, el Batallón Trujillo Nº 1, pobladores san pablinos y con la plausible
actividad del gobernador don Jacinto Moncada Ahumada y una columna de artillería dirigidos todos, por el
entonces coronel miguel iglesias que a duras penas contaba con un cañoncito antiguo de factura “El
Malcriado” y con apoyo de modestas fuerzas peruanas de las columnas voluntarias de Cajamarca, chota
Bambamarca, Hualgayoc, Llapa y San Miguel, e inmediatamente voluntarios de la zona formaron sus
respectivas compañías y llenos de coraje y el amor a su tierra salieron dispuestos a luchar.
EL INICIO DE LA BATALLA: Eran las 6.30 de la mañana, del 13 de julio de 1882, en que se inició esta
batalla al pie del cerro “El Montón” donde los sanpablinos y cajamarquinos lucharon con arrojo y valentía.
Pero frente a la superioridad numérica, en munición, armamento y posiciones estratégicas, nuevamente
ganaron terreno los chilenos. Se tuvo que ordenar el repliegue, hacia el lugar denominado “La Laguna”
después de una heroica resistencia.Los chilenos no permitieron una retirada ordenada y remataron con su
caballería, cometiendo una serie de excesos con los heridos, produciéndose una horrenda escena,
llamada “el repase”, mutilaban a los heridos de la forma más cruel.La segunda división comandada por el
Coronel Callirgos Quiroga, después de una travesía muy accidentada que lo retrasó llegó y causó estragos
al invasor que posicionado en las alturas del cerro “El Cardón” el primer tiro de cañón fue muy efectivo y
causó estragos y caídas en el ejército chileno. Inmediatamente los peruanos actuando con celeridad y
arrojo, descendieron de los cerros causando desconcierto al enemigo.El empuje de nuestras fuerzas fue tal
que el enemigo chileno se replegó, ocupando San Pablo y batiéndose en forma desordenada, dejando en
el campo de batalla, armamento, equipo, munición y caballos. Luego tomaron el camino de huida hacia
San Luis y Llallán en fuga desesperada hacia Pacasmayo. Cuando habían sido derrotados, habiendo
mordido el polvo de la derrota, incendiaron el pueblo de San Luis.
EL FIN DE LA BATALLA: Eran las 10.30 de la mañana y esta batalla llegó a su culminación, una hora más
tarde se izaba nuestro pabellón nacional en la Plaza de Armas de San Pablo.La historia reconoce a los
estudiantes del colegio San Ramón, caídos heroicamente de igual manera al teniente Néstor Batanero
Infantes quien al frente de siete soldados san pablinos supo contener a un pelotón de chilenos, su cuerpo
estaba de pie, apoyado en su bayoneta de su rifle. El estaba muerto, pero aun así en esa posición
desafiaba al enemigo.En el momento de recojo de los cadáveres se encontraban yacentes en el campo de
batalla ex alumnos, profesores, ciudadanos sanpablinos y cajamarquinos.
El Cupo: El 13 de Julio 1882 se produjo la "Batalla de San Pablo" que tuvo lugar en la provincia de San
Pablo, Cajamarca donde el héroe Miguel Iglesias junto a un reducido grupo de soldados cajamarquinos y
de otros pueblos aledaños, apoyados por profesores y alumnos del Colegio de “San Ramón” de
Cajamarca, lograron derrotar y poner en fuga al numeroso y bien equipado ejército Chileno. Tras esta
derrota chilena las represalias contra la población civil que había apoyado al ejército peruano fueron
tremendas, los pueblos de Chota, San Luis, San Pablo y Cajamarca pero Bambamarca se salvó de esta
agresión, observen el cuadro: El Lic. César Mejía nos explica: El Cupo se denomina a este cuadro al óleo
del reconocido pintor bambamarquino Arnulfo Vásquez Vásquez, trata de ilustrar los momentos vividos
por los pobladores de Bambamarca durante la guerra con Chile. Se cuenta que el ejército chileno llegó a la
ciudad de Bambamarca con la intención de quemarla, las autoridades presididas por el hacendado de
Chala, otorgaron una considerable cantidad de dinero con tal de conservar la ciudad.
En chota existe también un cuadro sobre la presencia chilena en la zona, fue pintado por el artista
bambamarquino Glicerio Villanueva Medina "Chota quemada por los chilenos". Se cuenta que los
chilenos quemaron a la ciudad de Chota en venganza porque envenenaron el agua de los puquios y
ocasionó la muerte de mucho soldados chilenos.
El Grito de Montán es el nombre con el que se conoce a la proclama o manifiesto que el general
peruano Miguel Iglesias dio a la nación peruana el 31 de agosto de 1882, en plena Guerra del Pacífico. Se
denomina así por el nombre del lugar en que aparece suscrito, la hacienda de Montán, en la provincia de
Chota del departamento de Cajamarca. Iglesias, entonces jefe militar y político de los departamentos del
Norte, proclamó la necesidad de acordar la paz con Chile, aún si esta implicase la cesión de las provincias
del sur, pues consideraba que el Perú había ya perdido la guerra en 1881 con la caída de Lima y que era
necesario apartar el azote bélico a las poblaciones peruanas, que continuamente sufrían las represalias del
invasor, entre matanzas, expoliaciones y daños de todo género.
El personaje: Miguel Iglesias, rico hacendado de Cajamarca y militar de trayectoria, empezó colaborando
con la dictadura de Nicolás de Piérolainstaurada en diciembre de 1879. Marchó a Lima con el cuerpo de
milicias que organizó en Cajamarca para colaborar con la defensa nacional. Piérola lo nombró Ministro de
Guerra y le encomendó organizar la defensa de Lima, ante la proximidad de los chilenos, victoriosos en las
campañas del Sur. Iglesias tuvo una destacada actuación en la Batalla de San Juan, librada en las afueras
de Lima el12 de enero de 1881. En su intento de proteger Chorrillos, resistió valerosamente en el Morro
Solar junto con un grupo de soldados. Tras porfiada lucha, cayó prisionero, junto con unos pocos
sobrevivientes, entre los que estaban Guillermo Billinghurst y Carlos de Piérola. Entre los muertos estuvo
su propio hijo primogénito, Alejandro Iglesias.
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Iglesias fue liberado por los chilenos a condición de que trasmitiese las condiciones de las tropas de
ocupación a las autoridadesperuanas. Cumplida su misión, tras la ocupación de Lima por los chilenos, fue
autorizado a retirarse a su hacienda Udima en Cajamarca, bajo el compromiso de apartarse de la actividad
política, lo que cumplió todo el año de 1881. Al año siguiente fue nombrado Jefe Político y Militar de los
departamentos del Norte a instancias del gobierno provisional del contralmirante Lizardo Montero.
Organizó las fuerzas que combatieron victoriosamente contra los chilenos en la Batalla de San Pablo, el 13
de julio de 1882. Sin embargo, esta victoria resultó estéril y originó una sangrienta represalia de parte de
los chilenos.
2

Antecedentes: Según parece, desde la derrota de San Juan y Chorrillos, Iglesias incubó la idea de transar
un acuerdo de paz con Chile. Desde su punto de vista, era inconcebible que continuara la sangría cuando
resultaba evidente que la derrota peruana era irreversible. Muchos observadores neutrales eran también
de la misma opinión. En Europa y el resto de América se veía con escándalo que la guerra continuara
indefinidamente.
Meses antes de la batalla de San Pablo, Iglesias suscribió desde Cajamarca el 1 de abril de 1882, una
proclama donde decía lo siguiente:
La urgencia de ajustar la paz con Chile del mejor modo posible y de que la república se levante unida y
vigorosa para sacudirse de los pasados extravíos y entrar, de lleno, en la senda regeneradora se me
presenta fuera de toda duda. A ambos fines quiero contribuir con todas mis fuerzas…
3

Los chilenos deseaban cuando antes imponer al Perú una paz bajo sus condiciones, pues la guerra se
prolongaba excesivamente (cuando los cálculos iniciales habían fijado en solo unos cuantos meses la
derrota de Perú). Los sucesivos gobiernos peruanos de Francisco García Calderón y Lizardo Montero se
habían negado rotundamente acordar una paz que tuviera como base la pérdida de las provincias del sur
ocupadas por los chilenos. Iglesias asomaba entonces en la política peruana invocando una posición muy
radical y controvertida, esto es, ajustar la paz aunque fuera con cesión territorial. Ello sintonizaba con el
deseo de los chilenos, pero estos, por lo pronto, se mostraron desconfiados, más aún luego del revés que
sufrieron en la batalla de San Pablo a manos del mismo Iglesias (más tarde, Iglesias explicó que este
encuentro lo libró por presión del pueblo, hastiado de los abusos de las tropas chilenas, que actuaban con
insaciable rapiña y violentaban a las mujeres, pero que siempre se mantuvo firme en su idea de la
necesidad de la paz).
4

El manifiesto: Luego de la batalla de San Pablo, los chilenos enviaron una expedición punitiva sobre
Cajamarca, al mando del teniente coronel Ramón Carvallo Orrego, la cual cometió todo género de
atropellos sobre la población civil. Iglesias, que se hallaba en Chota, huyó de la persecución chilena y se
dirigió a su hacienda Udima, pero no la alcanzó y se detuvo en la hacienda de Montán, entonces propiedad
de Rufino Espinoza.
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Por esos días, se hallaba en Lima su cuñado y emisario de confianza Mariano Castro
Zaldívar, a quien había encargado que entrara en conversaciones con las autoridades chilenas.
Finalmente, el 31 de agosto de 1882, Iglesias lanzó desde Montán su célebre proclama o manifiesto, en la
que sostuvo que era necesario terminar de una manera práctica con el daño y la humillación de la
ocupación enemiga. La firma de la paz con Chile se imponía, pues el Perú, a su entender, había perdido la
guerra en San Juan y Miraflores. La lucha que se había venido prorrogando a nombre de un falso honor no
se hacía, según él, contra Chile, sino contra "nuestros propios desventurados pueblos", pues ellos eran lo
que sufrían la feroz represalia del invasor. Para él los términos entre los que era preciso escoger, se
reducían a los siguientes: o la ocupación chilena indefinida con todos sus perjuicios materiales y morales o
el reconocimiento valeroso de la derrota.
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Solo a partir de la paz el Perú podría iniciar su recuperación por
encima de sus escombros. Se comprometía también a convocar una asamblea de los siete departamentos
bajo su mando, ante la que depondría su autoridad.
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Rendición incondicional de Iglesias: El Grito de Montán:
En Agosto de 1882, Iglesias da el “GRITO DE MONTÁN”, que no fue otra cosa que una rendición
incondicional a los chilenos. Cobarde manifiesto publico por el cual proponía entablar negociaciones de
paz con los chilenos de manera incondicional. El trasfondo de esto fue el temor que tuvo Iglesias a una
rebelión campesina antifeudal que ponga fin a un régimen injusto y opresor que pesaba sobre los
campesinos y encumbrara a Cáceres en el poder. Recordemos que Iglesias era uno de los más ricos
terratenientes del norte. En otras palabras, con el propósito de salvar sus haciendas y las de sus colegas
los gamonales del norte y evitar ver perjudicados sus intereses como terrateniente, Iglesias no vacila en
entregarse a un enemigo que había masacrado a nuestro pueblo en tres años de infausta guerra,
honestamente repugnante.

En Noviembre del mismo año (25 de noviembre de 1882), una asamblea legislativa reunida en Cajamarca
nombró a Miguel Iglesias Presidente Regenerador, encargándosele la plena potestad de negociar y firmar
la paz con los chilenos. Cáceres no reconoce este gobierno y mantiene su inquebrantable voluntad de
luchar contra el invasor. Obviamente los chilenos reconocen y protegen a este gobierno títere dado que iba
a ser el instrumento dócil por el cual obtendrían todas sus exigencias y demandas.
La Campaña de la Breña o Campaña de la Sierra es la última y la más larga etapa de la Guerra del
Pacífico. Una vez tomada la capital peruana luego de las victorias en Chorrillos y Miraflores, el alto mando
chileno envía diversas expediciones desde Lima hacia la sierra peruana desde abril de 1881 hasta junio de
1884, donde combatió contra el ejército organizado principalmente por Andrés Avelino Cáceres, apoyado
por guerrillas compuestas por campesinos.
Batalla de Huamachuco: Al ver a las fuerzas de Cáceres en el cerro Cuyulga, Gorostiaga deja el poblado
de Huamachuco y se posiciona en el cerro Sazón al norte del pueblo. Así transcurren el 8 y el 9 de julio,
sin mayores movimientos. El 10 de julio se enfrentan ambos ejércitos en la Batalla de Huamachuco, en la
cual Gorostiaga vence a las tropas de Cáceres, quien pierde la mitad de sus hombres. Cáceres retorna a
Ayacucho con el fin de organizar un nuevo ejército.
Enfrentamientos en la sierra norte. Firma del Tratado de Ancón[editar]
El jefe político militar del norte era Lizardo Montero. Puesto que García Calderón fue deportado a Chile por
no firmar un tratado que incluía cesión territorial, Lizardo Montero se traslada a Arequipa y allí se instala el
congreso y asume el gobierno del Perú. En el norte queda como nuevo jefe político militar el coronel
Miguel Iglesias en julio de 1882.
En mayo de 1882 envía una expedición al mando del mayor Enrique Salcedo integrada por
el Talca, Granaderos a Caballo y ocupan Santiago de Chuco, Huamachuco y Cajabamba. Otras
compañías son enviadas al mando del mayor Luis Saldez por la ruta de San Pablo.
Las acciones del ejército chileno en los poblados que pasaban convencen al coronel Miguel Iglesias para
formar una fuerza local por lo que hace un llamamiento a los pobladores de la zona.
Batalla de San Pablo: Ambas fuerzas se encuentran al pie del cerro El Montón, el 13 de julio de 1882
enfrentándose en la Batalla de San Pablo. La guarnición chilena en San Pablo estaba al mando de Luis
Saldez y los batallones Concepción, Talca y un escuadrón de Granaderos quien se enfrenta a las fuerzas
peruanas al mando del coronel Lorenzo Iglesias. Las fuerzas chilenas se retiran del lugar en dirección a
Trujillo.
Con el retiro de las tropas chilenas en San Pablo, regresan con mayores fuerzas y saquean e incendian los
pueblos de Cajamarca. Ante ello el 31 de agosto de 1882, Miguel Iglesias emite el Manifiesto de Montán,
manifestando la necesidad de formar un tratado aun con cesión territorial ya que los triunfos peruanos eran
inútiles ante las fuerzas chilenas y además los recursos de Tarapacá eran los que iniciaron la guerra.
Quise ganar algún tiempo retirándome a la provincia de Chota, pero desgraciadamente el pueblo inexperto,
exaltado por el ultraje que de una pequeña porción del enemigo recibía, exigió combatir y se
ensangrentaron las alturas de San Pablo. ¡Cuán caro se ha pagado el estéril triunfo de un instante! Los
pocos abnegados voluntarios que me acompañan, no son, ni con mucho, bastantes para oponer seria
resistencia a las formidables fuerzas invasoras que asolan en estos momentos, ansiosas de venganza y
exterminio, el noble departamento de Cajamarca; conducirlos a un sacrificio estéril provocando mayores
iras de parte de un enemigo que las descarga sobre vecindarios indefensos, sería
imperdonable.Manifiesto de Montán. Miguel Iglesias a sus conciudadanos[1]
El 9 de febrero de 1883, Santa María decide apoyar a Miguel Iglesias para que organice un gobierno y un
congreso con quien firmar un tratado.
El 3 de mayo de 1883 la base del Tratado de Ancón ya estaba acordada entre Patrico Lynch y Miguel
Iglesias quien firma este convenio inicial desde Cajamarca.
9

El 20 de octubre de 1883 se firma el Tratado de Ancón, al norte de Lima. Con la firma de este acuerdo,
Chile recibe «perpetua e incondicionalmente» la provincia de Tarapacá. La región de Tacna y Arica
estarían en manos chilenas por 10 años, luego de los cuales se realizaría un plebiscito que determinaría a
que país quedarían anexadas ambas ciudades.
El 23 de octubre de 1883, Patricio Lynch desocupó Lima llevando sus tropas a Miraflores, Barranco y
Chorrillos. El mismo día entraba a Lima el coronel Miguel Iglesias, instalándose en el Palacio de Gobierno.
Guerra del Pacífico: A su llegada, el gobierno lo comisiona a Estados Unidos para la compra
de armamentos. El 9 de agosto retorna al Perú y el 15 del mismo mes se embarca hacia Arica, en donde
se encontraba su padre el presidente Mariano Ignacio Prado, a quien solicita un puesto en la guerra.
Leoncio Prado retorna al Callao para recibir a sus hermanos Justo y Grocio, que regresaban de los
campos de batalla cubanos.
Al respecto, escribía Leoncio Prado: "Mis hermanos deben llegar a ésta el 12 del corriente (septiembre) y
como es natural a mí me toca definir sus respectivas situaciones colocándolos del mejor modo
posible...Han llegado sin novedad, Antonio (Manuel Antonio Prado) ha sacado para ellos los despachos de
capitanes y marchan al frente". Justo y Grocio Prado obtienen grados similares a los que tenían en el
Ejército de Cuba. Leoncio Prado parte nuevamente a Arica, en donde espera sus órdenes. "Cansado de
esperar una resolución cualesquiera, respecto a mi persona, me resolví venir a este puerto, con el objeto
de deslindar definitivamente mi situación, que cuando es incierto es desesperante".
El gobierno le asigna la organización de un cuerpo de torpederas que debía actuar en la Isla del
Alacrán del puerto de Arica. Se instala en un islote y desde ahí prestó importantes servicios al Perú, ya
vigilando las costas peruanas, ya haciendo retroceder al enemigo cuando intentaba sus sorpresivos
ataques, ya luchando en cooperación con el Manco Cápac, tal como consta en los partes de guerra del
combate naval que se realizó el 24 de febrero de 1880.
Prisionero en Chile: La situación de Leoncio Prado y sus guerrilleros se tornaba cada día más peligrosa. La
persecución del coronel Orozimbo Barbosa, terminó el 21 de julio de 1880, en Tarata, donde se entabló un
singular combate con la pequeña fuerza de Prado. Una lucha feroz de generalizó. Los guerrilleros fueron
cayendo uno a uno, resistiendo a pie firme las acometidas del enemigo. El combate no podía durar mucho
y, no duró. Las superiores fuerzas chilenas, hicieron que los guerrilleros fueran cayendo, los que fueron
muertos en su gran mayoría. Al final del combate, Leoncio Prado se encontraba entre un hacinamiento de
cadáveres y heridos. Un oficial chileno, viéndolo luchar con denuedo con las ropas destrozadas, evita que
sus soldados disparen contra él. Lo conduce prisionero ante el coronel Orozimbo Barbosa quien después
de oír el relato del combate. Le dice: “Quiero que mis oficiales se honren con la compañía de usted”.
Fue trasladado a Chile, con grandes consideraciones siendo internado en la prisión de San Bernardo,
rechazando varias veces el ofrecimiento de libertad que le hizo el enemigo pues se le puso por condición
comprometerse a no volver a empuñar las armas. Pero, finalmente, considerando que prisionero era nula
su contribución a la causa de la resistencia, fingió aceptar la propuesta, quedando en libertad. Poco
después, dando muestra de que no acataría la condición impuesta, escribió: "Cuando la patria se halla
subyugada, no hay palabra que valga sobre el deber de libertarla".
Retorna a las armas[editar]
Llegó al Callao en febrero de 1882, informándose de inmediato sobre la lucha que en el Perú Rural libraba
el Ejército de La Breña al mando del general Andrés Avelino Cáceres. Buscó motivar el ideal de la
resistencia en el círculo capitalino que frecuentaba, pero sus exhortaciones no fueron escuchadas,
escribiendo con decepción: "Lo que me apena es ver que en estos momentos que se juega la última
esperanza de la patria, haya hombres todavía egoístas que se resisten a contribuir en una forma o en otra,
a la defensa de la patria".
Leoncio Prado y su espíritu es presa de la amargura y del dolor al contemplar la aflictiva situación de la
capital bajo la dominación chilena. Su alma altiva no puede sufrir la humillación y resuelve emprender
campaña contra el ejército invasor.
Eludiendo la vigilancia que sobre él ejercía el enemigo, Leoncio Prado pasó a Huánuco con intención de
plegarse a la resistencia guerrillera que allí conducía su hermano el capitán Justo Prado. Pero a poco de
su llegada lo vio morir de pulmonía, desgracia que no hizo sino retemplar su espíritu. Tomó el mando de la
pequeña partida de guerrilleros de Huánuco.
Logra reunir ochenta jóvenes capitaneados por el mayor Heraclio Fernández y el doctor Enrique Rubín y
con ellos marcha a Cerro de Pasco, y de esta provincia, en número de ciento cincuenta, se dirigen a las
alturas de Canta y Chancay. Al principio esta fuerza sólo estaba armada de puñales y rejones y algunas
armas de fuego. Bajan hasta Palpa y de allí por las alturas llegan a Sayán desde donde asedia Huacho,
que estaba ocupado por un destacamento enemigo. Finalmente establece su cuartel general en Vista
Alegre, que era una magnífica posición estratégica.
Los guerrilleros de Leoncio Prado no vestían traje militar sino el de paisano, y en su mayoría poseían
caballos, lo que facilitaba sus incursiones hasta cerca de la costa. Apoyado por el pueblo indio de Ihuarí,
distante de Chancay 20 leguas, los patriotas tenían localizadas sus avanzadas en el punto denominado
Piedra Parada, en el camino que conducía a Sayán. Varios hacendados de la región secundaban los
esfuerzos de Prado, proporcionándole toda clase de bastimentos. Y todos los campesinos lo apoyaban con
decisión, conformando los cuadros de combatientes y sirviendo en tareas de vigilancia y espionaje.
Invistiendo grado de coronel, Prado dirigió personalmente la instrucción militar de esos contingentes,
contagiándoles su fervor patriótico con arengas como aquélla que dirigiera a sus paisanos: "Hermanos de
mi alma, hijos de mi pueblo: Sabed que las balas del enemigo no matan y que morir por la patria es vivir en
la inmortalidad de la gloria".
Tan pronto como el comando chileno toma conocimiento de la formación del cuerpo de guerrilleros a
órdenes de Leoncio Prado y de su proximidad a la costa, dispuso de fuerzas importantes para que los
persiguieran y los exterminaran. Se inicia así la persecución, pero Leoncio Prado en aplicación de una
“estrategia de desgaste y atracción a terreno propicio para golpear certeramente”, emprendió la retirada a
las altas serranías de la provincia de Chancay. Antes de abandonar Vista Alegre dejó un grupo de
guerrilleros convenientemente parapetados, “con la consigna de cubrir su retirada”. El jefe chileno de la
avanzada al descubrir dicha posición dispuso el ataque.
Después de una corta refriega, que resisten los defensores, proceden al asalto, y ya cerca de la cumbre se
ve rodar a uno, dos tres soldados. No hay duda que resisten. Continúa el fuego y las tropas chilenas toman
la posición donde les esperaban, imperturbables, un pelotón de muñecos agujereados por las balas
chilenas... El eco que respondía al traqueteo de la fusilería chilena, las nubes de polvo y el rodar de
piedras, habían dado la ilusión perfecta del combate.
Cubierta la retirada. La guerrilla de Leoncio Prado se establece definitivamente en las escarpadas
serranías de Chancay. El cuartel general se establece en Jucul, posición que fue convenientemente
parapetada aprovechándose su ventajosa ubicación. Desde ahí tuvo en jaque durante cinco meses, hasta
abril de 1883, a las fuerzas chilenas comandadas por los jefes chilenos Castillo y Marchand, que no sólo
no pudieron darle caza sino que se vieron impedidos siempre de acercarse al cuartel general de Jucul. Los
indios de las alturas Santa Cruz, Paccho y otros pueblos más, recorrían grandes distancias para traer al
cuartel general de Leoncio Prado, ya un rifle, ya cartuchos o alimentos para los combatientes. Prado había
incrementado sustancialmente su fuerza guerrillera. Al respecto escribía: “A pesar de muchos tropiezos,
cada día voy mejor; pues ya cuento con trescientos hombres bien armados. A este paso creo que pronto
contaré con mil y entonces mucho tendrán que hacer los chilenos conmigo. La columna que manda
Fernández está preciosa lo mismo que el escuadrón del doctor Rubín. Está a mi lado como jefe de Detall el
coronel Alcázar”.
Así la situación y sintiéndose fuerte con su tropa equipada con armas capaces de contrarrestar a las de los
chilenos, baja a Sayán, donde se encuentra con el coronel Isaac Recavarren quien estaba comisionado
por el general Andrés Avelino Cáceres para formar el Ejército del Norte. En esa condición, pide a Prado las
fuerzas que comandaba aduciendo razones de carácter disciplinario. Prado contrariado, entregó las tropas
y su parque al coronel Recavarren y se quedó con su escolta compuesta exclusivamente por jóvenes
huanuqueños. Con esta escolta se dirigió a Aguamiro donde se reunió con el general Cáceres quien le
señaló el puesto de Jefe de Estado Mayor de la Primera División del Ejército del Norte bajo el inmediato
comando del coronel Isaac Recavarren. Los guerrilleros de Leoncio Prado sintieron el cambio de jefatura, y
quizá esto fue la causa de las numerosas deserciones de las tropas del coronel Isaac Recavarren antes de
llegar a Huamachuco.
Huamachuco[editar]
El general Andrés Avelino Cáceres, se había replegado al norte del Perú, donde esperaba le fuera más
propicia la campaña. El comando chileno que esperaba en el departamento de La Libertad, destacó a la
división del coronel Alejandro Gorostiaga Orrego para cerrarle el paso e impedir se le uniera el coronel
Isaac Recavarren, que operaba en el departamento de Ancash. La división del coronel Arriagada pisaba la
retaguardia del ejército de Cáceres.
Cáceres mediante una hábil, maniobra hace que el coronel Arriagada contramarche, deshaciéndose así de
este enemigo, al mismo tiempo que se unía a las tropas del coronel Isaac Recavarren. Al tener
conocimiento de esto, el coronel Gorostiaga se repliega sobre Huamachuco solicitando refuerzos con
urgencia.
Dadas las continuas marchas desde Tarma, por las escarpadas cordilleras andinas, las tropas de Cáceres
se encontraban enfermos, semidesnudos y hambrientos; tan extenuados estaban que cuando se
encuentran en el paso de los Tres Ríos, con el refuerzo solicitado por Gorostiaga, no pudieron darle
alcance. Cáceres entonces, apelando al patriotismo de sus tropas y mediante un gran esfuerzo, logró
conducirlos por caminos extraviados e infernales a las alturas de Huamachuco, y las 15H00 del día 8 de
julio de 1883, disparaba los primeros cañonazos sobre la plaza ocupada por el invasor chileno. Los
chilenos sorprendidos, apenas tuvieron tiempo para retirarse del cerro Sazón, posición inexpugnable que
de antemano tenían preparada. Tomada la plaza de Huamachuco por parte del ejército peruano, al día
siguiente se suceden algunas escaramuzas hasta el día 10.
La Batalla de Huamachuco[editar]
Al terminar el segundo día de la ocupación de la plaza de Huamachuco (9 de julio de 1883) por parte de
las fuerzas peruanas, quedó concertado el plan de batalla. Todo estaba listo, pero la fatalidad hizo que en
la noche la división del coronel Recavarren no pudiera ocupar el emplazamiento que se había señalado, lo
que malogró todo el plan trazado por el general Andrés A. Cáceres Dorregaray. En vista de esta
contrariedad, el alto comando peruano resolvió aplazar el encuentro. Pero ya en la madrugada del día 10,
un sector, hasta el que no había llegado la orden de aplazamiento, rompió los fuegos, comprometiendo a
todas las líneas. Así, la batalla intempestivamente adquirió todo su fragor.
El arrojo de las fuerzas peruanas se sucedía al contragolpe chileno; la lucha encarnizada se desarrollaba
en la pampa. De pronto las tropas chilenas se repliegan a sus primeros parapetos; el empuje peruano es
desesperado esfuerzo se redobla; los combatientes ascienden al cerro Sazón, la inexpugnable posición
chilena; las bandas del ejército peruano tocan dianas triunfales y en la cumbre del cerro se vislumbra la
victoria. Más en este preciso momento, uno de los cuerpos peruanos agota sus municiones; un grito
fatídico, escalofriante recorre las filas peruanas: "¡Municiones!… ¡municiones!..." Las tropas chilenas
percatadas de tan inesperada contingencia, salta sobre las trincheras peruanas y avanza, produciéndose
la derrota de las fuerzas de Cáceres.
En el fragor de la batalla, Leoncio Prado cae al suelo desmontado, producto de la explosión de una
granada y trata de levantarse. Sus ordenanzas levantan su cuerpo, mientras el herido sólo atina a decir:
“¡Mi caballo…, mi caballo…!”. Pese a sus esfuerzos, no le es posible continuar en combate debido la
gravedad de su herida. Esquirlas de la granada chilena le ha astillado la pierna…. Sus ayudantes lo
vuelven a montar y lentamente lo sacan del campo de batalla. Tras él sólo queda en el escenario bélico el
desaliento precursor de la derrota.
Y sobreviene la hecatombe del Ejército Peruano de la Breña.
Al caer la tarde, retirándose del campo de batalla, Prado y sus ayudantes son alcanzados por el general
Andrés A. Cáceres, con sus ayudantes y algunos jefes. Al preguntar quién era el herido, Leoncio Prado, se
reincorpora y le dice: “Mi general, soy el coronel Leoncio Prado. He cumplido con mi deber”, enmudeciendo
luego.
La comitiva continuó. “Se movía como el badajo de una campana al vaivén de la bestia”, señaló en un
testimonio el coronel Samuel del Alcázar, testigo presencial del hecho.
Al anochecer, ya no fue posible continuar con el herido, de modo que sus soldados lo depositaron en una
cueva inmediata a la laguna Cushuro. A la mañana siguiente se presentó en el refugio un sacerdote
enviado por el general Cáceres, quien le dio la bendición y los santos óleos, luego se marchó. Cerca de ahí
vivía el indio Julián Carrión, a quien se le encargó que fuera al pueblo en busca de auxilios. Carrión no sólo
se prestó para tal comisión, sino que refugió al herido en su casa. Carrión llegó al pueblo y entregó el
recado a personas que no guardaron la discreción del caso, revelando el nombre del oficial herido. Se
extendió la noticia que llegó al cuartel general chileno, hicieron tomar prisionero a Carrión quien fue
obligado a confesar el paradero del oficial. Un grupo de veinticinco soldados al mando del teniente Aníbal
Fuenzalida, se dirigió a Cushuro, llevando de guía al indio Carrión.
Con respecto a ese momento, el historiador chileno Nicanor Molinare, en su libro sobre la “Batalla de
Huamachuco”, dice:
Una de las figuras militares enemigas más atrayentes de la guerra del Pacífico, quizá la que descolló más,
por su amor al Perú, por el denuedo con que defendió siempre sus colores y por su valor indomable, fue,
sin duda, la del coronel Leoncio Prado.
La muerte de este hombre extraordinario, tiene tonalidades tan grandiosas, fue tan admirablemente estoico
para morir, que como un homenaje a la memoria de tan valiente jefe peruano, publicamos este
emocionante episodio de su vida, que sin duda es la página más hermosa de la historia del Perú en la
última campaña, tomándola de nuestra Historia de la Batalla de Huamachuco, que verá la luz pública entre
breves días.
Si hubiera imaginado, compañero, que le iban a fusilar, tenga la seguridad que no lo tomo prisionero, decía
el año próximo pasado mi querido amigo, el mayor retirado, Don Aníbal Fuenzalida, refiriéndose al coronel
Leoncio Prado. Figúrese usted, que Pradito estaba herido gravemente, tenía un balazo horrible en la
pierna izquierda: mire, la tenía hecha astillas, compañero, si lo sabré yo, si lo recogí de una quebrada el
día 13 de julio, dos días después, el 15 temprano, poco después de las 8 de la mañana, era domingo, lo
fusilaron, y en su propia camilla.
Aquél militar chileno, que había estado al mando del pelotón que capturó a Leoncio Prado, agregaba,
relatando a Molinare la tragedia de Huamachuco:
Le voy a relatar punto por punto, todo cuanto sé, respecto al coronel Leoncio Prado, a quien tomé
prisionero, de quien fui amigo cerca de dos días y a quien no vi morir porque cuando lo fusilaron había yo
partido de Huamachuco.
De orden superior de mi jefe, el inteligente mayor Fuentecilla, salí temprano el día 13 de julio en comisión a
recoger armas y muy especialmente a buscar dos cañones que faltaron de los doce que había tenido la
artillería enemiga.
Cerro arriba nos lanzamos por el Morro de de Flores, altura que queda encima, como quien dice para el
sur de Huamachuco; llegamos a la cumbre y una vez en ella bajé con mi tropa para el otro lado, como para
Entre Ríos o Silacochas, y con paciencia principiamos a registrar todas las quebradas, vallecitos y
hondonadas que forman aquellas agrestes serranías.
Estos cerros que se presentan pelados, sin un arbustito hacia el costado norte para el que mira el pueblo,
una vez que descienden hacia Silacochas, principian a cubrirse de vegetación; en sus quebradas se
encuentra agua y también árboles y bosquecillos.
Mi tropa andaba dispersa, con orden de no separarse mucho y de registrar con sumo cuidado cuanto
rinconcito hubiera; yo disponía de 30 hombres y de mi corneta Vílchez. Quince de los “niños” andaban a
caballo, los demás a pie. Como le decía a usted, en partiditas, los soldados recorrían los cerros.
De repente, un artillero, cuyo nombre he olvidado, sintió que alguien se quejaba, más bien dicho, le pareció
oír murmullo de una conversación; el hombre preparó su carabina por lo que pudiera acontecer y, con
cautela, agazapándose, se fue acercando hacia el lugar de donde creía que venían las voces.
Pocos instantes después le hablan así con voz entera: “Avance Usted sin cuidado, que estoy herido; yo
soy el coronel Leoncio Prado.
Y, efectivamente, mi artillero tenía a su frente, bajo una ramita, lo que los soldados llaman un torito,
recostado en el suelo, sobre un cuero de oveja y una manta, a un hombre moreno, la nariz perfilada; de
pelo negro y muy crespo y que usaba bigote y una insignificante pera militar.
El herido, sin ser otro, era el coronel Leoncio Prado, hijo natural del Presidente del Perú, don Mariano
Ignacio Prado, y Jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro, es decir del primer ejército de Cáceres.
Cuando mi artillero vio herido a Prado, o a Pradito, como todos le nombraban en el Perú, se quedó
mirándolo al oír la tranquilidad con que le dirigía la palabra.
Y Pradito, con toda calma, le dijo: “Hazme un favor, dame un tiro aquí, en la frente.
Pídale ese servicio a mi Teniente Fuenzalida”, le contestó el soldado, y corrió a darme parte.
No pasó mucho tiempo y yo y otros soldados más, estábamos al lado del que fue mi pobre amigo el
coronel Prado. ¡Qué hombre tan simpático, tan ilustrado y atrayente, compañero!; mire, encantaba
conversar con él, de todo sabía, poseía el inglés y el francés lo mismo que el español; y con él podía usted
hablar de artillería y tratar cuestiones guerreras a fondo, porque era hombre buen instruido, de estudio y
muy sabido.
En cuanto estuve a su lado y después de darnos un afectuoso apretón de manos, me rogó que lo
despachara al otro mundo, porque sufría dolores atroces a causa de la herida, y porque, suponía, le
habrían de fusilar. “Naturalmente, le hice desechar tan negra idea, porque imaginé que estando tan
gravemente herido, mi coronel Gorostiaga no lo ejecutaría”. “Compañero”, recuerdo que me dijo a
propósito de su herida: “Este pobre chino es tan bueno, que por más que he hecho, no ha querido,
cortarme la pierna herida”, y mostraba el muslo izquierdo horrorosamente fracturado encima de la rodilla.
Y nuestra conversación duró el tiempo necesario para armar una camilla y pronto regresamos todos a
Huamachuco.
Usted se imaginará con cuanto cuidado bajamos aquellos empinados cerros. Qué hombre tan alentado.
Usted supondrá que el camino era harto malo y que aquel hombre no se quejó una sola vez; hizo el viaje
como en una cama de rosas.
Versión del fusilamiento
Fue encarcelado y sospechó de su sentencia a muerte cuando el cirujano militar se negó a amputar la
pierna herida. Cosechó simpatías entre los componentes del ejército enemigo y comentó la buena puntería
de los cañones chilenos a la vez que alabó el valor de sus soldados.
Según la versión chilena el coronel Leoncio Prado, conocido como "Pradito", fue sentenciado a muerte por
haber faltado a su palabra de oficial. Siendo prisionero de guerra, fue puesto en libertad bajo palabra de
honor de no seguir haciendo la guerra a Chile. Esta era la única pena posible, para quien a pesar de haber
dado su palabra, fue capturado a consecuencia de una cruenta batalla, en la que se había comprometido a
no participar. Sin embargo es necesario señalar que fueron fusilados también, oficiales del ejército peruano
que no se encontraban en la condición de Prado como fue el caso del coronel Miguel Emilio Luna, el
capitán Florencio Portugal entre otros.
En 1912 el mayor chileno Aníbal Fuenzalida narró al historiador Nicanor Molinare la forma en que, según
su versión, murió Leoncio Prado
2
señalando que cuando fue interrogado acerca del por qué había
incumplido su promesa de volver a pelear, Prado afirmó "que en una guerra de invasión y de conquista
como la que hacia Chile y tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar a
ella".
Según el oficial Fuenzalida, Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra cuando fue prisionero
en junio de 1880 en Tarata, sin embargo "me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y
soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían otro
tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ése es mi deber de
soldado y de peruano".
El capitán Rafael Benavente hizo, por su parte, el relato de los momentos que precedieron al fusilamiento y
también de esta escena. Cuando se le notificó cuál iba a ser su suerte, Leoncio Prado manifestó que tenía
derecho a morir en la plaza y con los honores debido a su rango porque era Coronel y pertenecía
al Ejército regular del Perú, pero su pedido no fue atendido y se le indicó que sería fusilado en su propia
habitación.
Luego pidió un lápiz y escribió la siguiente carta:
"Huamachuco, julio 15 de 1883. Señor Mariano Ignacio Prado. Colombia. Queridísmo padre: Estoy herido y
prisionero; hoy a las .... (¿qué hora es? preguntó. Las 8.25 contestó Fuenzalida) a las 8:30 debo ser
fusilado por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida Leoncio Prado".
Antes de su ejecución, Leoncio Prado solicitó tomar una taza de café.
Enseguida, cuando entraron dos soldados pidió que fuera aumentado su número para que dos le tirasen a
la cabeza y dos al corazón. Al ser cumplido este pedido dio breves instrucciones a la tropa sobre la
trayectoria de sus disparos y agregó que podían hacer fuego cuando hiciera una señal con la cuchara y
pegase tres golpes en el cachuchito de lata en el que había estado comiendo.
Se despidió enseguida de los oficiales chilenos, los abrazó, les dijo: "Adiós compañeros". La habitación era
pequeña. Al frente y al pie de la cama se colocaron los cuatro tiradores y detrás de ellos se pusieron los
tres oficiales allí presentes. El Coronel Leoncio Prado cumplió con dar las órdenes para la descarga.
"Todos llorábamos (manifestó Benavente) todos menos Pradito".
Se mandó fusilar al militar que había ganado el corazón de sus enemigos, dicen que los integrantes el
pelotón de ajusticiamiento dispararon sus armas con los ojos nublados por la lágrimas. La muerte de
Leoncio Prado se valoró como la de un héroe. Se relata así:
Nos colocamos tras los cuatro soldados; las lágrimas nublaron mi vista. ¡Todos lloramos, todos, menos
Pradito!
Tomó la cuchara, le pegó un golpecito para limpiarla, enderezó un poco más el cuerpo, se irguió; saludó
masónicamente con la cuchara, pegó pausadamente los tres golpes prometidos, sonó una descarga y,
dulcemente, expiró en aras de su patriotismo, por su nación, por el Perú, el hombre más alentado que he
conocido, el heroico coronel Leoncio Prado.
El cabo avanzó dándole un balazo en el pecho, para cumplir con la ley, acabó de apagar así los latidos de
¡aquél gran corazón que no palpitó sino para servir a su patria
La versión chilena con el vivo testimonio de los que estuvieron en el sacrificio, es la única fuente primaria
de su muerte, dado que los oficiales chilenos fueron los únicos que presenciaron los últimos momentos de
Leoncio Prado.
El asistente asiático compale José a que se refiere el testimonio del capitán Rafael Benavente B., fue un
cocinero de la familia propietaria del inmueble que sirvió de cuartel general en Huamachuco a los chilenos,
él quedó durante dicha ocupación al cuidado del inmueble, según Fuenzalida fue encontrado en compañía
de Prado cuando fue capturado, no se menciona nada del guía Julián Carrión ni de la ejecución de los
ordenanzas del coronel Prado: Patricio Lanza y Felipe Trujillo.
Con respecto a la fecha del fusilamiento, la mayoría de los historiadores, la han confundido, el relato del
historiador chileno Molinare, la fija el 15 de julio.
Versión del asesinato
Algunos autores peruanos sostienen que el coronel Leoncio Prado fue muerto sin miramientos de un
balazo en el rostro en su lecho de herido, esta versión fue originalmente referida por el escritor peruano
Abelardo Gamarra, quien con el rango de teniente combatiera también en la batalla de Huamachuco, en su
obra "La Batalla de Huamachuco y sus Desastres" publicada en Lima en 1886.
La versión del asesinato tiene su base en el modo en que fueron muertos los prisioneros y heridos
peruanos tras la batalla, en el parte de Gorostiaga no hay indicación alguna sobre el destino de heridos y
prisioneros enemigos dado que por órdenes superiores todo peruano capturado empuñando armas sería
ejecutado in situ, sin importar su rango o condición, al no ser considerado parte de un ejército regular. Los
jefes de la ocupación chilena negaban el carácter de beligerantes a la resistencia peruana considerando a
sus tropas montoneras y a sus oficiales caudillos, tal como consta en los partes que el coronel Gorostiaga
y demás oficiales superiores elevaron sobre la batalla.
3

En los primeros años del siglo XX, en 1933, se entrevistó a dos residentes de Huamachuco, que por su
edad, debieron estar presentes en la ciudad, aquél día. Eran los señores Fabio Samuel Rubio y Enrique
Moreno Pacheco. Su testimonio dice:
El día 10 de julio de 1883, nos encontrábamos en Huamachuco bajo la dolorosa impresión de la batalla
realizada. Éramos niños. Nuestras familias al saber el triunfo de los chilenos huyeron con nosotros a
Culicanda, donde teníamos una finca. El sábado 14 regresamos a la ciudad al saber que los chilenos se
retiraban. El domingo 15, muy de mañana, presenciábamos la salida de las últimas tropas desde un balcón
de la casa Pacheco, situada en la plaza principal. En esto sentimos una descarga de fusilería y con natural
curiosidad nos dirigimos al lugar señalado, que era el cuartel de la artillería chilena, casa del señor Marino
Acosta, y la encontramos desierta. Al penetrar al patio de dicha casa, en una habitación del lado derecho,
vimos un cadáver: era el coronel Leoncio Prado. Sobre una camilla, recostado el cuerpo en la cabecera
aparecía el héroe. Tenía el rostro bañado de sangre haciéndose visible una perforación cerca del ojo
izquierdo, y su pierna del mismo lado estaba cubierta de vendas; al lado había un plato y una cuchara y en
el suelo una taza.
Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros muertos, nos dirigimos al sitio señalado,
encontrando a dos soldados peruanos casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de
la muerte, y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, consternados nos retiramos,
grabándose en nosotros la escena que aún nos parece verla'
Los cadáveres del segundo patio, correspondían al de los ordenanzas del coronel Leoncio Prado
Gutiérrez, Patricio Lanza y Felipe Trujillo los cuales son omitidos en el relato del oficial chileno Fuenzalida
y que según el testimonio antes citado aún agonizaban en el mismo lugar en que había caído lo que
indicaría que la ordenanza militar en caso de fusilmiento, que señala que uno de los soldados debe realizar
un tiro de gracia para asegurar el resultado muerte, no fue cumplida.
Otro respaldo de esta teoría es el relato del capitán chileno Alejandro Binimelis quien refiere como fue
muerto el coronel Miguel Emilio Luna, el mismo que al igual que el capitánFlorencio Portugal había
protestado al ser considerado un montonero alegando que como oficial del ejército peruano debía ser
fusilado con todos los honores militares lo cual no fue aceptado por Gorostiaga quien mediante una señal
ordenó a dos soldados que le ejecutaran junto al también prisionero el mayor Osma Cáceres, ambos
prisioneros fueron conducidos por dos soldados a caballo a un zanjón donde tras arrojarlos al piso de un
caballazo les acribillaron con sus carabinas "matándolos después de varios tiros" refiere Binimelis.
4

Con motivo del centenario de la Guerra del Pacífico, una delegación de la "Comisión Permanente de
Estudios Históricos del Ejército del Perú" visitó Huamachuco en 1983 donde entre otras labores de
investigación de campo entrevistó a los ciudadanos de mayor edad buscando recopilar cualquier relato
o tradición oral que sus familias tuvieran de la batalla del 10 de julio de 1883, entre los entrevistados se
encontró el Doctor Julio Gallareta Gonzales (quien fuera Catedrático de la Universidad Federico Villareal y
falleciera en Lima 1998) cuyos abuelos Francisco de Paula y Carmen Arana fueron quienes proporcionaron
el ataúd en que fue sepultado el coronel Leoncio Prado tras el retiro de las tropas chilenas, Gallareta
refería que el fusilamiento nunca se realizó, cuestionando el episodio de la taza de café y señalando que
se trató de un simple asesinato.
5

Finalmente, en el telegrama que Patricio Lynch dirigió a su gobierno informando sobre la batalla afirmó que
el coronel Leoncio Prado tras ser capturado habíase suicidado,
6
lo que según esta versión sería un intento
por ocultar la verdadera muerte que se le dio al hijo del ex presidente peruano Mariano Ignacio Prado,
quien fuera condecorado por el gobierno chileno tras el Combate del Dos de Mayo durante la guerra con
España.
7

Así terminó, a los 29 años de edad, la vida de Leoncio Prado, fiel a su deber y a su patriotismo. Su
cadáver, cubierto de heridas y ungido por su propia sangre, fue piadosamente sepultado en Huamachuco;
aquí descansó hasta su traslado a la Cripta de los Héroes en el Cementerio Museo de Lima “Cementerio
Presbítero Matías Maestro”.
La Batalla de Huamachuco
El 10 de julio de 1883, la batalla de Huamachuco comienza favoreciendo a las fuerzas peruanas, sin
embargo, pronto se acaban las municiones y los breñeros sufren su peor derrota.
Los peruanos perdieron en la lucha más de la mitad de sus efectivos, incluidos la mayoría de sus jefes y
oficiales. Algunas fuentes calculan en mil los muertos y heridos.
El General Cáceres logra huir y continuó la lucha de la resistencia peruana, pero el Coronel Leoncio Prado,
herido gravemente en la pierna, fue capturado pocos días después.
La orden de ejecutar a todos los peruanos
El Coronel chileno Alejandro Gorostiaga empañó el triunfo obtenido limpiamente por sus soldados en
combate y ordenó la ejecución de los prisioneros, incluso los heridos. Según sus argumentos, los
miembros de la resistencia peruana, que combatieron en Huamachuco, no eran militares sino "guerrilleros"
que no merecían el tratamiento otorgado a combatientes regulares.
El interrogatorio
El mayor chileno Anibal Fuenzalida narró al historiador Nicanor Molinare que cuando interrogaron a
Leoncio Prado del por qué había incumplido su promesa de volver a pelear, Prado, afirmó "que en una
guerra de invasión y de conquista como la que hacia Chile y tratándose de defender a la Patria,
podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella".
Según el oficial Fuenzalida, Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra cuando fue prisionero
en junio de 1880 en Tarata, sin embargo "me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y
soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían
otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ése es mi
deber de soldado y de peruano".
El carácter del héroe
"Qué hombre tan simpático, tan ilustrado y atrayente (agregó, por su parte Fuenzalida); encantaba
conversar con él; de todo sabía; poseía el inglés y el francés lo mismo que el español; y con él
podía usted hablar de artillería y tratar de cuestiones de guerra a fondo porque era hombre
instruido, de estudio y muy sabido".
El capitán Rafael Benavente hizo, por su parte, el relato de los momentos que precedieron al fusilamiento y
también de esta escena.
Cuando se le notificó cuál iba a ser su suerte, Leoncio Prado manifestó que tenía derecho a morir en la
plaza y con los honores debido a su rango porque era Coronel y pertenecía al Ejército regular del Perú,
pero su pedido no fue atendido y se le indicó que sería fusilado en su propia habitación.
Carta a su Padre
Luego pidió un lápiz y escribió la siguiente carta:
"Huamachuco, julio 15 de 1883. Señor Mariano Ignacio Prado. Colombia. Queridísmo padre: Estoy
herido y prisionero; hoy a las.... (¿Qué hora es? preguntó. Las 8.25 contestó Fuenzalida) alas 8:30
debo ser fusilado por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida
Leoncio Prado".
La ejecución
Antes de su ejecución, Leoncio Prado solicitó tomar una taza de café.
Enseguida, cuando entraron dos soldados pidió que fuera aumentado su número para que dos le tirasen a
la cabeza y dos al corazón. Al ser cumplido este pedido dio breves instrucciones a la tropa sobre la
trayectoria de sus disparos y agregó que podían hacer fuego cuando hiciera una señal con la cuchara y
pegase tres golpes en el cachuchito de lata en el que había estado comiendo. Se despidió enseguida de
los oficiales chilenos, los abrazó, les dijo:"Adiós compañeros". La habitación era pequeña. Al frente y al
pie de la cama se colocaron los cuatro tiradores y detrás de ellos se pusieron los tres oficiales allí
presentes. El Coronel Leoncio Prado cumplió con dar las órdenes para la descarga. "Todos
llorábamos(manifestó Benavente) todos menos Pradito".

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