Tema 3 Matrimonio Como Sacramento

Published on November 2016 | Categories: Documents | Downloads: 79 | Comments: 0 | Views: 228
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El Sacramento del Matrimonio es, antes que nada, la certeza de una presencia de Dios.

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Tema III. Matrimonio como Sacramento
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez
Hay un dicho italiano que dice que el “matrimonio es milagroso” porque “cuando uno se casa es
ciego y después se te abren los ojos”.
Se pueden hacer muchas bromas sobre eso pero, con mucha frecuencia, no captamos todo lo que
hay detrás del momento, del instante de lo que es el sacramento del matrimonio y de lo que
significa.
Dentro de todo este ciclo de conferencias y reuniones que ustedes tienen como “Crecer en
Familia”, la reflexión que hoy quiero tener, viene un poco a intentar explicar este hecho que
ustedes tienen que vivir todos los días.
Quisiera hacer una breve referencia a la historia.
Cuando Dios crea al hombre y a la mujer, lo hace con un plan maravilloso. Al leer la Biblia se ve
lo que Dios pensó originalmente del matrimonio: Adán y Eva son creados a imagen y semejanza
de Dios y para la comunión.
El hebreo tiene una expresión muy hermosa. Para nosotros las palabras hombre y mujer son
como dos palabras distintas. Sin embargo, el escritor de la Sagrada Escritura quien escribe en
hebreo, pone al hombre y a la mujer en el matrimonio, en una perspectiva de comunión (se
refiere a ellos como “varón y varona”).
También Dios los creó para que todo lo que fuese la vivencia de su fecundidad, lo viesen como
una bendición, como algo que los va a enriquecer; por eso cuando bien dice la Biblia: “...y los
bendijo Dios diciendo: multiplíquense y llenen la tierra...”, está hablando de que los hijos y lo
que va a ser la vida familiar, se convierten en una bendición.
Y por último, cuando Dios crea al hombre y a la mujer, les entrega la tierra, por eso dice:
“...dominen la tierra...”.
Pero, ¿qué sucede con el pecado?
El pecado viene a romper todo esto. Viene a destruir totalmente todo este orden:
+ de comunión entre los dos
+ de bendición en la fecundidad
+ del dominio de la tierra.
Y entonces, lo que era una comunión entre el hombre y la mujer se convierte en una situación de
dominio. Si ustedes leen el capítulo 3 del Génesis, Dios le dice a Eva: “...por haber hecho esto, tu
deseo será hacia tu marido y él te dominará...”. Ese desequilibrio que existe entre el hombre y la
mujer dentro del matrimonio, no es fruto de otra cosa sino del pecado original.
Cuando le dice a Eva: “...darás a luz a tus hijos con dolor...”, lo que está diciendo en el fondo es
que la fecundidad, que era una bendición, se convierte también en una situación de conflicto, de
problema y de dolor.
Cuando le dice a Adán: “,,,comerás el pan con el sudor de tu frente...”, lo que está diciéndole es
que la tierra ya no va a estar sometida a él, ni los bienes materiales. Sino que él quedará sometido
a ellos.

Entonces el pecado viene a romper totalmente este orden que originalmente estaba presente en el
matrimonio.
Es así, que al leer la Biblia, nos damos cuenta de que existe un tremendo desorden en muchos
campos dentro del matrimonio. Los judíos le preguntaron a Jesús si es lícito divorciarse y tomar
otra esposa, y Él les responde que no, porque “...al principio Dios los hizo hombre y mujer y por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola
carne...”.
Lo que hace Jesucristo (y es precisamente nuestro punto de arranque), es volver a restituir la
posibilidad de un amor auténtico, de un amor complementario, fecundo y dueño de las cosas de
la creación en toda la tierra.
Y esto, ¿qué tiene que ver con la vida matrimonial?
Si ustedes se fijan, cuando USTEDES se casan, tienen planes, ideas, proyectos, ilusiones.
Cuando empiezan a “rodar la carretita”, nos damos cuenta que las ruedas no son tan perfectas y
que las “llantas” aparecen más de lo debido y que los “animales” que tiran de la carreta son
bastante pesados, y que el caminito no jala como pensábamos que iba a jalar, y entonces empieza
a generarse una “desarmonía” dentro del matrimonio.
Incluso pasa una cosa muy curiosa: con el paso del tiempo, cosas que antes eran perfectamente
tolerables al inicio, empiezan a ser intolerables. (Al principio, cuando tu marido roncaba, decías:
“¡Ay mira qué curioso como ronca mi marido!”. Hoy las cosas han cambiado ligeramente y le
pones la almohada encima).
El punto importante es darnos cuenta que el camino de la vida matrimonial es un camino que a
veces, en teoría, tendría que caminar muy armónico, como un reloj.
Sin embargo, en la vida diaria se van generando ciertos desequilibrios que van rompiendo la
comunión conyugal. Se pueden llegar a situaciones como las que nos hablaba el capítulo 3 del
Génesis donde en lugar de haber equilibrio, hay dominio de él sobre ella, de ella sobre él (en el
fondo da igual).
La vida de familia se convierte en una carga, en un peso sobre uno y entonces vienen las fugas.
Cuántas veces el marido se refugia en el trabajo (¡qué flojera llegar a la casa, ahí está mi mujer
que me va a dar lata”). O la mujer en cosas como el gimnasio, con las amigas, las compras o la
nada (“a ver cómo me escapo de la casa porque las paredes se me caen encima”).
De pronto, la vida matrimonial es más importante por las cosas que tenemos, que por las
personas que las vivimos. Entonces, la casa es “muy bonita” porque tiene cosas, no porque viven
personas dentro de la casa; o “en casa estamos muy a gusto porque ya compramos...”.
El punto importante aquí es que existe una solución a esta realidad, la posibilidad de que esto se
arregle y se recomponga. He ahí la clave del Sacramento del Matrimonio.
En el Sacramento del Matrimonio, como en otros sacramentos, hay elementos que nos hablan de
una presencia especial.
En el Bautismo, detrás del acto de “echar agüita” en la cabeza, está el hecho de que Dios se está
uniendo al alma de ese niño. Hay una presencia real de Dios.
En la Confesión, no es simplemente que digo mis pecados, me absuelven y quedo limpio; sino
que existe la certeza de una presencia “limpiadora” (por así decirlo) de Dios en mi vida.
El Sacramento del Matrimonio es, antes que nada, la certeza de una presencia de Dios. Los seres

humanos podemos a veces decir: “será o no será que Dios está en mi vida”. Pero este sacramento
nos da esa certeza.
¿Y esto, para qué sirve?
Todo el tema del matrimonio es siempre una carga, es algo que se tiene que sacar adelante. Lo
que ustedes se prometieron el día que se casaron, no es precisamente una cosa fácil:
1. “Yo te acepto a ti...”
Esto es lo primero y no eras una monada precisamente (aunque en ese momento lo fueras, los
años se han encargado de mostrar la real situación). Aceptar tu persona no es fácil, aceptar tu
vida, tu pasado, tu futuro sobretodo.
Aceptar... aceptarte...aceptar todo lo que tu seas, todo lo que tu tengas. Eso no es cosa fácil. ¿Se
puede llevar a cabo?
2. “...Y prometo serte fiel...”
Es una promesa muy seria. La promesa de la fidelidad, y todos lo sabemos, no es sencilla ni para
el hombre, ni para la mujer. No es fácil. Porque hoy en día, hay una gran corriente que dice: ¿qué
tiene de malo? ¿qué problema hay? ¿quién se entera?. Es más, cuántas veces sucede que nos
quieren vender como moderno lo que es una deformación tremenda.
Habrán escuchado con bastante frecuencia, todo este “rollo” del show de “Sólo para Mujeres”.
Hace veinte años era simplemente impensable. Hoy es posible y hasta llena teatros, cines, gracias
a que se ha ido metiendo en el corazón, en este caso de la mujer, el mismo pensamiento que tenía
el hombre sobre el tema: “¿qué tiene de malo?...es arte...”.
El problema es que ese pensamiento se va metiendo poco a poco y entonces, ese “prometo serte
fiel” ya no es tan sencillo, no es tan fácil y se pone como entre corchetas, como entre paréntesis
para ver si funciona o no.
3. “...En lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad...”
Es decir, en todas las circunstancias materiales o personales que tengamos que atravesar.
Y uno diría, el ser fiel en lo próspero no debería costar. Y yo diría, ¡quién sabe!. Cuántas veces la
prosperidad material viene acompañada de muchos problemas conyugales. Por ejemplo: el
marido puede decir, “no me reconocen, yo me mato, yo trabajo, yo me desvelo, yo me quedo
calvo por ustedes...soy un papá económico nada más...”. Y lo que debería ser positivo por la
prosperidad material, se convierte en un motivo de litigio.
Para los hijos, nunca es “bastante” lo que el papá les da (“ya no sólo tenemos una tele, tenemos
tres... ya tenemos DVD... y cómo es posible que todavía no tengamos el perrito “Poochie”...”).
Es curioso que lo que debería servir para unirlos (un coche, casa, poder comer todos los días,
salud, un buen colegio para los niños, etc.) es motivo de pleito. La prosperidad material puede
acabar separando.
Y también en lo adverso, porque cuando tenemos que empezar a “apretarnos el cinturón”
prescindiendo de algunas cosas, nos olvidamos de aquel antiguo refrán: “Contigo, pan y
cebolla”. O sea, “si contigo somos pobres, ¿qué problema hay? Si lo importante es estar
contigo”. Y también en la adversidad social, humana, psicológica.
La salud, la enfermedad, lo próspero, lo adverso, son situaciones donde el ser humano es

probado. En ese momento se sabe de qué material está hecho. Y generalmente es de un material
bastante endeble.
Y el problema no es que descubramos que es endeble o frágil, sino, ¿qué hacemos con eso?
Podemos decir, “es que soy de un temperamento fuerte, o flojo, o delicado, o simplón, o
complicado”. Sin embargo, el ser como tú eres, no es el problema. Sino ¿qué hacer con esa forma
tuya de ser?. Eso sí es el problema.
Los discapacitados en el campo físico, han hecho un reto de lo que para muchos es un problema
(el no tener manos, pies, vista), lo han hecho una posibilidad de superación personal. Esto lo
entendemos muy bien en este campo.
Pero en el campo interior, ¿cuáles son tus discapacidades?. Pueden ser psicológicas (“me cuesta
el perdonar, el aceptar, el verme humillado, el comunicarme contigo...”). Y tienes dos opciones:
sentarte a llorar tu discapacidad, o vencerla.
...En la salud, en la enfermedad, en lo próspero, en lo adverso... Todo esto en el fondo es un reto.
Es un reto en el cual, nosotros como seres humanos, no estamos solos. Tenemos alguien que nos
apoya. Es la gracia de Dios.
4. “...Y prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida...”
Prometer algo, no significa que lo tenga, no significa que no me cueste. A veces pensamos que el
prometer amarte y respetarte, es un “easy going” (ahí nos vamos... siento bonito...).
No, amarte y respetarte significa luchar, no contra otros, pero sí contra nosotros mismos.
Amar y respetar es una decisión que nosotros tomamos. Tu y yo tomamos la decisión de
amarnos. No es un bonito sentimiento, no es “porque me caes bien te respeto”, sino que YO
DECIDO respetarte, igual que YO DECIDO amarte.
Por eso cuando decimos “se me acabó el amor”, no es verdad: el amor no se acaba; lo que se te
acabaron fueron tus decisiones. Es muy distinto. Lo que se acaba es el hecho de que yo decido
seguirte amando. Aquí lo importante es: quiero decidirlo o no lo quiero decidir (“tú quieres a
quien quieres y no quieres a quien no quieres”).
Es como cuando dos personas no te hablaron para felicitarte en el día de tu santo. De una
piensas: “...de seguro tuvo mucho trabajo y no pudo...”. Pero de la otra piensas: “...¡claro!,
seguro que se le olvidó...” De una lo quisiste aceptar y de la otra no.
¿Cuántas cosas toleramos porque las queremos tolerar? Y ¿Cuántas cosas no toleramos porque
no nos da la gana tolerar?
En este punto, viene lo que algunos autores llaman la importancia en el matrimonio de generar
una “ley de convergencia”, es decir, de crear un esfuerzo en uno y en otro de querer converger.
Es un esfuerzo de querer seguir haciendo las cosas. Ese es el amor.
El amor no es la “calentura emocional” que yo siento cuando veo a alguien enfrente. Eso todavía
no es amor. Me puede gustar esa persona, me puede atraer, pero ninguna de esas dos cosas es
amor.
Amor es entregarse, es don de mí. Pero, ¿de dónde saco yo fuerzas para seguir queriendo, para
seguir teniendo los detalles que tenía, para seguirte siendo fiel, para seguirte respetando, para
seguirte amando?
¿Qué pasa el día en que mi rencor se mete a mi voluntad?
¿Qué pasa el día en que mi sensibilidad se quiera sobreponer a mi inteligencia y racionalidad?

Es ahí donde entra el sacramento. La gracia del sacramento es como un suplemento que te
sostiene en los momentos en que sientes que tú ya no puedes.
Obviamente que esto no es mágico, sino que tú tienes que prepararte para poder recibir la fuerza
y la gracia que te va a ser necesaria.
Cuando estás preparado, puedes recibir el don de Dios que te permite ser fuerte.
(Precisamente este taller de Crecer en Familia surgió de esa necesidad de prepararse para ser
mejores familias).
Los retos van siendo cada vez más difíciles y las pruebas también van a venir. Pueden estar en
los hijos, en el temperamento de ustedes mismos, en las dificultades del ambiente, en los
problemas del país, etc.
¿Estoy listo o lista para enfrentarlas? ¿Estoy preparándome para que el día que tenga que
enfrentarme a esa prueba, la gracia de Dios pueda derramarse sobre mí y pueda saltar ese
obstáculo?
A veces vivimos sin previsión de las pruebas o dificultades que podemos encontrar. A veces
seguimos pensando que todo va a ser como hoy, que no va a haber ningún problema.
¿Cuál es tu fortaleza aparte de tu inteligencia y sagacidad para enfrentar esas pruebas?
¿Cómo mantener el vínculo matrimonial? No es fácil.
Tengo que irme capacitando. Y esa capacitación me la da precisamente la gracia de Dios en el
Sacramento del Matrimonio. El vínculo y la estabilidad matrimonial se sostendrán por la riqueza
interior que yo tenga.
Sería un error muy grande descuidar la riqueza interior. Por preocuparnos de la riqueza exterior,
nos olvidamos de la interior y hasta nos hacemos “discapacitados” hacia ella. No ejercitamos la
capacidad de enriquecerla, de practicarla.
¿Cuándo ha sido la última vez que dijiste “voy a trabajar en mi persona para que mi matrimonio
vaya mejor”? Lo hacemos cuando estamos en crisis. No lo hacemos normalmente (¿diagnóstico
o autopsia?).
Como esposos, todos los días trabajen por crecer interiormente, según sus necesidades: si mi
matrimonio necesita comunicación, ¿qué voy a hacer para mejorarla?. Espiritualidad, diálogo,
dominio de la impaciencia, etc.
Hay que elaborar un plan en el cual voy a trabajar en mi matrimonio.
Y son siete grandes campos o líneas en los que todo matrimonio tendría que trabajar para que en
esas capacidades esté presente la gracia de Dios:
1. Área de mi temperamento (mi psicología).
2. Área de la afectividad, emotividad y sexualidad.

3. Área de los hijos ¿Sé perfectamente lo que voy a hacer con mis hijos el próximo año y tengo
un plan de trabajo con ellos, en cuanto a valores, diversiones, ambiente, etc.?
4. Área de la familia política.
5. Área del ambiente, amigos, amistades, diversiones. ¿Nos ayudan a nuestro plan de vida?
6. Área del dinero, de lo material. ¿Cuál es el manejo que como esposos vamos a hacer?
7. Área espiritual. Es fundamental que los dos crezcan espiritualmente. Es el eje de la vida de
esposos.

Una vez elaborado el plan de trabajo comentar:
¿Cómo nos puede ayudar en nuestro matrimonio el tener este plan de trabajo?

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