Evans

Published on May 2017 | Categories: Documents | Downloads: 62 | Comments: 0 | Views: 575
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Carlos Rehermann

El arqueólogo en su laberinto
Una ciencia nueva
En 1642, el doctor John Lightfoot, vicerrector de la
Universidad de Cambridge, demostró que el ser humano fue
creado por Dios aproximadamente a las nueve de la mañana
del 23 de octubre de 4004 antes de Cristo. Dos siglos
después, el pionero de la arqueología prehistórica, Jacques
Boucher, hablaba de "hombre antediluviano". Suponía que
ciertas capas de sedimento marcaban el momento del Diluvio
bíblico. La Biblia seguía siendo la guía para datar los
orígenes.
Hacia mediados del Siglo XIX el historiador danés Christian
Thomsen impuso las denominaciones Edad de Piedra, Edad de
Bronce y Edad de Hierro. Se inspiraba en Los trabajos y
los días, de Hesíodo, donde se recoge un mito presente en
muchas culturas, según el cual el hombre de los orígenes
era mejor que el actual.
Hacia fines del siglo XIX etnólogos como James Frazer se
adentraban en la mitología como medio de estudio de los
pueblos contemporáneos, y al mismo tiempo fundaban las
bases de la antropología prehistórica.
El alemán Schliemann, munido de su ejemplar de la Ilíada,
había encontrado lo que creía que era la ciudad de Troya, y
afirmaba que en Micenas había dado con el palacio de
Agamenón.
A los académicos les resultaba difícil aceptar que la
Ilíada fuera una fuente confiable, pero la realidad era
incontestable: Schliemann encontraba ruinas, y la Biblia,
sobre todo después de Darwin, no parecía tan eficaz.
Comenzaba a nacer una nueva ciencia histórica, la
arqueología. Y después de Troya, Micenas y Tirinto, cuando
faltaban pocos años para termi9nar el siglo XIX, Schliemann
comenzó a buscar el laberinto del Minotauro.
En busca de un yacimiento propio
John, el padre de Arthur Evans, era aficionado a
"fosilizar", actividad campestre que consistía en salir a
recorrer canteras de calizas en busca de huesos antiguos,
puntas de flecha, piedras de pedernal y otras huellas de
culturas antiguas. Para encontrar los restos había que
hacer fosos, y por eso los huesos antiguos se llaman
fósiles. John Evans e convirtió en un experto en monedas
antiguas, muy respetado por las asociaciones de anticuarios
de Gran Bretaña. Además poseía una considerable fortuna, lo
cual lo hacía aun más respetable ante otros miembros de la
comunidad académica y política, circunstancia beneficiosa
para la carrera de su hijo.
Arthur estudió historia, aunque nunca fue un buen
estudiante. La fama de su padre le granjeó la buena

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voluntad de algunos de los profesores que lo calificaron
con benevolencia en sus flojos exámenes de historia.
Poco después de su graduación viajó a Alemania para
estudiar historia moderna, pero su afición por "fosilizar"
lo empujó hacia la región de Bosnia y Herzegovina, en ese
momento en litigio entre los imperios Otomano y AustroHúngaro.
Poco después sus relaciones familiares le permitieron
acceder a la dirección del Museo Ashmolean, en Oxford, una
especie de depósito caótico de cuanta colección
inclasificable fuera donada a la Universidad.
Los sucesivos viajes de Evans por los Balcanes lo fueron
llevando hacia el sur, hasta que las exploraciones de
Schliemann en Creta, muy bien recibidas en los círculos
académicos ingleses (más que en la propia Alemania), lo
convencieron de que debía internarse en el mundo Egeo, para
tratar de encontrar su propio yacimiento.
Sus viajes por los Balcanes lo habían puesto en contacto
con muchos saqueadores de tumbas antiguas, que vendían sus
hallazgos en ferias populares, donde Evans había comprado
muchos pequeños objetos, especialmente sellos cretenses que
pronto le dieron fama de especialista en la materia. Por
ellos sabía que en toda la región del Egeo había todavía
enormes yacimientos inexplorados.
Del mito al hecho
Schliemann había intentado comenzar la búsqueda del mítico
laberinto de Dédalo, pero las complicaciones políticas y la
férrea legislación proteccionista turca —que mantenía el
control político de Creta, donde se suponía que estaba el
laberinto—, lo desanimaron.
Después del abandono de Schliemann, y a lo largo de casi
una década, Evans intrigó hasta lograr numerosos apoyos
para emprender trabajos a gran escala en Creta: de su país,
del gobierno griego, del gobierno turco y de la comunidad
cretense.
En 1900, con dinero de su padre, pudo comprar los terrenos
donde había pruebas de que había enterrado un gran complejo
edilicio. Convertirse en propietario era la única manera de
lograr los permisos gubernamentales de excavación.
Para Evans no había ninguna duda: allí estaba el laberinto
de Dédalo, donde había vivido el Minotauro, un gran
complejo que definió como el Palacio de Minos. Rastros de
unas inscripciones indescifrables lo convencieron de que en
Creta había habido una escritura anterior a la fenicia,
considerada antecesora de la escritura griega. Su idea de
desarrollo de la civilización europea correspondía al
difusionismo, que proponía un origen único para la actual
diversidad étnica y cultural. Y Evans quería que el origen
fuera una gran civilización a la que llamó "minoica", en
referencia al mítico rey de Creta, Minos.

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Una gran imaginación
En 1929 el escritor inglés Evelyn Waugh visitó el museo de
Candia, en Creta, donde se exponían fragmentos de frescos
del palacio de Knosos y muchos objetos de pequeño tamaño.
Waugh escribió que los pintores que habían trabajado en la
restauración tenían predilección por las portadas de la
revista Vogue, ya que dibujaban los motivos con una
estética parecida a la de esa revista glamorosa.
Algunos análisis lingüísticos del término "laberinto" (que
Evans trataba de relacionar con la palabra labrus, "doble
hacha", objeto ritual encontrado en las excavaciones de
Knosos) comenzaron a poner en duda la realidad de una gran
civilización Minoica. En 1956, quince años después de la
muerte de Evans, un antiguo colaborador suyo, Michael
Ventris, descifró una escritura en tablillas encontrada en
Knosos (llamada Lineal B), relacionada con una escritura
similar micénica. Quedó demostrado que se trataba de una
antigua escritura griega. Al parecer, esta interpretación
fue posible gracias a hallazgos posteriores a la muerte de
Evans, pero más tarde se encontraron pruebas de que éste
había ocultado pruebas que habrían llevado mucho antes a la
misma conclusión.
En 1979 se descubrieron pruebas de que en Knosos se
realizaban brutales sacrificios humanos, poco después de
que un arqueólogo alemán propusiera que el conjunto había
tenido usos funerarios, ya que de lo contrario no habría
sido construido con un yeso tan frágil y sensible al clima.
Al parecer, aquella no fue una civilización áurea.
Un hombre extraño, por suerte
Evans puso en juego toda su influencia, mientras vivió,
para librarse de los académicos que lo contradecían. Alan
Wace, por ejemplo, que sostenía la teoría más aceptada en
la actualidad (que Creta fue un dominio micénico, y que no
hubo una cultura minoica antecesora de Micenas) fue
destituido de su cargo de Director de la Escuela Británica
de Atenas por orden de Evans, y no fue sino hasta la muerte
de este que pudo volver a trabajar en Grecia.
Según Manolaki Akoumianakis, uno de sus empleados, Evans
"Solía pegarme, solía agarrarme de la camisa y sacudirme.
Era un hombre muy extraño, un hombre muy extraño". A este
hombre a quien castigaba, Evans lo trataba cariñosamente —
al menos en cartas dirigidas a terceros— como "mi lobo de
montaña".
Aunque tenía inclinaciones homosexuales, sus relaciones con
varones al parecer no pasaron de ser platónicas. Se casó
con la hija de un antiguo profesor suyo, que lo dejó viudo
a los pocos años de desinterés mutuo, y ya no volvió a
casarse. Años más tarde adoptó a un niño de su vecindario
en Youlbury. Tanto su esposa como su suegro y él mismo

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tenían fuertes ideas acerca de la superioridad aria, y sus
cartas dejan ver claramente su desprecio por los pueblos
orientales.
Fue un alumno mediocre, obtuvo trabajo por influencias
familiares, contrabandeó tesoros arqueológicos y trampeó
durante décadas a los gobiernos de Turquía, los países
balcánicos y Grecia. Se obsesionó a tal punto con sus ideas
preconcebidas que ocultó las pruebas objetivas de su error,
y no dudó en dejar sin trabajo a quien se atreviera a
opinar en su contra. Era, en resumen, un individuo casi
normal. Fue gracias a su empecinamiento por trascender su
mediocridad que cargó de rasgos fantásticos una
civilización que quizá nunca fue tal, y con ello dio el
impulso definitivo para el desarrollo de la arqueología
moderna.

Joseph Alexander MacGillivray
El laberinto del Minotauro. Sir Arthur Evans, el arqueólogo
del mito.
Edhasa, 2006
576 páginas

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