MacOndo

Published on April 2017 | Categories: Documents | Downloads: 48 | Comments: 0 | Views: 414
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URUGUAY
Gustavo Escanlar: Gritos y susurros . . . . . . . . . . . . .. 241
PERÚ
Jaime Baily: Extrañando a Diego . . . . . . . . . . . . . . .. 223
9
Esta anécdota es real:
Un joven escritor latinoamericano obtiene una beca para
participar en e! International Writer's Workshop de la Univer-
sidad de Iowa, suerte de hermano mayor cosmopolita de! afama-
do Writer's Workshop de la rnísma universidad, algo así como la
más importante fabrica/taller de nuevos escritores norteamerica-
nos.
El escritor rápidamente se da cuenta que lo latino está hot
(como dicen allá) y que tanto el departamento de español como
los suplementos literarios yanquis están embalados con e! tema.
En e! cine del pueblo, Como agua para chocolate arrasa con la taqui-
lla. Para qué hablar de las estanterías de las librerías, atestadas de
«sabrosas» novelas escritas por gente cuyos apellidos son induda-
blemente hispanos, aunque algunos incluso escriban en inglés.
Tal es la locura latina que e! editor de una prestigiosa revista li-
teraria se da cuenta que, a cuadras de su oficina, en pleno campus,
deambulan tres jóvenes escritores latinoamericanos. El señor se
presenta y, sin más ni más, establece un literary-lunch semanal en la
cafetería que rníra el río. La idea, dice, es armar un número espe-
cial de su prestigiosa revista literaria centrado en e! fenómeno lati-
no. Los tres jóvenes (bueno, no tan jóvenes) quedan relativamente
extasiados. Se dan cuenta que, sin esfuerzo ni contacto alguno,
van a ser publicados en «América» y en inglés. y sólo por ser lati-
nos, por escribir en español, por haber nacido en Latinoamérica,
ese «pueblo al sur de los Estados Unidos», como sentenció el gru-
po rack Los Prisioneros.
PRESENTACIÓN DEL PAÍS MCONDO
169
175
181
ESPAÑA
Martín Casariego: He conocido a mucha gente .
Ray Loriga: Buenas noches .
José Ánge! Mañas y Antonio Dornínguez:
Peter Pan w. c.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
MÉXICO
Jordi Soler: La mujer químicamente compatible 195
David Toscana: La noche de una vida difícil. . . . . . . .. 201
NaiefYehya: La gente de látex 215
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 257
Sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 259
Las cosas agarran prisa y el programa de escritores contacta a
gente del departamento de lenguas y arman un taller de traduc-
ción. Antes que termine el semestre, los cuentos y trozos de nove-
las de los tres latinos son entregados al ávido editor. Los otros par-
ticipantes extranjeros, algunos bastante más establecidos y añosos
que los codiciados latin-boys, observan atónitos y asumen que qui-
zás el lugar es el adecuado pero el momento definitivamente no.
Adiós a los asiáticos y los centroeuropeos. Vji¡,llcome all híspanícs.
Pues bien, el editor lee los textos hispanos y rechaza dos. Los
que desecha poseen el estigma de «carecer de realismo mágico».
Los dos marginados creen escuchar mal y juran entender que sus
escritos son poco verosímiles, que no se estructuran. Pero no, el
rechazo va por faltar al sagrado código del realismo mágico. El
editor despacha la polémica arguyendo que esos textos «bien pu-
dieron ser escritos en cualquier país del Primer Mundo».
Esta anécdota es, como dijimos, real, aunque los nombres y las
nacionalidades fueron omitidas para proteger a los inocentes. Cre-
emos, además, que ilustra el conmovedor grado de ingenuidad de
ambas partes interesadas.
Para dejar un registro histórico: ese día, en medio de la plani-
cie del medioeste, surgió McOndo. Su inspiración más cercana es
otro libro: Cuentos eon Wt:zlkman (Santiago de Chile, Planeta,
1993), una antologia de nuevos escritores chilenos (todos meno-
res de 25 años) que irrumpió ante los lectores con la fuerza de un
recital punk. Ese libro, que ya lleva más de diez mil ejemplares
vendidos sólo en el territorio chileno, fue compilado por noso-
tros dos a partir de los trabajos de los jóvenes que asistían a los ta-
lleres literarios que ofrecía la «Zona de Contacto», un suplemento
literario-juvenil que aparece todos los viernes en el diario El Mer-
curio de Santiago. Como dice la franja que anuncia la cuarta edi-
ción, la moral walkman es «una nueva generación:literaria que es
post-todo: post-modernismo, post-yuppie," post-comunismo,
post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mági-
co, hay realismo virtual».
David Toscana, representante de México en Iowa, leyó el libro
y tuvo la idea de armar un Cuentos eon Wt:zlkman internacional.
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Aceptamos el desafío y decidimos, a diferencia del primero, in-
cluirnos en el libro. Quizás no hay excusas pero aquí estamos. Ya
que íbamos a estar detrás, por qué no adentro también.
.,
Aunque por momentos sentimos que no íbamos a ninguna parte,
al final llegamos a la meta. Como todo libro que vale, MeOndo es
incompleto, parcial y arbitrario. No representa sino a sus partlCl-
pantes y ni siquiera. Es nuestra idea, nuestro valón. Sabemos que
muchos leerán este libro como una tratado generaCiOnal o como
un manifiesto. No alcanza para tanto. Seremos pretenciosos, pero
na tenemos esas pretensiones.
Como en todo acto creativo, lo más entretenido (y agotador)
fue coordinar y encontrar a los autores que cabían dentro del   ­
non preestablecido. El primer desafío de muchos fue consegmr
una editorial que confiara en nosotros, nos convidara infraestruc-
tura y redes de comunicación y, por sobre todo, nos asegurara una
distribución por toda Hispanoamérica para así tratar de borrar las
fronteras, que hicieron de esta antología no sólo una recopilación
sino un viaje de descubrimiento y conquista. No fue facil, puesto
que ruvimos que atravesar una maraña de burocracia y mala fe,
además de erradas ideologías de distribución, increíbles aranceles
y simple desidia. En todas las capitales latinoamericanas uno pue-
de encontrar los best-sellers del momento o autores traducidos en
España, pero ni hablar de autores iberoamericanos. Simplemente
no llegan. No hay interés. Recién ahora algunas editoriales se es-
tán dando cuenta de que eso de escribir en un mismo idioma au-
menta el mercado y no lo reduce. Si uno es un escritor latinoa-
mericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y
San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Barcelona. Cruzar la
frontera implica atravesar el Atlántico.
Como en toda antología que se precie de tal, la elección de quie-
nes participan en este libro es dudosa, antojadiza y teñida del fa-
voritismo que se le tiene a los amigos. En MeOndo hay mucho de
esto; no podía ser de otra manera.
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A pesar de las maravillas de la comunicación, el país desde
donde surge esta antología sigue estando entre el cerro y el mar.
La comunicación con el exterior, por lo tanto, fue dificil, atrasa-
da, escasa, y surgíó a un ritmo más lento del que esperábamos.
Los contactos existían, pero más a nivel de amistad en países
como Argentina, España y México. El resto del continente era te-
rritorio desconocido, virgen. No conocíamos a nadie. Llegarnos a
pensar que América Latina era un invento de los departamentos
de español de las universidades norteamericanas. Salimos a con-
quistar McOndo y sólo descubrimos Macondo. Estábamos en se-
rios problemas. Los árboles de la selva no nos dejaban ver la pun-
ta de los rascacielos.
No conocíamos siquiera un nombre en muchos de los países
convocados. Nos topamos con panoramas como que los libros de
ciertas estrellas literarias no estaban disponibles en el país fronte-
rizo. Los suplementos literarios de cada una de las capitales no
tenían ni idea de quiénes eran sus autores locales. Podiamos escri-
bir en el mismo idioma, tener la misma edad y las antenas conec-
tadas, pero aun así no teníamos idea quiénes éramos.
Cuando decidimos lanzar nuestras señales de humo recurrimos
a todo lo imagínable: amigos, enemigos, corresponsales extraJ1ie-
ros, editores, periodistas, críticos, rockeros en gíra, auxiliares de
vuelo, mochileros que salian de vacaciones. Recurrimos al fax, al
DHL, a la Internet. Apostamos por el correo tradicional (estampillas
con la cara de próceres muertos) y el correo electrónico (bits no
, ,
atomos) y abusamos del teléfono (usamos discado directo, cambia-
mos varias veces de carrier dependiendo de las ofertas del mes y
nos aprendimos todos los códigos de los países).
Poco a poco, comenzó a aparecer eso que sabíamos que exis-
tía, aunque estaba oculto en auto-publicaciones de segunda o edi-
ciones de pocos ejemplares. De alguna manera c.omprobamos que
el fenómeno editorial joven en Latinoamérica irregular, a veces
mezquino y en la maYl>ría de los casos, sufrido. La mayoría de los
textos que recibimos eran ediciones feas, publicadas con esfuerzo
y con poca resonancia entre sus pares.
El criterio de selección entonces se centró en autores con al me-
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nos una publicación existente y algo de reconocimiento local. Esta
opción algo severa descalificó a ciertos autores y países de un bro-
chazo. Exigímos, además, cuentos inéditos o, al menos, inéditos en
forma de libro.'··Podian versar sobre cualquier cosa. Tal como se
puede inferir, todo rastro de realismo mágíco fue castigado con el
rechazo, algo así como una venganza de lo ocurrido en Iowa.
El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quiénes so-
mos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién
soy?). Los cuentos de MeOndo se centran en realidades individua-
les y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencIas de la
fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto últi-
mo como un signo de la literatura j oven hispanoamericana, y una
entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuen-
tos, que estos escritores se preocuparan menos de su contingencia
pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles
personales. No son frescos sociales ni sagas colectIvas. SI
unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el la-
piz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escri-
bir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.
La decisión final tuvo que ver con los gustos de los editores y la
editorial, además de las presiones de ciertos agentes literarios,
la cambiante geopolítica (nos tocó guerras y relaciones diplomáti-
cas tensas), el azar de los contactos y eso que se llama suerte.
Hay autores vagando por el continente y la península que tuvi-
mos que rechazar p'orque ya teníamos muchos representantes de
ese país (Argentina, México, España) o porque la demanda  
dió la oferta. Otros autores representativos están ausentes porque
no pudieron llegar a tiempo, estaban bloqueados o no tenían nada
que ofrecer. Existen, por cierto, muchos países que faltan y debe-
rían estar presentes. Hicimos lo posible. Reconocemos nuestra
incapacidad. A lo mejor sí debimos viajar por cada uno de los paí-
ses pero no tuvimos ni el presupuesto ni el tiempo. Quizás  
fiamos demasiado en las embajadas y en los agregados culturales
que, dicho sea de paso, fueron incapaces de ayudarnos. Una em-
bajada dijo que sólo había poetas en su país 00 que resultó ser fal-
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so) y en otra nos aseguraron que el autor más joven de su territo-
rio era un chico de 48 años que, para más remate, era inédito.
No nos cabe duda que cuando este libro se edite, vamos a en-
contrarnos con la ingrata sorpresa de que un autor McOndiano
está dando mucho que hablar y ni siquiera sabíamos que existía.
Son los nesgos que uno corre. Casi todos los autores aquí inclui-
dos son absolutos desconocidos fuera de su país. Y muchos son
apenas conocidos en su propia casa. Así y todo, pensamos que la
muestra es grande, variada y comulga absolutamente con nuestro
criterio de selección.
Sabemos que hay carencias y errores, pero también hay acier-
tos y sorpresas. Estamos conscientes de la ausencia femenina en el
libro. ¿Por qué? Quizás esto se debe al desconocimiento de los
y a los pocos libros de escritoras hispanoamericanas que
recIbilllos. De todas maneras, dejamos constancia que en ningún
momento pensamos en la ley de las compensaciones sólo para no
quedar mal con nadie.
Optamos por establecer una fecha de nacimiento para nuestros
autores que nos sirviera de colador y acotara una experiencia en
común. Nos   por una fecha que fuera desde 1959 (que
comcIde con la SIempre recurrida revolución cubana) a 1962
en Chile y en otros países, es el año en que llega la televi-
sIón). La mayoría, sin embargo, nacieron algún tiempo después.
Otra cosa en que nos fijamos: todos los escritores recolectados
han publicado antes de los treinta con un relativo éxito. Han cre-
ado polémicas, revueltas y exageraciones críticas con lo que es-
criben.
Sobre el título de este volumen de cuentos no valen dobles inter-
pretaciones. Puede ser considerado una ironía irreverente al ar-
cángel San Gabriel, como también un merecido tributo. Más
bien, la idea det título tiene algo de llamado de atención a la mi-
rada que se tiene de lo latinoamericano. No desconocemos lo
exótico y variopinto de la cultura y costumbres de nuestros países,
pero no es pOSIble aceptar los esencialismos reduccionistas, y creer
que aquí todo el mundo anda con sombrero y vive en árboles. Lo
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anterior vale para lo que se escribe hoy en el gran país McOndo,
con temas y estilos variados, y mucho más cercano al concepto de
aldea global o mega red.
El nombre (¿marca-registrada?) McOndo es, claro, un chiste,
una sátira, una talla. Nuestro McOndo es tan latinoamericano y
mágico (exótico) como el Macondo real (que, a todo esto, no es
real sino virtual). Nuestro país McOndo es más grande, sobrepo-
blado y lleno de contanIÍnación, con autopista<, metro, TV-cable
y barriadas. En McOndo hay McDonald's, computadores Mac y
condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con di-
nero lavado y malls gigantescos.
En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar,
claro que en el nuestro cuando la gente vuela es porque anda en
avión o están muy drogados. Latinoamérica, y de alguna manera
Hispanoamérica (España y todo el USA latino) nos parece tan rea-
lista mágico (surrealista, loco, contradictorio, alucinante) como el
país imaginario donde la gente se eleva o predice el futuro y los
hombres viven eternamente. Acá los dictadores mueren y los des-
aparecidos no retornan. El clima cambia, los ríos se salen, la tierra
tiembla y don Francisco coloniza nuestros inconscientes.
Existe un sector de la academia y de la intelligentsia ambulante
que quieren venderle al mundo no sólo un paraíso ecológico (¿el
smog de Santiago?) sino una tierra de paz (¿Bogotá? ¿Lima?). Los
más ortodoxos creen que lo latinoamericano es lo indigena, lo
folklórico, lo izquierdista. Nuestros creadores culturales sería gen-
te que usa poncho y ojotas. Mercedes Sosa sería latinoamericana,
pero Pimpinela, no. ¿Y lo bastardo, lo híbrido? Para nosotros, el
Chapulín Colorado, Ricky Martín, Selena, Julio Iglesias y las te-
lenovelas. (o culebrones) son tan latinoamericanos como el can-
dombe o el vallenato. Hispanoamérica está lleno de material exó-
tico para seguir baílarIdo al son de «El cóndor pasa» o «Ellas bailan
solas» de Sting. Temerle a la cultura bastarda es negar nuestro pro-
pio mestizaje. Latinoamérica es el teatro Colón de Buenos Aires y
Machu Pichu, «Siempre en Domingo» y Magneto, Soda Stereo
y Verónica Castro, Lucho Gatica, Gardel y Cantinflas, el Festival
de Viña y el Festival de Cine de La Habana, es Puig y Cortázar,
15
Onetti y Corín Tellado, la revista Vuelta y los tabloides sensacio-
nalistas.
Latinoamérica es, irremediablemente, MTV latina, aquel aluci-
nante consenso, ese flujo que coloniza nuestra conciencia a través
del cable, y que se está convirtiendo en el mejor ejemplo del sue-
ño bolivariano cumplido, más concreto y eficaz a la hora de ha-
blar de unión que cientos de tratados o foros internacionales. De
paso, digamos que MeOndo es MTV latina, pero en pape! y letras
de molde.
y seguimos: Latinoamérica es Te!evisa, es Miami, son las repú-
blicas bananeras y Borges y el Comandante Marcos y la CNN en
español y e! Nafta y Mercosur y la deuda externa y, por supuesto,
Vargas Llosa.
Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es
urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un caos y no
funcionan) nos parece aberrante, cómodo e inmoral.
El trasfondo tras la ilusión de! realismo mágico para la exporta-
ción (que tiene mucho de cálculo) lo aclara el poeta chileno Os-
car Hahn en una introducción a una antología de cuentos ad-hoc:
Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de
América fue recibido con gran alborozo y veneración por los is-
leños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados
los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española,
procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios
de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años
después, los descendientes de esos remotos americanos decidie-
ron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público
internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbra-
miento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que trans-
forma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que
pone a la misma altura la levitación y el cepilladoAie dientes, los
viajes de ultratumba y las excursiones al campo:
Lo que nosotros queremos ofrecerle al público internacional son
cuentos distintos, más aterrizados si se quiere, de un grupo de
nuevos escritores hispanoamericanos que escriben en español, pe-
16
ro que no se sienten representantes de alguna ideología y ni siquie-
ra de sus propios países. Aun así, son intrínsecamente hispanoame-
ricanos. Tienen ese prisma, esa forma de situarse en el mundo.
En estos cuéntos hay más cepillado de dientes y excursiones al
campo (bueno, al departamento o al centro comercial) que levita-
ciones, pero pensamos que se viaja igual. .
Los autores incluidos en MeOndo son, como ya lo hemos reIte-
rado (y lamentado) levemente conocidos en sus respectivos países.
Esto tiene su lado positivo puesto que no tienen una reputación
internacional que proteger. No sienten, como escribió e! crítico
David Gal1agher en e! suplemento literario de! TLS de Londres,
«la necesidad de sumergirse en las aguas de lo políticamente-co-
rrecto. Puesto que no tienen la ventaja de vivir afuera, difícilmen-
te sabrían qué elementos usar para escribir una novela política-
mente  
Es cierto que no todos los autores antologados viven dentro de
sus países (aunque muchos tienen la intención de regresar y pron-
to); aun así, estos escritores han producido textos que fueron es-
critos desde e! interior para lectores internos. Como b,en acota
Gallagher, refiriéndose específicamente al caso de Chile, «no le
están escribiendo a una galería internacional, por lo tanto, no t1e-
nen que mantener e! status-quo de! estereotipo de cómo debe o
no debe ser el retrato (de Hispanoamérica) para la exportación».
España, en tanto, está presente porque nos sentimos muy cer-
canos a ciertos escritores, películas y a una estética que sale de la
península que ahora es europea, pero que ya no es la madre pa-
tria. Los textos españoles no poseen ni toros ni sevillanas ID gue-
rra civil, lo que es una bendición. Los nuevos autores españoles
no sólo son parte de la hermandad cósmica sino son primos muy
cercanos, que a lo mejor pueden hablar raro (de hecho, todos ha-
blan raro y usan palabras y jergas particulares) pero están en la
misma sintonía.
La pregunta que inició la búsqueda de este libro fue si estábamos
en presencia de algo nuevo, de una nueva literatura o de una nue-
va perspectiva para ver la literatura. Pregunta que parece ser e!
17
afan de toda nueva horneada de escritores. Las respuestas después
de tener el libro terminado fueron sólo dudas. Como es típico, lo
más interesante, novedoso y original nO está en la primera línea
del mercado y aún menos entre el oficialismo literario.
El verdadero atan de MeOndo fue armar un red, ver si teniarnos
pares y comprobar que no estábamos tan solos en esto. Lo otro
era tratar de ayudar a promocionar y dar a conocer a voces perdí-
das no por antiguas o pasadas de moda, sino justamente por no
responder a los cánones establecidos y legitimados.
Comprobamos que cada escritor ha elegido el camino que más
le acomodaba, con los temas que consideraba más adecuados.
¿Trabajo inútil entonces? Creemos que no: debajo de la heteroge-
neidad algo parece unir a todos estos escritores, y a toda a una ge-
neración de adultos recientes. El mundo se empequeñeció y
compartimos una cultura bastarda similar, que nos ha hermanado
irremediablemente sin buscarlo. Hemos crecido pegados a los
mismos programas de la televisión, admirado las mismas películas
y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de
considerarse mágica. Todo esto trae, evidentemente, una similar
postura ante la literatura y el compartir campos de referencias
unificadores. Esta realidad no es gratuita. Capaz que sea hasta má-
gica.
Alberto Fuguet y Sergio Gómez
Santiago de Chile, marzo de 1996
18
,
AMOR A LA DISTANCIA
Edmundo Paz-Soldán
Anoche, mientras salía de mi apartamento con dos botellas de
vino tinto entre las manos, se me ocurrió, Viviana, que tú jamás
sabrías de ese pequeño detalle si yo decidiera no contártelo. Las
botellas de vino tinto, la sonrisa en los labios, el aire de expectati-
va ante la inminencia de una fiesta que prometía mucho y efecti-
vamente cumplió: pequeños detalles que tú quizás jamás sepas, así
como yo no sé de tantos pequeños detalles tuyos. Dicen que las
relaciones son precisamente esas minucias que nos pasan mientras
estamos ocupados haciendo o diciendo cosas importantes, y lo
nuestro es una ausencia de minucias, nos contamos algunas cosas
pero no es suficiente, ésa es la naturaleza de la relación a la distan-
cia, tres o cuatro meses de hablar por teléfono una o dos veces por
semana, en general quince minutos y en el mejor de los casos me-
dia hora, si tenemos suerte una buena conversación y si no los
inevitables malentendidos, las frases a medias, las diferencias de
tono (cómo importa el tono de voz en el teléfono, la forma es
más importante que el fondo) porque a veces uno se siente muy
cerca de la otra persona y la otra no y viceversa, así hasta el reen-
cuentro y el regreso de las minucias al menos por un tiempo, has-
ta la próxima separación.
En la fiesta conocí a una chica española, Cristina, había llegado
a Berkeley por dos semanas a visitar a su hermana. Hubo una
conversación trivial, hubo un par de sonrisas sugerentes y vino
73
1
,
,
tinto, y cerveza, hubo e! contagioso merengue de Juan Luis Gue-
rra y de pronto, Viviana, me encontré bailando con exaltada pa-
sión. La estaba pasando muy bien y por ese momento pude olvi-
dar e! allá y e! futuro, los diversos territorios y tiempos en los que
uno habita en una relación a la distancia, y concentrarme en e!
acá, en e! ahora. Luego me sentí culpable, como siempre me sien-
to cuando lo paso bien sin ti, cuando me dejo llevar por e! ruido
de! mundo y descubro que también puedo ser feliz en tu ausen-
cia. Para alguien que nunca dudó de ninguno de los mitos que
generaciones pasadas nos legaron acerca de! amor, esa verdad pro-
duce angustia y amargura: porque uno cree literalmente en los
mitos y cuando descubre e! amor piensa que es cierto, uno no
puede vivir sin e! ser amado, sin ese ser al lado hay insomnios
continuos y una desgarrada, quieta desesperación (lo que tienen
que soportar las almohadas) y a veces no tan quieta. Angustia y
amargura, porque uno descubre que puede vivir sin e! otro ser, la
impiadosa vida continúa y hay que sobrevivir, de algún modo hay
que ingeniársela para construir un mundo en que la otra persona
esté pero no esté, sea imprescindible pero no sea imprescindible.
y asÍ, Viviana, nuestro gran amor se convierte en un amor más,
un amor que pudo no haber sucedido aunque nosotros creamos
que e! destino nos tenía reservados e! uno para e! otro, un amor
lleno de debilidades y olvidos y traiciones como e! de tantos
otros, un amor que después de todo es lo único que tenemos y es
lo único que nos va a redimir de una vida llena de debilidades y
olvidos y traiciones.
Cuando te llame e! domingo, comenzarás por contarme lo que
hiciste esta semana: e! lunes a comer salteñas al Prado con tus
amigas, e! miércoles de compras a las Torres Sofer con tu herma-
na, e! jueves a ayudar a tu papá en su consultorio, pura rutina,
amor, por aquí no pasa nada, sabes lo abur,rida que es Cochabam-
bao Luego me dirás que extrañas mucho y me preguntarás qué
hice esta semana. Y yo también te diré que te extraño mucho y te
narraré la historia de esta semana. Será una narración despreocu-
pada, con un tono casual de voz, acaso palabras diferentes a las de!
anterior domingo pero siempre e! mismo mensaje, por aquí no
74
pasa nada, sin ti no pasa nada, me aburro mucho y me siento solo
y no veo la hora de volver a verte. Si tuviéramos una relación li-
bre sería diferente, podríamos contarnos las cosas que hacemos,
con quién salirl10S y etcétera, pero e! problema es que ninguno de
los dos puede aceptar una relación así, nos creemos modernos
pero no tanto, hemos decidido que si hay verdadero amor hay fi-
delidad y confianza, con nuestras palabras hemos creado un amor
en e! que no podemos fallarle al otro, en e! que ambos valoramos
muchisimo la fidelidad y confiamos muchísimo en e! otro. He-
mos creado una pareja que está muy por encima de nuestra reali-
dad, y ninguno quiere ser e! primero en destruir esa imagen. Es
verdad que me siento muy solo y no veo la hora de verte, pero no
es verdad que no pase nada (siempre pasan cosas). Te diré que e!
viernes fui a una fiesta, que estuve hasta temprano y pensé mucho
en ti, que senti mi soledad magnificada ante e! espectáculo de
tantas parejas felices juntas, amor odio la relación a la distancia
pero lo hago sólo por ti, tú vales la pena cualquier sacrificio. Y es
verdad que tú vales la pena, que no te quiero perder. Pero tampo-
co te puedo contar muchas cosas porque sin secretos ninguna re-
lación subsistiría: imposible tolerar la verdad y la verdad y nada
más que la verdad. Cómo contarte, por ejemplo, que después de
la medianoche besé a Cristina en e! balcón con un ardor que no
sentía hace mucho. Cómo contarte que un par de horas después,
en e! jardin y protegidos por las sombras, Cristina deslizó su mano
derecha entre mis ropas hasta encontrar lo que buscaba, y cuando
lo encontró no lo soltó hasta que yo tuve que pedirse!o por favor,
era tanto e! placer y luego e! dolor. Cómo contarte, Viviana, que
Cristina y yo, ebrios y olvidados de todo excepto de los dos, nos
fuimos a mi departamento y allí nos embarcamos en un viaje de
jadeos y temblores hasta e! fin de la noche.
Pero ¿existieron alguna vez los amores perfectos? Acaso en la
relación a la distancia existan personas que actúen a la altura de las
circunstancias, que piensen imposible fallarle al otro por diversas
razones, acaso por amor, acaso porque no quieren fallarse a sí
mismos. Es, después de todo, una prueba de carácter, de fortaleza
moral. Pero la mayoría de nosotros somos bajos, no estamos a la
75
altura de las circunstancias, la otra persona no está cerca y uno tie-
ne tanto tiempo libre, las tentaciones acosan sin descanso y una
cosa lleva a la otra y la carne es tan, tan débil. El primer paso es
muy dificil, las cosas están tan frescas todavía, uno va a una fiesta y
el rostro y la piel y las palabras del ser ausente están con uno toda-
vía, por favor, prométeme que jamás me fallarás, te amo tanto
tanto. Y uno se siente tan orgulloso de ser fiel, Viviana, de saber-
se respondiendo a la confianza depositada, seguro que tú algún
rato también sentiste lo mismo. Pero después, uno se aburre y hay
tanto tiempo libre, uno va cediendo poco a poco, uno llama a esa
morena de la linda sonrisa que uno conoció por azar (el azar es
culpable de todo, de las pequeñas aventuras, de los grandes amo-
res) mientras aguardaba el bus, la morena de conversación superfi-
cial y nombre poético, Soledad, pero uno se olvida poco a poco
de la conversación superficial y se acuerda de la linda sonrisa y del
nombre poético, y una noche uno está estudiando y el estudio
aburre y el teléfono tienta, por qué no, no pasará nada, charlar no
es pecado. Así, casi imperceptiblemente, se inicia la cadena de pe-
queñas traiciones. Con la morena no pasará nada, acaso un cafe Qa
conversación superficial) y un par de leves insinuaciones y el mie-
do inmenso de que esas insinuaciones sean tomadas en serio, no
pasará nada pero después uno está más predispuesto para la próxi-
ma, ojalá que sea una persona muy interesante, después será el fu-
gaz enigma de Sofia y cuando uno llega a darse cuenta del terri-
torio en que ha ido a parar ya es tarde, ya es muy tarde.
Mis amigos dicen que en realidad no estoy enamorado, si no
no sería capaz de hacer lo que hago. Sin embargo, Viviana, pien-
so que ya he pasado la etapa de la visión maniquea del mundo,
pienso que puedo ser capaz de amarte mucho, y acaso aún más
que antes, al mismo tiempo que suceden las cosas que suceden
aquí. Sería acaso mucho más Iacil para rrú.,qrre una cosa excluya a
la otra, pero no, una cosa es el amor y otra la necesidad, nuestra
inherente fragilidad, la hermosa espina de la tentación, el miedo
que tenemos a quedarnos solos, lo Iacilmente que estamos dis-
puestos a desprendernos de nuestros principios por unas horas de
ternura y placer, un instante de compañía. Una cosa es el amor y
76
otra la distancia, o al menos eso es lo que creo ahora, eso es lo
que quiero creer ahora, quizás cuando estemos juntos de una vez
por todas y para siempre las cosas sigan así, de vez en cuando la
tentación, de véz en cuando la fragilidad, tampoco es una cosa o
la otra, la distancia o la cercanía, las pequeñas traiciones pueden
aparecer en ambas situaciones, el amor puede continuar con pe-
queñas traiciones en ambas situaciones.
y no soy ingenuo, y sé que lo que hago lo puedes estar ha-
ciendo tú también. Acaso tu ida a la discoteca el anterior fin de
semana, con tus amigas, haya acabado en una callejuela oscura a
las faldas de San Pedro, b'\io la silueta recortada del Cristo de la
Concordia, con el fondo de la suave música que emanaba de
la radio del auto del desconocido de ojos negros y así comenzó
todo. No soy ingenuo, y probablemente tú tampoco lo seas, pero
lo cierto es que estamos atrapados por nuestras propias imágenes
de lo que queremos pero no podemos ser, y no podemos decir
ciertas cosas, no podemos confirmar ciertas sospechas, todo está
bien entre los dos mientras no digamos en voz alta (o acaso
un susurro baste) todas aquellas cosas que sospechamos y prefe-
rimos no oír. Para seguir, debemos continuar con nuestro secreto
a voces. Apenas alguien abra la boca, se romperá el encanta-
miento.
Por eso jamás te enviaré esta carta, preferiré publicarla en el
suplemento literario de algún periódico, escudado en la ficción.
y cuando alguna de tus amigas que haya leído el cuento te pre-
gunte cómo puedes seguir conmigo después de mis públicas ad-
misiones, tú me defenderás y le dirás que no confunda la realidad
con la fantasía, le dirás que ése es el precio de enamorarse de un
escritor. Pero acaso algún rato te venga la duda, y me confrontes
y me pidas que te diga con toda sinceridad si hay algo auto-
biográfico en ese cuento. Y yo recordaré el momento en que lo
escribí, este momento, las once de la mañana en mi habitación,
Cristina todavía durmiendo en mi cama, con la respiración
acompasada y lejos de rrú y del mundo, el perfecto cuerpo
desnudo, la perfumada piel canela, y recordaré haber hecho una
pausa antes de terminar de escribir el cuento, una pausa para ad-
77
mirar el hermoso cuerpo desnudo, y te diré sin vacilaciones que
no, ese cuento no tiene nada autobiográfico, ese cuento es una
ficción más, todo lo que se relaciona conmigo es, de una forma
u otra, ficción.
78
COLOMBIA
79
LA VERDAD O LAS CONSECUENCIAS
Alberto Fuguet
Pablo siente que todo esto es un paréntesis. Los paréntesis son
como boomerangs, cree. Incluso se parecen. Entran a tu vida de
improviso y seccionan tu pasado de tu presente con un golpe seco
y certero. El shock te deja mal, en una especie de terreno baldío
que no es de nadíe y tampoco es tuyo. Quedas a la deriva, atento
y aterrado, inmóvil. En vez de actuar, esperas. Esperas que el bo-
omerang se devuelva y cierre lo que le costó tan poco abrir. En el
fondo, vives esperando una señal que te sirva de excusa.
Pablo siente que este tiempo muerto se está alargando más de
lo conveniente. Se está acostumbrando. Eso es lo que más le asus-
ta. Mira el cielo y siente que es tan grande que se tiene que aga-
char. Acá todo es exagerado, inmenso, y el sollo quema y lo seca
incluso cuando está a la sombra. Ésta es una tierra para gente que
no se asusta, piensa, que no le teme a geografías y pasiones que
excedan la escala humana. Pablo siente que no debería estar aquí,
pero tampoco se le ocurre otro lugar mejor. Si uno va a vivir en-
tre paréntesis, lo menos es que haya espacio, piensa.
Lo primero que hizo Pablo cuando se acercó a la ribera sur del
Gran Cañón fue vomitar. Pablo no tiene claro si fue la altura, la at-
mósfera demasiado limpia, la emoción o el espectáculo de esa vis-
ta que se abre y se pierde. Cuando piensa en el Gran Cañón, Pablo
piensa en vértigo. Cuando piensa en su matrimonio, también.
109
Pablo se sube al auto que arrendó y enciende el motor. De la
radio sale m4sica tex-mex de una estación que está al otro lado de
la frontera. Tocan algo de Selena. Sin autos, en USA no eres nadie,
piensa. Por suerte no está mal de plata. Eso es lo peor que te pue-
de pasar: perderlo todo y además no tener un peso. Claro que Pa-
blo no lo ha perdido todo. Sólo la parte que más le duele. La par-
te por la que apostó.
El viento sopla horizontal y avanza lento como la legión extranje-
ra. Pablo se detiene en la berma del camino. El pavimento se
pierde en un espejismo que ya no lo engaña. El viento no acarrea
ruido; a lo más, arena. Tucson está cerca. Pablo piensa detenerse
un par de dias ahí. Quiere alojarse en el legendario Congress. Pa-
blo siente que los hoteles son lugares especiales. Está cómodo en
ellos. Pablo odia los moteles chilenos porque los asocia con sexo
rápido, con tener que rendir, con infidelidad y reviente.
Pablo reconoce que los Estados Unidos le han colonizado su
inconsciente. Recorriendo el Oeste, la ruta 66, Pablo siente que
ha estado en lugares que le parecen familiares. Anduvo en Grey-
hound y quedó decepcionado. Demasiados perdedores. Sólo en
Estados Unidos uno se puede perder tanto. Pablo prefiere mane-
jar. En un bus, uno es pasivo, no controla su destino. Manejando,
uno está obligado a mirar y se siente parte; absorbe la libertad y
los límites. Nata cuando la bencina se acaba, cuando el cuerpo
deja de rendir, cuando el cuenta-millas avanza y no se devuelve.
Pablo no ha tenido contacto humano real en mucho tiempo. In-
cluso las bombas de bencina son se!fservice por lo que calcula que
no ha pronunciado más de quinientas palabras en tres semanas.
Pablo ama los mapas. Nada le provoca más satisfacción que parar
en un rest-area y sacar uno de la guantera y ~ o m   n z r a estudiarlo,
inventando rutas, sumando millas, apostando por sitios descono-
cidos. Pablo estudió cartografia en una universidad privada que
nadie conoce o respeta. Aún no se titula. Sí hizo la práctica. Pablo
no entiende por qué trabaja en otra cosa. Tampoco por qué tra-
baja con su padre.
110
Pablo detesta los cassettes y se limita a escuchar las radios lo-
cales. Se niega a encender el aire acondicionado y viaja con las
ventanas abiertas. En las bombas de bencina compra Gatorade.
Por lo general come burritos congelados que calienta en el mi-
croondas.
Pablo ha estado manejando en circulas, entrando y saliendo de
un estado a otro, dejándose llevar por los nombres de los pueblos:
Bisbee, Tombstone, Mora, Yuma, Kayenta. Por eSO ha decidido re-
gresar a Tucson. Tú-zon, como dicen que se pronuncia. Too-sawn.
En Tucson, Pablo arrendó el auto que ahora conduce por la
1-10, rumbo al sur. El auto tenía cero kilómetros y olor a plástico.
Ahora está impregnado a transpiración. A empanada, piensa, lo
que es bueno porque le recuerda a su país natal. Pablo no se ha
bañado en dias y su propio hedor lo embriaga y lo mantiene des-
pierto, alerta, vivo. Pablo lleva diez dias con la misma palera gris
con cuello en V que compró en una tienda de ropa usada en el
barrio universitario. Eso fue lo que vio de Tucson: The Univer-
sity of Arizona y demasiados jóvenes que, a pesar de no tener tan-
ta diferencia de edad con él, lo hiceron sentirse terminalmente
viejo. Pablo se alejó de Tucson rápido, descartándola antes de co-
nocerla de verdad. No le dio oportunidad. De alguna manera, eso
fue lo que hizo con Eisa. Y con él.
-¿Dónde estás?
-En un restarán. En Gallup.
-¿Pero en qué país?
-En USA. Nuevo Méjico, huevón.
-Nos tincaba que te habías ido para allá. Acá están todos apes-
tados contigo, Pablo. La cagaste. Eres muy imbécil, te digo.
-Si me vas a insultar, te cuelgo.
-Qué has hecho, entonces.
-Recorrer.
-¿Te has agarrado alguna mina?
-No.
-¿Andas solo?
-Sí.
111
-¿No te da lata?
Pablo habla con Toño, su hermano menor, e! que todavía vive
con sus padres. Pablo es e! de! medio, lo que no facilita las cosas.
Tres hombres y no arman ni uno, piensa.
-¿Y e! papá?
-Él siempre te defiende, típico. Te sigue depositando tu sue!-
do. Rodolfo está furia. Te quiere echar. Dice que por tu culpa se
estropeó un envío de chirimoyas.
-Iban a Philade!phia. Junto con las paltas hass.
-No sé, huevón. No pesco.
-Eso lo tengo claro. ¿Tú crees que me fascina estar todo e! dia
rodeado de frutas, por la chucha? ¿Crees que es muy agradable te-
ner que ir todos los días a La Vega?
-Te pagan más que lo que te mereces, Pablo. Sacas la vuelta
todo e! dia.
-Lo que más odio es e! olor a fruta podrida. El olor de la calle
Salas.
-No cacho.
-Vos te abanicas con todo.
-Mira quién habla. Todos aquí dicen que estás loco. Rodolfo
dice que te va a pegar. Que eres un pendejo.
En las paredes de! restorán cuelgan fotos en blanco' y negro de
vaqueros y forajidos. Pablo nota que en su mesa ya está su chili-
con-carne.
-Estuve en la Biósfera Il. Está cerca de un un pueblo llamado
Oráculo. Parece un mall de fibra de vidrio transparente.
-¿Qué es?
-Un experimento, Toño. Un millonario construyó algo como
e! arca de Noé. Está lleno de plantas y animales y e! oxígeno entra
por un tubo. Incluso posee un mar. Con olas.
-Parece que una vez vi algo en e! Discovery.
-Dos tipos vivieron dos años dentro   esa burbuja, alimen-
tándose con las frutas. Ya no hay nadie encerrado allá adentro.
-Mejor.
-Oye, Toño, ¿tú crees que uno podtía vivir ahí, encerrado en
una burbuja?
112
-Yo no, pero tú sí, Pablo. Siempre has vivido encerrado. Estás
loco. Deberías volver. Las estás cagando. EIsa te recibiría de vuelta.
-¿EIsa?
-Tu esposa.'"
-Sé quién es.
-EIsa estuvo con la mamá. Creo que le contó hartas cosas.
-¿Está enojada?
-Dijo que ya que te fuiste de la casa, le da lo mismo que te vi-
raras de! país. Dice que te falta mucho.
-Eso es cierto.
-Se siente estafada.
-Yo también.
-Piensa vender e! departamento.
-Que deposite lo que me corresponde en mi cuenta. Así pue-
do seguir viajando.
-Huyendo.
-Viajando.
-Eres e! condoro de la familia.
-En todas las familias hay uno.
Pablo piensa que a veces piensa demasiado. Y a menudo siente
que no siente nada, que todo le resbala. Pablo piensa que su vida
no es como quiso que fuera. La gente tiende a posponer aquellos
aspectos que más les cuesta. Quizás ahi estuvo su error: Pablo
nunca planeó nada y ahora está pagando e! costo de haber vivido
siempre en e! presente. El problema es que su presente es igual a
su pasado y si algo no cede, e! futuro no se ve muy promisorio.
Pablo se alegra que nadie pueda saber lo que piensa. La daría ver-
güenza ajena. No sabría cómo justificarse. No sabría por dónde
empezar.
Pablo mira cómo e! brillo de las aspas de! ventilador se refleja en
e! espejo. El sol se cuela por las persianas y cae arriba de su cuer-
po en lonjas simétricas. La ventana da a la estación de! tren y a los
cerros que rodean Tucson. Su cama es un catre de bronce. La pie-
za es espaciosa, con alfombras nativas en e! suelo y sillas de made-
113
ra. El escritorio de caoba tiene una biblia empastada en cuero
rojo en uno de sus cajones. El teléfono es negro y tiene dial,
como los de antes. También hay una cómoda, una tina como en
la famosa canción y una vieja radio. No hay tele; sólo su imagina-
ción, sus recuerdos y sus carencias.
Pablo intenta dormir pero tiene demasiado sueño. No puede
leer nada que no sea revistas o diarios. Un ejemplar del Tucson
J#ekly acumula polvo sobre el parquet. Su capacidad de concen-
tración es nula. Pablo se acuerda de una frase que una vez leyó en
una pared que daba a la Plaza Nuñoa: toda la infeliadad del hombre
radica en una sola cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su pieza.
~   asl. Pablo piensa que su cruz es que no puede salir.
Pablo trata de no respirar y contempla su cuerpo. A veces sien-
te que la persona que habita ese cuerpo no tiene nada que ver
con él. Ya no es el de antes. Su cuerpo ha cambiado. Pablo hunde
su estómago y observa sus costillas. Se fija cómo su cuello y sus
brazos están bronceados y el resto no. Esta pieza es una gran pie-
za, piensa. Podría quedarme quieto en esta pieza. Si uno es capaz
de conquistar la soledad, es capaz de conquistarlo todo. De eso es
lo que uno huye, eso es lo que uno teme. Pablo siente que ya no
le teme tanto. Más horror le produce estar en una pieza con al-
guien. Con alguien como EIsa que, con sólo dormir, lo ocupaba
todo. Incluso su conciencia.
El Hotel Congress es un lugar donde vale la pena quedarse. Posee
dos pisos y en el primero no hay habitaciones. Es de ladrillo y está
en la vieja parte del downtown. El Congress es oscuro y tiene un
aire art-decó. Las paredes están pintadas con motivos indios. El
hotel data de comienzos de siglo y sigue más o menos igual por-
que Tucson no es una ciudad de turistas, sólo de universitarios.
Pablo ha pasado una semana encerrado en el Congress. Se ha
cortado el pelo en la peluquería de abajo y :e afeitó la barba pero
se dejó un bigote y un chivo en la pera. Pablo cree que no tiene
edad para ese look pero sabe que es aquí o nunca. El alma del
Congress es un gran lobby donde se puede leer y mirar a la gente
que llega o se va. El Cup Café es el restorán donde desayuna, al-
114
1
muerza y come. El Club Congress es el mejor club de Tucson. Se
repleta todas las noches de estudiantes. No se puede dormir hasta
las 2 a. m. Por eso el Congress es barato, piensa Pablo. Sólo aloja
gente que no tiene apuro o le gusta el rock. Ambas cosas van jun-
tas, cree.
En el segundo piso existe un pequeño living privado, con una
gran tele vieja (sin cable) y sillones gastados. El Congress es un
hotel mixto porque posee un par de piezas compartidas, con ca-
marotes y baño común, que están asociadas a la sociedad interna-
cional de albergues juveniles. Por eso en la sala hay una repisa con
novelas que la gente deja atrás (casi todas en alemán) y folletería
diversa que promociona sitios turísticos cercanos. Pablo a veces se
instala a mirar tele. Una noche, después del programa de Conan
O'Brian, unos chicos neozelandeses que estaban de paso cambia-
ron el canal y sintonizaron el canal cultural de la universidad. Por
esas cosas del destino, esas cosas que cuesta creer, la estación exhi-
bía un programa de la BBC sobre viajes. Una pareja multi-étnica
recorre el mundo con mochila y cámara High-8. El pais de esa
noche era Chile. Mostraron Valparaíso, esas casas raras de Rito-
que, Punta Arenas. Entrevistaron a hijos de desaparecidos, a gente
posmo. Después apareció el cantante Pablo Herrera y, con uno de
sus dulzones temas de fondo, habló del romanticismo chilensis.
Imágenes del Parque Forestal y de gente atracando en las calles. El
animador dijo que en Chile la gente se besa al aire libre. Es por-
que todos viven con sus viejos o en sus casas están sus cónyuges
oficiales, piensa Pablo, pero su tocayo tiene otra teoría: "Si en
Chile no tienes pareja, no vales. Todos tus éxitos son nada. Eres
un marginado al que no le queda otra que irse». Pablo se fue a su
habitación, pero no pudo dormir. No quería soñar con EIsa.
Pablo está excitado pero niega tocarse. Pablo lleva dos meses sin
acostarse con una mujer ni masturbarse. Es un desafio extraño y
lo hace sentirse bien aunque a veces cree que va a flaquear o a es-
tallar.
Pablo ama esta pieza del Congress. Podría instalarse a vivir
aquí. Ya conoce a la gente que deambula por el hotel. Un viejo
115
vaquero con botas de cocodrilo, una escritora del este de Europa
que toma cervezas con un huevo crudo dentro y que escribe a
máquina. Pablo puede escuchar el tecleo desde su pieza. Son ve-
cinos. El ruido se cuela por las paredes. La escritora luce una tren-
za canosa y escucha pausadas canciones de Johnny Cash que lo
deprimen.
Los mochileros que alojan en las piezas de los camarotes son
casi siempre europeos y no están más de una noche. Los escasos
japoneses son pequeños y compran artesanía. Se van a acostar
temprano.
Hace dos días que vaga por los pasillos un tipo latino de más o
menos su edad. De anteojos redondítos y el pelo casi al rape. Ve el
canal en español. Pablo lo sorprendíó rnírando a don Francisco.
Podría apostar que estaba llorando pero no le consta.
Pablo se dío cuenta que algo andaba mal entre EIsa y él una noche
en que EIsa estaba donde su hermana y él terrnínó en el cine con
un grupo de gente que no conocia muy bien. La película era una
comedía nada de córníca, aunque aquellos con que estaba se rie-
ron de buena gana. Esto le llamó la atención: eso de no ser capaz
de reír. Le pareció sintomático.
Entre la gente con que fue al cine estaba Fabio. Pablo conside-
ra a Fabio entre sus escasos arnígos. Fabio nunca anda solo y esa
vez la elegida era una intensa arquitecta recién recibida que no
paró de criticar el uso del espacio del pub donde luego se fueron
a instalar. Había otra gente más, pero Pablo los ha borrado de su
recuerdo. Como esa pareja que anunció que iban a tener un hijo.
Es probable que estuviera Coné porque Coné siempre está
donde está Fabio. Pablo odía ese tipo de local y no entiende
cómo vuelve a caer. Después que llegaron los tragos y una tabla
con quesos y uva, la gente trató de sofocar el,silencio con temas
varios. f
Pablo cree que él fue el que comenzó el tema, pero no le
consta. Sí sabe que la que esparció la tesis sobre la mesa fue la ar-
quitecta. A la larga, díjo, el mundo de uno se define a partir de
circulos concéntricos. Los que están más cerca de uno son los ín-
116
timos y ahi están los arnígos más cercanos e imprescindíbles. Son
lazos viscerales que no se cuestionan. Después, en el segundo cir-
culo, están los arnígos. La arquitecta díjo que los arnígos son
aquellos con los''<jue uno engancha, a los que les cuenta cosas, los
que uno sabe que están de tu lado aunque uno los vea tarde, mal
y nunca. En el circulo externo, en tanto, están todos los conoci-
dos, que no es lo rnísmo que gente que uno conoce. Es gente con
que se tiene contacto, almuerza o ve en fiestas o en el trabajo. Es
gente que te cae simpática.
Fabio preguntó en qué parte se ubicaban los padres, hermanos,
hijos y la pareja. La arquitecta díjo que la farnília estaba en otro
nível aunque la pareja, al no ser sanguínea, necesariamente debía
estar en el circulo íntimo. Pablo recuerda que en ese instante
Coné abrazó a Fabio y todos se rieron. Fabio lo empujó lejos y
luego le golpeó la espalda afectuosamente. Coné empezó a nom-
brar a la gente que sentía cercana. Fabio era un íntimo y a EIsa la
consideró una arníga. A Pablo, Coné lo puso en la categoría de
conocido. Esto golpeó a Pablo.
Fabio, que por lo general entendía que existían espacios que
había que respetar, le preguntó a Pablo por su lista. Pablo lo que-
dó rnírando pasmado y trató de pensar. En su mente comenzó a
hacer listas y a tabular. En ese momento percibió que algo terrible
acababa de ocurrir. Pablo sintió que había entrado en un terreno
peligroso. Pablo se dío cuenta que, por mucho que lo intentara,
todos caían en el circulo de los conocidos. Partiendo por Fabio.
Pero eso no era nada. Pablo captó que EIsa también caía en esa
categoría y sintió que sus uñas se trizaron. La arquitecta lo instó a
nombrar su lista. Pablo enmudeció y se quedó así hasta que todos
se levantaron. Pablo no contribuyó a pagar la cuenta.
Muera, el frío precordíllerano de la parte alta de Santiago lo
heló. El humo que salía de su boca le bloqueó la vista. Pablo llegó
a su auto y el parabrisas estaba totalmente congelado. Encendíó el
defrost, pero el grueso hielo no cedía. Por un instante, lo único
que existía en el mundo era el ruido del ventilador.
Pablo pensó en esa pareja que iba a tener un hijo. Después
concluyó que no era casualidad que Eisa estuviera con su herma-
117
na y no con él. Pablo sintió que odiaba eso de estar solo en una
mesa de gente emparejada. Pablo miró el parabrisas: trozos de
hielo se deslizaban hacia el capó. Pablo cree que fue en medio de
ese deshielo cuando el boomerang le golpeó la nuca y el parénte-
sis se abrió.
Pablo volvió a ver al tipo latino dos veces. La primera fue al fren-
te del hotel, por la calle Congress. El tipo latino le tiró una bici-
cleta mountain a una chica americana que lucía una camisa de
franela de hombre. Ella le gritó de vuelta y empujó la bicicleta a
la calle. Un auto tuvo que frenar. El tipo latino le gritó fuck you!
con un marcado acento y arrastró la bicicleta dentro del lobby. La
chica americana se fue contra él. El latino le pegó un combo en el
estómago y después le golpeó la cara. La chica comenzó a sangrar
de la nariz.
La segunda vez fue en el Club Congress. Era noche de reggae.
Pablo tomó bastante Corona y mezcal. Comenzó a mirar a una
chica levemente anoréxica de la universidad que siempre acudia al
club. A Pablo no le gusta mucho bailar, pero cuando ella lo sacó,
no pudo negarse. Pablo no bailaba en mucho tiempo. Y no estaba
cerca de una mujer en siglos. Con Eisa dejaron de tocarse meses
antes que él se instalara en el hotel Los Españoles. La americana
estaba borracha y el latino, que bailaba solo a su lado, también.
Cuando el calor se hizo insoportable, Pablo invitó a la chica a
tomar aire. Ella le dijo que se llamaba Nicla y que estudiaba li-
teratura inglesa. Pablo le dijo que él estudió lo mismo, pero sólo
duró un año; después se cambió a cartografía. Nicla le dijo que
ella no tenía sentido de la orientación por lo que Pablo le indicó
el norte. Nicla lo besó con lengua y lo rozó con su helada botella
de Dos Equis. Nicla olía a humo y a CK. Tenía un aro en el om-
bligo. Ella intentó sacarle su argolla de matriJ:nonio, pero estaba
tan apretada que no pudo. Nicla le dijo qué subieran a su pieza.
Pablo se puso nervioso. No le gustó que ella fuera tan insistente,
no tolera que las mujeres tomen la iniciativa. Pablo le dijo que
volvieran a bailar. Nida le dijo que se fuera a la mierda.
118
Pablo estaba soñando con Eisa cuando lo despertaron los disparos.
Primero uno contra la pared. Después otro quebró un espejo. Los
gritos comenzaron de inmediato, por los pasillos. Gente hablando
en español, en'alemán. Otro disparo pasó por la ventana y los vi-
drios cayeron sobre un auto. Pablo creyó que alguien estaba en su
pieza. Aterrado, se tapó con la almohada. Los disparos siguieron,
todos contra la pared que estaba detrás de su cama. Entonces co-
menzaron los golpes en la puerta. Pablo reciér. ahí se dio cuenta
que no era en su pieza sino aliado. Open up!, open up! Pablo sal-
tó de la cama, en boxers. Abrió la puerta. El pasillo olía a pólvora
y estaba lleno de gente en ropa de noche. El mexicano a cargo del
hotel subió corriendo y casi lo pisa. Con una llave abrió la puerta
del lado. Pablo vio a la escritora europea tendida en el suelo, ro-
deada de sangre, con una pistola en la mano y sus sesos deslizán-
dose sobre un afíche que decíaJohn Dillinger: Wanted Dead or Ali-
ve. Pablo sintió una mano fría en su hombro. Era el latino.
-Che, qué quilombo.
Entonces el latino comenzó a llorar y cayó sobre Pablo, pegán-
dole como si él tuviera la culpa.
Pablo mira por la ventana y ve cómo el tren pasa por entremedio
de un interminable lago salado que no tiene agua, sólo sal. La sal
agarra formas entrenidas. Como monos de nieve.
Pablo va a bordo del Sunset Express de Amtrack. El destino fi-
nal del tren es Miami. Pablo lo tomó hace unas horas. Venía atra-
sado de Los Ángeles. Pablo viaja en salón. El tren no está muy lle-
no y es increíblemente limpio y acogedor. Pablo cree que ya están
abandonando Arizona. Mira el mapa. El tren se detiene en pocas
partes. Pablo está dudando si bajarse en San Antonio, Texas, y ver
el Alama, o seguir hasta Nueva Orleans.
Pablo piensa que el suicidio de anoche no fue casualidad. Cree
que algo se quebró en él, pero no sabe qué. Una vez que el ar-
gentino logró recuperarse, Pablo se encerró en su pieza. Supo que
debía arrancar de Tucson cuando antes. No podia seguir ahí. Bajó
al lobby, escuchó algunos de los chismes de la mucamas mejicanas
y averiguó que el tren al este pasaba cerca del mediodia. El hotel
119
olía a sangre. Pablo no podía respirar. Pablo llamó a EIsa por telé-
fono. Contestó un tipo. Colgó.
El tren se detiene en Deming, Nuevo Méjico. Pablo se baja un
segundo en el andén. No hay ventas. Ni pan de huevo ni frutas ni
pasteles. Esto no es México sino Nuevo Méjico, piensa. Dos an-
cianos se bajan con dificultad. Un tipo con sombrero de vaquero
se sube en la clase más económica.
El tren parte. Pablo decide carninar hasta e! viewing car, e! carro
para mirar, que es todo de vidrio. Pablo se instala en un sillón y
estira las piernas. El desierto tiene la particularidad de anular todo
pensamiento. Pablo, sin querer, se duerme.
-La policía dice que se mató con la última bala que le que-
daba.
Pablo despierta y ve al argentino-latino a su lado.
-Adrián Pereyra. Con Yé. ¿Vos?
-Pablo. Con B larga.
-¿Sos de Chile?
-Por lo general.
El tren avanza paralelo a la frontera, casi rozándola. Está la línea
férrea, una reja, un acantilado y una miseria de río que a este lado
se llama Grande y al otro, Bravo. Jeeps de! Border Patrol patrullan
las riberas. Al otro lado, no hay reja. Hay cerros secos cubiertos de
chozas. En uno de los cerros hay una cruz. A lo largo de todo e!
río hay miles de personas mirando cómo e! tren pasa. Están espe-
rando que oscurezca.
El tren está ingresando a El Paso pero El Paso está detrás de
unas paredes y lo único que se ve es CiudadJuárez. Los ancianos
del tren se asoman por la ventana y miran aterrrorizados e! espéc-
taculo de! Tercer Mundo acechando a tan pocps metros. El Paso
puede ser una de las ciudades más raras del'mundo. Es como si
Santiago fuera dos países, piensa Pablo. A un lado del Mapocho,
Estados Unidos. Al otro, México. La Vega es Ciudad Juárez y
Providencia es USA. Pero ese contraste queda corto. Esto es mu-
cho más.
120
-Bajémonos.
-¿Qué?
-¿Tenés apuro? Podemos cruzar al otro lado. Es sólo un puen-
te. Cruzás en d.,s minutos.
-El otro tren pasa en dos días más.
-¿Y? Hacemos hora.
Pablo apaga la radio porque ya no sintoniza nada. Revisa la hora
en e! tablero de! Geo arrendado en e! Budget de El Paso. Una de
la mañana con doce minutos. No tiene sueño. Adrián está atrás,
durmiendo. Ronca. Pablo odia la gente que ronca. Le da ver-
güenza ajena. Tanta que no se atreve a decirle que deje de hacer-
lo. EIsa, por suerte, nunca roncó.
A Pablo le cuesta creer que no está en Texas y que haya regre-
sado a Nuevo Méjico. Lo que más lo asombra es percatarse que
lleva tantos días con Adrián Pereyra a cuestas.
Pablo y Adrián se bajaron del tren en forma intempestiva y deja-
ron sus escasas pertenencias en la custodia de la estación. Camina-
ron cinco cuadras por una calle infecta y llegaron al borde mismo
de los Estados Unidos. Estaba anocheciendo y por e! río Grande
bajaba una brisa sospechosa. Al frente, Ciudad Juárez se atestaba
de luces. Cruzaron e! puente Paso de! Narte luego de pagar 25
centavos de dólar. Cuando llegaron al otro lado, Pablo sintió que
estaba en otro mundo. Los olores eran otros y algo le daba miedo.
Estados Unidos le parecía muy distante.
Adrián caminaba rápido y parecía conocer la ciudad. Le dijo
que salieran de! circuito para gringos y se perdieran en e! barrio
malo. A Pablo no le gustaba esto de perder e! control y ser dirigi-
do. Tampoco confiaba en Adrián. Le parecía impredecible. Pablo
detesta todo lo que llega de improviso.
Terminaron en un bar estrecho que tenia varios salones. En
uno, una tipa bailaba totalmente desnuda un tema de Yuri y se in-
troducía una botella de Corona en su vagina mal depilada. En
otro, un grupo de hombres jugaban pool. Adrián pidió tequila
con limones. Exigió Cuervo Dorado, añejo.
121
-No ando con mucha guita. ¿Pagás vos?
El cambio era muy favorable.
-¿Y e! gusano?
-El tequila no viene con gusano. Es e! mezcal.
-¿No es lo mismo?
-Mirá, e! tequila es un mezcal pero un mezcal no siempre es
un tequila. Mezcal es e! genérico, ¿entendés?
-No.
-El tequila sólo se hace en Tequila. En Jalisco. El mezcal se
embotella en cualquier parte.
-Como e! pisco y e! aguardiente.
-Exacto.
-¿El gusano es por e! cactus?
-Ni e! tequila ni e! mezcal se hacen de cactus sino de agave.
Ojalá azul.
-¿Y cómo sabes tanto?
-Tomando se aprende.
En muy poco tiempo, estaban borrachos. Seriamente intoxica-
dos. Adrián trató de contarle su vida. Pablo se limitó a escuchar.
-¿Conocés Rosario?
-¿Debería?
Adrián vivió un tiempo en Chile y se quedó pegado en e! va-
lle de! Elqui. Recorrió Sudamérica. Seis meses de vagabundeo.
En Bolivia, en un pueblo llamado Tarija, conoció a Stephanie,
una gringa de Massachussets, que estaba mochileando.
-Nos fuimos a Paraguay juntos. Era una piba, pero no sabés
cómo era en la cama. Tiene veinte años pero la mina sabe lo que
quiere, lo que es raro, ¿no?
-Muy raro.
-Me fui a vivir con ella. Pero todo se jodió. Me quedé al pedo.
Cero. Sin casa ni orgullo.  
-¿Qué hacía en Tucson?
-Estudiaba en la universidad. Antropología.
-¿Y tú?
-Lavaba platos. Yo creo que ahi estaba e! problema.
-¿Los lavabas mal?
122
-A ella le daba vergüenza. Yeso no puede ser. No podés que-
rer a alguien que no adrnirás.
Adrián, como buen argentino, no tenia problemas ni con su
inconsciente ni<con sus emociones. Pablo miró la mesa. Dos bo-
tellas de Cuervo vacías. Se sentía horrible, mareado, mal. Adrián
se puso a lagrimear y trató de abrazarlo. Pablo odia que lo toquen
y no tolera que un hombre llore.
-Mejor nos vamos.
-Pidamos otra más. Aún no te cuento lo peor.
-Quizás, pero no me voy a quedar acá. Volvamos a la civili-
zación.
Pablo ayudó a Adrián a levantarse y salieron a la calle de tierra.
Pablo no tenía idea dónde estaba y no deseaba preguntar para no
revelarse como turista. Adrián se colgó de su cuello. Pablo lo em-
pujó lejos.
-Sabés que la muy hija de puta se quedó con mi campera. Las
mujeres siempre te joden.
Por fin llegaron a una calle pavimentada y después de dar vue!-
tas en vano, tropezándose con ellos mismos, encontraron la aveni-
da que daba al puente.
-Si no se sufre, Pablo, no se aprende.
-Ya he aprendido suficiente.
En una tienda para turistas Adrián compró otra botella de
Cuervo, pero esta vez blanco. Pablo lamentó haberse bajado de!
tren.
-Deja de tomar.
-Sí, mami.
En una esquina, frente a una taquería que emanaba aceite y
chile, Adrián comenzó a mear, mojando con su chorro un afiche
del candidato de! PRI Y todos sus pantalones. Pablo decidió aban-
donarlo y comenzó a marchar rumbo a El Paso. Adrián corrió y
casi le pega. Era fuerte.
-Uno no abandona a los amigos cuando están mal.
-Sí, pero tú no eres mi amigo.
Pablo tomó otro trago y siguió caminando. Adrián lo siguió
como un perro. Cruzaron el puente y cuando llegaron al otro
123
lado, tuvieron que ingresar a la oficina de inmigración. El guardia
dijo que no podía dejarlos ingresar. Que si fueran americanos sí,
pero argentinos borrachos era como mucho. Pablo no supo qué
hacer. Salió de la oficina, agarró a Adrián, cruzó el puente, lanzó
el resto del tequila al río y volvió a Chihuahua. En un café que no
estaba ni a díez metros de la frontera, rodeado de mariachis canto-
res, sentó a Adrián en una silla, le dio una bofetada, pidió una ja-
rra de café y le dijo:
-A ver, ¿qué te pasó en Tucson?, ¿qué fue lo que te hizo que
te dejó tan mal?
Terminaron durmiendo en la misma pieza de un hotel llamado
Gardner que era aún más antiguo que el Congress pero sin la
onda. La estación de tren de El Paso estaba cerrada por lo que no
pudieron sacar sus bolsos. Adrián hizo tilt y Pablo tuvo que for-
zarlo dentro de un taxi. El Gardner resultó estar sólo a diez cua-
dras de la frontera. Eran las 5 a.m. hora de Texas y el hotel tam-
bién era albergue y estaba copado de europeos. Pablo no deseaba
dormir con Adrián, pero no había otra posibilidad.
Indeciso, Pablo aceptó la pieza. Lanzó a Adrián sobre una cama
y después de meditarlo un resto, decidió no sacarle los zapatos. Pa-
blo se desvistió a medias y se metió en la otra a pesar del calor.
Adrián comenzó a roncar. Y a tirarse pedos que parecían bom-
bas. Pablo lo odió. Se prometió nunca volver a verlo.
Durmieron toda la mañana. Pablo despertó a media tarde. Se
duchó, le dejó una nota y fue a la estación a retirar los bolsos. En
una licorería compró Anacin y se tomó cinco tabletas con una
botella de Gatorade. Debajo del Hotel Gardner había un restarán
lastimado. Pablo pidió enchiladas grasosas y miró el noticiario de
Univisión en la tele. Pablo necesitaba estar solo. No quería ver a
Adrián. Subió a la pieza y antes de abrirla ~ e n n   g i n ó que ya no
estaba, que se había ido. .
Pablo abrió la puerta y lo vio tendido en el suelo, rodeado de
sangre. Estaba en palera y calzoncillos y ambas prendas estaban
cuajadas de rojo. Adrián se veía pálido y no se movia. Pablo pen-
só en Tucson, en el Congress, en la escritora. Miró la cama: esta-
124
ba roja, con vómitos sobre la almohada. Pablo se acercó y com-
probó que estaba vivo. Le habló pero Adrián sólo emitía quejidos.
De su boca le salia sangre. Pablo tomó el teléfono y marcó 911.
.' ...
El mall está en las afueras, pasado la inmensa base militar de Fort
Bliss, en la parte de El Paso que parece California. Pablo llegó al
mall en el Geo que arrendó. El ataque de Adrián lo hizo cambiar
de planes, le anuló su huida a Montana.
Adrián sufrió un ataque de cirrosis hepática. Se le reventó una
várice del esófago o algo así. El esfuerzo del vómito lo hizo esta-
llar. Perdió mucha sangre. El doctor le dijo que le salvó la vida.
Pudo haberse desangrado. A Pablo no le gusta la idea de andar
salvando vidas pero qué iba a hacer. Tuvieron que hacerle una
transfusión.
Le formularon preguntas sobre el tipo de sangre, enfermedades
pasadas, alergias. Pablo no pudo responder. Pablo revisó el bolso
de Adrián para ver si encontraba algún seguro o papel importante.
Entre sus cosas se topó con un revólver. Pablo no se atrevió a
comprobar si tenia balas. Cuando lo interrogaron sobre el seguro,
Pablo cedió a regañadientes su Visa.
Pablo termina su soft-taco y sale del mall al auto. Comienza a
manejar rumbo al centro. Adrián lleva cuatro días hospitalizado.
Pablo trata de imaginarse a Adrián y Stephanie gritándose en
Tucson. Los golpes, los celos, las traiciones, el tipo con que ella se
metió, los insultos. La escena le parece muy latina. Pablo siente
que a su vida le hace falta ese tipo de emociones encendidas. Pa-
blo piensa en el revólver.
-Adrián, ¿eso que hiciste allá en]uárez fue a propósito?
-¿Qué? ¿Tomar así? Tú también tomaste.
-No tengo cirrosis.
-No traté de matarme. No soy tan lúcido. Mi idea es matarme
de a poco. Espero lograrlo a los ochenta.
-¿Has tomado mucho? No sé, ¿de pendejo?
-No sólo he tomado.
-A qué te refieres.
125
-Digamos que no soy un trigo muy limpio. ¿Vos?
-Intento serlo.
-¿Nunca has hecho algo del cual te arrepentiste?
-Todos, ¿no?
-Unos más que otros, Pablo.
-Bueno, mira... Te vaya contar algo...
-'-contá.
-Se supone que es un secreto.
-Está bien.
-Embaracé a una chica. Hace años... Tenía quince. Yo dieci-
siete. No me atreví a decirle a mis viejos. Fabio me prestó plata.
Pero no la acompañé, la dejé sola.
-¿Eso es todo?
-Pude haber hecho más, Adrián. Pude apoyarla. La dejé sola.
Claro que yo no sabía mucho, me asusté...
-A todos nos ha pasado más o menos lo mismo.
-¿Sí?
Pablo y Adrián están en la cumbre de una duna que parece
azúcar. Alrededor de ellos no hay más que dunas blancas que re-
fractan con sus granos la luz blanca del sol. Están en White Sands
National Memorial. Llevan un par de horas caminando por las
dunas. Hace calor pero está seco.
-¿Has estado preso?
-No por lo que pensás.
-¿Has matado a alguien?
-No te vaya robar. Puedes estar tranquilo.
-¿Y el revólver?
-Dejá el revólver tranquilo. Es para protegerme.
-¿De qué?
-De cosas.
-¿Dónde lo conseguiste?
-South Tucson. Con los mejicanos.
Pablo le cree a Adrián. Eso le parece extraño. Hace mucho
tiempo que no sentía que alguien le decía exactamente toda la
verdad. Adrián lo asusta pero también lo tranquiliza. Le da con-
fianza.
126
-¿Qué hacía EIsa?
-Hace. No se murió.
-¿Qué hace Eisa? ¿En qué labura?
-Da lo mismo. Detesto que la gente pregunte por las profesio-
nes de las personas. «¿Y tú qué haces?" Qué les importa lo que
uno haga. Y si no hace nada. ¿Qué implica eso? ¿Que uno no es
nadie?
-Un poco.
-Sabes que no.
-Y, un poco. Tiene que ver.
-Yo exporto frutas. El negocio de mi viejo.
-¿Uvas?
-Chile es más que uvas.
-¿Y EIsa?
-Es ejecutiva en un banco. Ejecutiva de cuentas.
-¿Te manejaba tu cuenta?
-No. Después que comenzamos a andar juntos, me cambié de
ejecutiva.
-¿No confiabas en ella? ¿Te afanaba?
-No, no queríamos mezclar las cosas.
-Eso es al pedo, che. Hay que mezclar las cosas. Como cuando
uno fifa, ¿viste? Que todo se embrolle.
-Podemos cambiar de tema.
-¿No te gusta hablar de sexo?
-No contigo.
-Yo sé mucho de sexo.
-¿Y?
-Te podría ayudar.
-No ando buscando ayuda, Adrián.
-Vos me ayudaste, me hiciste.una gran gauchada.
-No fue a propósito. Ocurrió. ¿Qué iba a hacer?
-Sos un gran tipo. A pesar de todo.
-Qué significa a pesar de todo.
-Eso: a pesar de todo.
Pablo pone segunda. El cammo serpentea entre pmos. En
127
medio del desierto, surgen estas montañas. Pronto será de noche.
-¿Por qué no tuvieron pibes? ¿Por lo que te pasó?
-Me asustó darme cuenta que iba a transformarme en un pa-
dre muy parecido al mio.
-¿Por eso?
-Entre otras cosas.
-¿Y ella?
-Ella fue la que me dijo eso: eres como tu padre, Pablo.
-Che, qué feo.
-Sí.
-Zafaste a tiempo.
-Quizás pude esperar. Ver si se arreglaban las cosas.
-Yo tengo dos pibes.
-¿Estás casado?
-No hay que casarse para tener nenes, Pablo. No aprendiste tu
lección.
-¿Y dónde están?
-Uno está en Tucumán. El otro, no sé. En Buenos Aires, creo.
-¿Madres distintas?
-Uno nunca aprende.
-¿Y tu padre, Adrián?
-Lo maté. Por defensa propia, digamos.
Pablo mira el letrero que acaba de iluminar con sus luces altas. El
pueblo siguiente está a quince millas. Pero el subsiguiente, al que
desea llegar, está bastante más allá. Ochenta millas más, por el de-
sierto. El reloj del tablero ahora marca 3:26. Adrián sigue dur-
miendo. Está debi!.
Pablo decide jugársela. En una hora y media más podrán llegar
a Truth or Consequences. La verdad o las consecuencias. Qué
nombre más extraño para un pueblo. La verdad o las consecuen-
cias. El dilema de siempre, a menos de 80"millas.
Pablo señaliza y toma el desvío. El pueblo está bajo un cerro y la
luna refleja el Río Grande que está en sus primeras etapas, lejos
de la frontera. Truth or Consequences sólo posee un semáforo,
128
pero no hay ningún auto circulando. Pablo llega al final del pue-
blo; hay un par de bombas de bencina. Se detiene en una y baja.
Conversa con un tipo indígena al que le falta un ojo. Pablo se en-
tera de algunas ¿esas. Anota la dirección que le recomendó.
-Adrián, despierta. Llegamos.
Adrián se incorpora.
-¿Dónde estamos?
-La verdad o las consecuencias.
-La verdad, claro. No hay donde perderse. No seas boludo.
Pablo despierta con el sol en la cara. Está transpirando. Dentro de
la barraca de metal el calor es global, paralizante. Pablo salta del
camarote superior y ve que Adrián continúa durmiendo. En el
camarote de enfrente un tipo muy flaco y muy rubio apesta a cal-
cetines sucios.
Pablo se pone sus jeans y sale al aire libre. El frío es montañoso
y el viento le corta la cara. El hostal se llama Ríverbend y da al río
y está sobre una napas subterráneas de aguas calientes. Pablo hue-
le el tocino y el humo del fuego. El hostal tiene varias barracas de
metal y una inmensa teepee que es una carpa de indios pintada a
todo color. Aliado del río, hay una gran terraza techada llena de
tinas y tinajas de madera envueltas en vapor.
Pablo baja al río. El paisaje le recuerda el Cajón del Maipo.
Y Siete Tazas. Siete Tazas le gustaba a Eisa.
Pablo siente que todo esto es demasiado adolescente y le decep-
ciona comprobar cómo Adrián se lo compra todo. A Pablo le
molesta no poder integrarse.
The Ríverbend Hostel es un oasis vaquero, un lugar de culto
entre europeos carentes de espacio vital. El hostal tiene caballos y
canoas y viejos cowboys a cargo, además de indios navajo y hopi.
A un par de millas de distancia, los dueños tienen un sitio en las
montañas donde hay una kiva y a la puesta de sol, todos participa-
ron en una ceremonia india. Esto se lo contó Adrián.
Pablo calcula que hay unos 25 europeos, todos rubios. La ma-
yoría son hombres. Hay noruegos, alemanes, suecos, daneses y
129
suizos. También hay un par de chicas holandesas que se ríen por
cualquier cosa. Los noruegos son tres y se parecen a los A-Ha.
Andan con pantalones de cuero y botas. Los daneses tienen barba
y el pelo a lo rasta. Son todos muy jóvenes, universitarios, y ha-
blan el inglés como lo pronuncian en MTV Europe.
Pablo abre una cerveza y se sienta alIado de la fogata que está
hecha de cemento y con asientos a su alrededor. El fuego se ve-
azul. Unos suecos insertan marshmallows en unos palos y los colo-
can en las llamas. Un tipo de anteojos guitarrea un tema de Dy-
lan. How does it jeel to be you on your own, with no direction known...
Pablo siente que el tipo de la guitarra no tiene idea lo que se sien-
te estar así.
Pablo se aburre y carnina hasta la terraza que humea por el va-
por. El cielo está saturado de estrellas. Adrián está desnudo y esti-
la agua. A pesar de lo raquitico que lo dejó el ataque, posee una
gran panza que es atravesada por una cicatriz de alguna vieja ope-
ración. Adrián está terminando de enrollar un pito junto a una de
las holandesas que también está desnuda y carga unos senos dema-
siado grandes y resbalosos. Dentro de las tinas hay una docena de
tipos y tipas sin ropa. Uno se levanta y cambia el cassette a algo
semejante a Morphine. Son muy delgados y lampiños y cuesta di-
ferenciar un chico de una chica. Adrián vuelve a ingresar a una
tina junto a la· holandesa. Adrián le dice a Pablo que se integre.
Pablo le da las gracias y sale a deambular por el pueblo.
La luz que permanece en la atmósfera tiene un tinte violeta. Pa-
blo está a punto de desnudarse, pero se da cuenta que una suiza lo
mira fijo. Pablo se deja sus calzoncillos e ingresa a la tina. Una de
las piernas de la suiza le roza, de casualidad, su pene. Ella se ríe y
le dice sorry. Adrián está en la del lado. Las tinas son más hondas
de lo que Pablo pensaba. Son como piscinas--de niños. No hay
música progresiva. De hecho, el único ruido es el agua que bur-
bujea.
-Preguntáme qué es lo que relativamente me salva.
-¿Qué es lo que relativamante te salva, Adrián Pereyra?
-Te lo digo, pero no se lo puedes contar a nadie.
130
-Se lo voy a decir a cada uno de los A-Ha. Y en noruego.
-Me da lo mismo lo que piensan los demás.
-Como quieras entonces.
-Eso. Ése ese! secreto. Si es que hay un secreto. Es no bancar-
te a los demás. Es olvidarse de ellos. Y de uno, che. No hay que
preocuparse de lo que uno mismo vaya a pensar de uno.
La suiza no ha dejado de mirar a Pablo e intenta comprender la
conversación.
-Am 1 missing something? -dice.
-Just trying to change the world -le responde Pablo.
La suiza se levanta y se encarga de que Pablo y Adrián se fijen
bien en su cuerpo. Después sale y se tapa con una toalla. Entre el
vapor, Pablo alcanza a divisar las estrellas.
-Estoy un poco mareado.
-Siento que floto.
-Así hay que vivir, Pablo. Flotando.
-No, hay que tener los pies en la tierra. Flotar es muy facil.
-Si no te la jugás es porque tenés temor.
-¿Temor?
-Temor. Lo que nos une, che.
Uno de los vaqueros toca una campana y pone una olla de po-
rotos sobre la fogata. Huele a barbacoa.
-¿Adrián?
-¿Qué?
-Averigüé por qué este pueblo se llama como se llama. Antes
no se llamaba así. Hubo un plebiscito y decidieron cambiarle el
nombre. Fue por un concurso de la televisión. Le pusieron
el nombre del programa. Partieron de nuevo.
-¿Por qué no hacés lo mismo?
-¿Cambiarme de nombre?
-Partir de nuevo.
Desde el cerro cae una brisa que arde y diluye todo el vapor
antes que emerja del agua. Pablo mira las constelaciones y busca
infructuosamente la cruZ del sur. Pablo cree que un grupo de es-
trellas forman una figura que se parece a un boomerang.
-Creo que me voy a quedar, Pablo.
131
-¿Aquí? ¿A vivir?
-Unos días. Después nos vamos air con Helga a Nueva Or-
leans. Mi pasaje es válido por dos meses más.
-¿Helga?
-La holandesa.
-¿Te has acostado con ella? . .
-No, pero lo hicimos parados. A orilla del río. Sobre una ple- .
dra. No sabés lo que fue. Es divina. Vos la has visto.
-Se supone que estás enfermo, Adrián.
-No tanto.
-¿Y Stephanie?
-¿Qué?
-¿Qué pasa con ella?
-Eso se acabó.
-Te recuperas rápido, veo.
-Si lo estuviera ¿crees que haría las cosas que hago? El que se
recuperó fue vos. Lo tuyo era puro miedo.
Pablo se queda en silencio. Por un instante no piensa, sólo ex-
periencia algo que no le interesa descrifrar. Pablo se sumerge en
el líquido caldeado. Mientras baja, abre los ojos pero sólo ve la
-efervescencia del agua agitada. Pablo continúa la inmersión; no se
detiene hasta tocar fondo. Lo que menos siente es miedo. Pablo
cree que podría acostumbrarse a vivir así: enfrentando la verdad,
asumiendo las consecuencias.
132
.."
EXTRAÑAS COSTUMBRES ORALES
Sergio Gómez
-Por favor, Kate -protestó la Duquesa Negra-,
ya sabes cuánto me desagradan esas palabras. Tetas.
Truman Capote, Plegarias atendidas
Flora subió al auto de Silvia.
-eharito se veía muy bien en su vestido de novia -fue lo pri-
mero que dijo abrochándose el cinturón.
-Estupenda Charito Peña -respondió Silvia, concentrado en la
geometría de las calles y en los automóviles que llevaba adelante.
-Si bajas por Pedro de Valdivia me puedes dejar en Eliodoro
Yáñez, en la casa de Victoriano -dijo Flora después de un silencio
incómodo.
-¿Entonces no vas a la fiesta de Charito? -preguntó Silvia.
-Aunque no lo creas, no estoy invitada. En el parte del matri-
monio sólo aparecía la ceremonia religiosa -suspiró antes de se-
guir-: Tampoco tenía muchas ganas de ir.
-Qué coincidencia, yo tampoco estoy invitado.
-Igual -se atrevió a rectificar Flora después de un momento-,
lo minimo que nos merecíamos los dos era su fiesta de matrimo-
nio. No sé, como un gesto. Aunque yo igual no iba a poder ir.
-Yo tampoco. No sirvo para las trasnochadas. -También Silvia
se permitió un momento de reflexión-: Tienes toda la razón,
Flora, es el gesto lo que importa.
133
.."
EXTRAÑANDO A DIEGO
Jaime Baily
1
El primer recuerdo que tengo de Diego es una vez, hace años,
que lo vi montando bicicleta por el malecón de Miraflores. Me
pareció un chico precioso. Si hubiese tenido una bicicleta a la
mano, lo hubiese perseguido.
Tiempo después lo vi en la tele. Le estaban haciendo una en-
trevista. Se veía lindo con su polo chorreado y su blue jean roto-
so. Era el perfecto-rockero-rebelde-que-odia-al-sistema. Tocaba
la guitarra en una banda llamada Los Zánganos. Iban a dar un
concierto ese fin de semana.
Aunque detesto los tumultos, fui al concierto. Grave error.
Había demasiada gente. Terminé aplastado entre un montón de
chiquillas histéricas que chillaban como locas. No pude ver a
Diego ni escuchar su música. Peor aún, cuando llegué a mi casa,
descubrí que me habían robado la billetera.
Pasé mucho tiempo sin verlo.
Una tarde fui al cine a ver una película francesa. Compré mi
entrada pero no me dejaron pasar porque había apagón. Me que-
dé en la puerta esperando a que volviese la luz. Ya me iba cuando
vi llegar a Diego. Se acercó a la boletería, le dijeron que la fun-
ción estaba suspendida y dijo gracias con una linda sonrisa. Lo se-
guí un par de cuadras. Subió a un vw blanco y se alejó.
Me moría de ganas de conocerlo.
223
Volví a verlo unos meses después, a la salida del teatro Británi-
co, en Miraflores. Estaba sentado en la puerta, conversando con
unas chicas. Blue jean, polo blanco, casaca de cuero: estaba guapí-
simo. Nos miramos. Sentí que se había fijado en nú. No me atre-
ví a hablarle.
Diré sin exagerar que Diego era un chico muy atractivo. Más
alto que bajo, robusto pero no demasiado, espaldas anchas y bra-
zos fornidos que sabían levantar pesas. Pelo corto, ojos grandes,
una sonrisa encantadora -cuando sonreía, ponia cara de niño.
Me gustaba verlo en la tele: Los Zánganos se disolvieron y
Diego comenzó a actuar en una telenovela. No me interesaba la
novela, sólo quería verlo a él. Solía aparecer en unos polos ajusta-
dos que revelaban su líndo cuerpo. Hacía el papel del chico pobre
(pero bueno) que se enamora de la chica rica (pero infelíz).
En poco tiempo, se hizo muy famoso. Era la estrella de la no-
vela. Las chicas de Lima se morían por él.
Una noche fui al teatro a ver una comedia en la que él actuaba.
Diego salió al escenario con el torso descubierto. Tenia un pecho
maravilloso -como para recostarse en él y echar la siesta ahi. N o
pude dejar de mirarlo. Era un dios. Parecía Brando (hace cuarenta
años).
También salia en una propaganda de blue jeans. Salia matador,
con un jean pegadito y el torso desnudo. Grabé la propaganda,
congelé la imagen y me la corrí. Manché la pantalla.
Alguien me contó que había visto a Diego en un gimnasio de
la calle Dasso. Fui al gimnasio y me inscribí por un mes. Iba todas
las tardes, sin falta, con la ilusión de conocerlo. Nunca lo encon-
tré. Por lo demás, tampoco había chicos interesantes. Todos eran
unos fortachones semioligofrénicos que querían ser como Stallo-
neo Cuando se cumplió el mes, abandoné el maldito gimnasio.
De vez en cuando, los periódicos de LimaJ'ublicaban entrevís-
tas a Diego. Así me enteré que sus padres'habían muerto en un
accidente aéreo, que tenia una enamorada que se llamaba Gabrie-
la y que le encantaba la música de Sting.
Un dia, mi día de suerte, me lo encontré en el Nirvana. Yo es-
taba con coca y medie borracho; él, con una chica muy bonita.
224
Bailaban, se reían, coqueteaban. Diego bailaba lindo. Lo seguí
con la mirada toda la noche. En un momento entró al baño. Me
metí yo también. Cuando estábamos orinando, uno al lado del
otro, me atrevÍ':--
-Hola.
Me miró. Sonrió. Él también parecía un poco borracho. Si-
guió orinando.
Me atreví de nuevo:
-Actúas de putamadre.
Me miró de nuevo. Sonrió:
-Gracias.
Se la miré. La tenía grande.
-Déjame tu teléfono -le dije.
Me miró a los ojos. Luego me miró ahí abajo.
-Apunta -dijo.
-No.tengo lapicero. Dime. Tengo buena memoria.
Me dio su número:
-Llámame.
-De todas maneras.
Se subió la bragueta y salió apurado.
Grabé el número en mi estragada memoria.
Lo llamé al día siguiente. Me contestó una voz de mujer. Casi
cuelgo. Me corté. Era su abuela. Vivía con ella.
Diego estuvo frío. Quedarnos en vernos en la cafetería de un
hotel de Miraflores.
Llegó puntual. Estaba lindo, muy bien vestido: saquito ma-
rrón, polo negro, jeans, Timberland impecables. Perfecto.
Tomamos cale. Estábamos nerviosos. Hablamos tonterías: la
tele, su novela, el teatro, la incomodidad de vívír con su abuela.
Pagué la cuenta.
Al salir, me preguntó si estaba en carro. Le dije que no. Se
ofreció:
-Te jalo.
-¿No te jode?
-Para nada.
Subimos a sU VW blanco. Un poco víejo, pero coqueto.
225
Me llevó a mi departamento. Manejó rápido.
Yo miraba sus manos. Preciosas manos.
Quería darle un beso. No me atrevía.
Degó a mi depa. Cuadró. Apagó el motor.
Subimos a mi depa. No bien entramos, nos besamos.
Sin decir una palabra, nos quitamos la ropa y me hizo el amor.
No se puso un condón. No me importó.
Fue la primera vez que Diego me hizo el amor. Yo tenía vein-
tidós años. Me dolió. Doré cuando él entraba por atrás, pero me
gustó.
II
Diego venía a mi departamento en las tardes, después de grabar la
telenovela.
No perdíamos tiempo. Cerraba las cortinas, nos quitábamos la
ropa y hacíamos el amor en mi cama.
Era él quien me hacía el amor a mi, nunca yo a él. Decía que
no le gustaba que se la metiesen. Sólo se la habían metido una vez
(un brasilero en Nueva York) y le había dolido como el carajo.
Nunca se ponía condón. Yo veía historias del sida en la tele,
pero me olvidaba de todo cuando él estaba desnudo frente a mí.
Después de hacer el amor conmigo, se daba una ducha rápida
y se iba apurado a la casa de su enamorada.
Nunca le pregunté si ella sabía que a él le gustaban los chicos.
Era obvio que no. Tampoco quería hacerle problemas.
Diego decía que quería ser un actor muy famoso. Brad Pitt era
su héroe. Además -decía, con una sonrisa coqueta- ¿no está chu-
rrisimo el Brad Pitt?
Un fin de semana me invitó a una fiesta. Fuimos juntos en su
carro. Cuando entramos a la casa, me encontré con todos los ac-
tores de su jodida telenovela. Me sentí incómo.c!o, fuera de lugar.
Después de tomar unos tragos, la gente se puso a cantar. Canta-
ban tonterías. Yo detesto a la gente que se toma dos cervezas, saca
una guitarra y se pone a cantar valsecitos. Fui a la cocina con el
pretexto de servirme una Coca-Cola y me largué por la puerta
trasera. Como dicen en Lima: abran su pan, huevones.
226
Al dia siguiente llamé a Diego y le dije que sus amigos actores
eran unos grandisimos cojudos. Se molestó:
-Eres una señorita, Felipe. Me hiciste una escena.
Le colgué.'"
Leyendo los periódicos me enteré de que Diego estaba salien-
do con una venezolana que actuaba en la novela. Se llamaba Ca-
rolina. Era rubia y se ponía toneladas de maquillaje. Se veían ridí-
culos abrazados en esa foto del periódico. Diego tenía una sonrisa
demasiado falsa. Era obvio que ella no le gustaba un carajo, que
todo era pura pose para cuidar la imagen.
Una de esas noches que todo Lima jala coca hasta el amanecer,
me encontré con Diego en el Nirvana. Él estaba con dos o tres
amigas. Me las presentó. Una de ellas me gustó mucho. Le invité
un trago, la saqué a bailar, me dijo su nombre: Irene. Bailamos
juntos un buen rato. Diego también bailaba por ahí cerca, putísi-
mo. Yo ni lo miraba, castigador. Irene era muy guapa y miraba
fuerte. Estaba con tragos, como yo. Le dije para ir un rato a mi
depa. No se hizo la estrecha. Atracó facil. Terminamos en mi
cama, desnudos. Hicimos el amor, ella encima mío, yo con con-
dón. No estuvo mal. Nos vestimos en silencio. Cuando bajamos a
la calle, Diego estaba en la puerta, sentado en su carro, esperándo-
nos con cara de perro: Irene no tenía carro y él tenía que llevarla
de regreso a La Planicie.
Coño, qué escena.
Al menos Irene puso cara de hemos cachado riquísimo, sorry
por la demora. Gracias, guapa.
Diego se resintió conmigo por levantarme a su amiga. Me lla-
mó y me dijo que era un manipulador, que Irene era una chiqui-
lla inocente, que había abusado de ella.
-Huevadas -le dije-. Irene sabe lo que quiere, Diego. Lo que
pasa es que estás celoso porque no te di bola en el Nirvana.
Me mandó a la mierda.
-Eres un inmaduro -me dijo.
Me cagué de risa.
Un tiempo después me llamó por teléfono, me habló horrores
de Carolina, su venezolana, y me dijo para vernos. Era temprano.
227
Nos encontramos en un café de la calle 2 de mayo. Tomamos de-
sayuno. Me contó que había mandado al carajo a Carolina y que
estaba saliendo de nuevo con Gabriela, su hembrita de toda la
vida. También me contó que no había podido tirarse a la tal Ca-
rolina. Por primera vez en su vida, había querido cacharse a una
chica y no se le había parado. El pobre había quedado traumado.
Ya estaba más tranquilo porque con Gabriela sí había funcionado
perfecto.
Me dio gusto verlo. Le dije para ir un rato a mi depa. Termi-
namos metidos en la ducha, masturbándonos con jabón -después,
el inevitable ardor.
Tenía que ocurrir. Lima (o las pocas calles que mis amigos y yo
llamamos Lima) es demasiado chica: fui una tarde al 4D a comer
esos deliciosos helados de chocolate y me encontré con Diego y
Gabriela. Linda chica la Gabriela. Alta, flaca, ojazos como cara-
melos, cuerpo de modelo. Diego se cortó un poco. Yo también.
Ella, ni cuenta, con una sonrisa muy inocente. Los saludé de paso
nomás y me fui con mi barquillo de chocolate.
Me los encontré otra noche en el Nirvana. Gabrielita estaba
embalada. Mucho ron con Coca-Cola, preciosa. La chiquilla esta-
ba de lo más cariñosa conmigo. Yo le miraba las tetitas con ganas
y Diego me miraba con cara de perro rabioso. Tranquilo, nene,
yo respeto la propiedad privada.
Por supuesto, terminé bailando con Gabrielita. Bailaba riquísi-
mo, súper relajada. Diego estaba hecho una pinga conmigo. Le
dejé a su Gabrielita y fui al baño a meterme un par de tiros. Die-
go no jalaba coca porque decía que eso jodía la memoria y él te-
nía que cuidarse la memoria para acordarse de las cojudeces que
decía en la novela. Como yo estaba durazo por la coca, le dije una
huevada a Gabrielita. Estaba tan atrevida y jugadora que me pro-
vocó decirle: /
-¿Sabes lo que dice Madonna? Que sól;le interesan los hom-
bres que han sentido la lengua de otro hombre en su boca.
La rica Gabrielita puso cara de asco:
-Esa Madonna es una degenerada. Te apuesto que ella fue la
que comenzó el sida.
228
Diego ya no ·me llamaba ni venía en las tardes a meterse a mi ca-
ma. Lo extrañaba. Lo llamé. Me contestó su abuela -pero qué chu-
cha, puse voz de muy hombre. Al ratito Diego se puso al teléfono.
-¿Cuándo vienes a verme, ingrato? -le dije.
Tosió, bajó la voz.
-No me llames más -dijo-o No puedo estar con Gabriela y
contigo.
Entendí. Me sentí pésimo. Los chicos más guapos de Lima son
así, siempre se van con un mujerón. Y uno se queda solo, lloran-
do sus penas.
Al poco tiempo me harté de Lima, me fui a Miami y alquilé
un depa en Key Biscayne.
Me sentía muy solo. Iba a las discotecas gays de South Beach y
a veces me levantaba a algún fortachón, pero, la verdad, extrañaba
a Diego.
Por eso lo llamé una noche y le pedí que viniera a verme. Pro-
metió que iba a visitarme pronto, cuando terminase su temporada
en el teatro.
Vino a verme en julio, un mes maldito en Miami porque hace
un calor que te derrites. Lo recogí en el aeropuerto. Fue gracioso:
llegó con un sombrerito de paja de lo más coqueto. Parecía un
cantante de salsa caribeño.
Lo primero que hicimos al llegar a mi depa fue quitarnos la
ropa y tirarnos en la cama. No quiso metérmela. No tenía con-
dones y le daba miedo el sida. Sentí el golpe. Le dije que no esta-
ba infectado, pero igual se mantuvo afuera, castigador. .
En venganza, me negué a chupársela.
No sé si he dicho ya que Diego tenía la pinga más bonita que
he visto en mi vida. Grande, risueña, presta para la acción.
Como él estaba obsesionado con el sida, lo llevé al Mount Si-
nai y nos sacaron sangre y dos dias después nos dijeron negativo.
Festejamos con un gran almuerzo en el Larios, el restaurante de
los Estefan en Ocean Drive. Luego hicimos el amor sin condón.
No volvió a ocurrir. Diego se quedó una semana en mi depa y
sólo hicimos el amor esa tarde después de recoger los resultados
del hospital.
229
Pasábamos los días en la playa de arena limpia y mar como ja-
cuzzi, quieto y tibiecito. Diego se puso negrísimo (y guapísimo)
en tres días. Lo más rico de todo era ducharnos juntos después de
la playa. Terminábamos tan relajados que hos dormiamos tempra-
no, antes de Letterman (raro, porque yo soy fiel a Letterman; eso
sí, me pones Jay Leno y me duermo en tres minutos).
Una tarde, arrodíllados en el mar, nos bajamos la ropa de baño
y nos la corrimos ahí, cara a cara, mirándonos. Fue"una delicia ver
a Diego viniéndose en las aguas cálidas de Key Biscayne.
Diego me hablaba mucho de sus padres. Los quería un mon-
tón. El accidente había sido horrible. Habían viajado a Machu
Picchu con unos amigos millonarios: mal tiempo, un piloto inex-
perto y la avioneta, a tierra. Le daba pena que su viejo no lo hu-
biese visto triunfar como actor. Se acordaba de un viaje familiar
que hicieron a Disney. Decía que su viejo lo adoraba, le compra-
ba todo lo que él pidíese.
Entretanto, el muchacho tragaba. Me exigía que lo llevase a
lugares tan detestables como McDonald's y Burger King. Comia
esas hamburguesas gígantescas que, si sumas todo el colesterol que
te ponen encima, te quitan como dos años de vida -no discuta-
mos, cariño: está probado. Después se metía unos cagues asesinos
que me dejaban el depa oliendo a mil demonios. Yo tenia que pa-
searme discretamente con mi aerosol perfumado, mientras el muy
conchudo se echaba a ver bobadas en la tele.
Un día lo llevé al cine y vimos Truth or Dare, el documental
sobre Madonna. Nos encantó. A la salida, le pregunté si le gusta-
ría hacer el amor con Gabriela y conmigo, juntos los tres.
-Ni cagando -me dijo.
No sé por qué, se molestó conmigo. Me dijo que Gabriela era
una chiquilla sanisima, de su casa, que yo era un degenerado, que
cómo se me ocurría una huevada así. Pero en la noche, mientras
me la corría, él mordiéndome el cuello, yo de espaldas a él, me
confesó las cosas que hacía con ella:
-Sólo me la chupa cuando está borracha. Me arrecha meterle
el dedo al poto, chuparle el potito. Quiero tirármela por el poto,
pero no se deja. Sólo deja que le meta el dedo.
230
La di, pensado en ellos.
Una noche tarde, después de Letterman, le leí un cuento que
había escrito en Madrid. Era una historia gayo Creo que le gustó.
Me dijo que siguiera escribiendo, pero que nunca publicase esas
cosas: sería un escándalo del carajo, Felipe, todo Lima te odiaría,
tu familia no te hablaría más.
Todo estuvo de putamadre hasta que Diego la cagó. Metió la
pata dos veces. Yo me molesté y lo mandé al carájo.
La primera traición: descubrí que estaba llamando a Gabriela
sin decirme nada.
Una mañana bajé a la piscina y, como me había olvidado el
bronceador, regresé y encontré al pendejo de Diego muy roman-
ticón hablando por teléfono con Gabriela. Esperé pacientemente
a que colgasen y le dije que era una frescura llamarla de mi depa
sin decirme una palabra. Me dijo que no me había dicho nada
porque al final iba a pagar sus llamadas. No le creí. Le pregunté
cuántas llamadas había hecho. Varias. No se acordaba. Le hice una
escena. Llamé a la compañía de teléfonos y me dijeron que de mi
casa habían llamado seis veces al número de Gabrielita en los últi-
mos días. Pregunté cuánto sumaban las llamadas. 200 y pico de
dólares. Le pedí a Diego que me diese la plata. Me la dio a la
mala, haciéndose el ofendido. Ese día me lo pasé en la piscina y él
en la playa, sin hablarnos. En la noche durmió en el sora cama. Al
día siguiente le pedí disculpas por la escena pero ya las cosas se ha-
bíanjodido un poco.
La segunda traición: en venganza, Diego llamó a unos. amigos
peruanos y, en la noche, se fue con ellos a una discoteca gay en
Fort Lauderdale.
Me dolió. Ni siquiera me invitó. Se puso lindo, un pantalón
ajustadito y un polo matador, y me dejó viuda, en piyama, viendo
a mi Letterman. Malo. Canalla.
Cuando regresó, ni me saludó. Se tiró en calzoncillos en el
sora cama. Yo me acerqué, le di besito en la frente, le sonreí, le
ofrecí heladitos de chocolate, le pregunté qué tal con sus amigos
gays. Me contó que se había divertido un montón. Traté de chu-
pársela pero me dijo que estaba muy cansado. Insisrí, frotándole la
231
cosa, pero sacó mi mano de ahí y me dijo estoy hecho leña, Feli-
pe, ándate a dormir.
No le perdoné que me dejase así, con la miel en los labios.
A la mañana siguiente sali a correr por la playa y, al regreso, le
dije que mejor se iba de mi depa, que eso de alojarse conmigo y
salir a putear con sus amigas locazas era ya demasiada concha.
Tremenda escena.
Diego me dijo que era un celoso y un tal por cual, que había
sido un estúpido en venir a visitarme, que para qué chucha lo in-
vitaba a mi depa si después lo iba a chotear así, sin asco.
Yo, callado, muy digno, señalando la puerta: si no puedo chu-
pártela, no hay sitio para ti en mi casa, cariño.
El pobre hizo maletas y se fue a casa de sus amigos gays, unos
peruanos que vivían en Brickell avenue. Se fue en un taxi. Antes
de irse, me pidió que le devolviese los calzoncillos Calvin IGein
que me había regalado. Se los devolví.
Cuando se fue, me puse a llorar.
¿Por qué siempre me peleo con los chicos que más quiero?
Para colmo de males, esa noche fui solo a bailar al Warsaw y
me encontré con Diego y sus amiguitos de Brickell Avenue y el
puto ni siquiera me saludó y se pasó la noche bailando sin polo y
mirando a todos menos a mi.
Desgraciado, te odio, cuando vaya a la bruja en Lima te voy a
hacer mal de ojo.
Terminé llorando en mi carro de regreso a Key Biscayne.
Diego regresó a Lima y no supe de él un buen tiempo.
III
No aguanté Miami. Me harté del calor y los mosquitos y el aíre
acondicionado y las horas eternas que te pasas metido en un carro.
Regresé a Lima, la ciudad donde nací. Lima es un sitio ko y
peligroso pero al menos tiene un clima ~  
Me armé de valor y llamé a Diego. Grande fue mi sorpresa
cuando su abuela me dijo que él ya no vivía ahí, que se había mu-
dado. Le pedí el nuevo teléfono de Diego, pero la anciana me dijo
que no lo tenía. Vieja arpía. No le creí.
232
Me propuse dar con él. Iba al Nirvana, al 4D, al gimnasio de
Dasso, pero nada, el chico se había esfumado.
Un día estaba manejando por Camino Real cuando lo vi pasar
en un Toyota negro. Iba rápido, moviendo la cabeza como si estu-
viese cantando. Aceleré. Lo seguí. Creo que no se dio cuenta de
que lo estaba siguiendo. Iba demasiado distraído. Seguro que ha-
bía fumado un buen troncho.
De pronto bajó la velocidad y se metió a la cochera de un edi-
ficio nuevo en el malecón de Miraflores. Entró como dueño,
apretando el botón de su control remoto y levantando así la puer-
ta de madera. Era obvio que vivía allí.
Bingo: ya sé dónde vives, guapo.
Es que Lima tiene eso de bueno (y de malo), que te cruzas con
todo el mundo aunque no quieras.
Esa misma noche regresé al edificio del malecón, toqué el tim-
bre y hablé con el portero.
Le pregunté el número del departamento de Diego. No quiso
dármelo. Me dijo que estaba prohibido. Entendi.
Escribí una nota y se la di. Le pedi por favor que no olvidase
dársela a Diego. Ya, ya, me dijo, como se estuviera harto de las
notitas romanticonas para el galán de arriba.
Diego se tomó un par de días, castigador, pero finalmente me
llamó. Le dije que tenía ganas de verlo. Me dijo para vernos en su
depa, esa noche.
Me vestí bonito. Me afeité, me puse una colonia decente y,
por si acaso, metí un par de condones en la billetera -siempre he
sido un optimista, sobre todo cuando me siento óptimo.
Diego me recibió con un abrazo. Estaba churrísimo. Recién
salido de la ducha. Sin zapatos. Un polo que decía Soho y un bo-
xer Gap. Me sentí overdressed a su lado.
Fue riquísimo abrazarlo de nuevo, sentir sus brazos de pesista.
El depa estaba de lo más coqueto. Todo alfombrado, pocos
muebles, un sombrero por acá, una palmerita por allá, las inevita-
bles fotos de Marilyn, los afiches de teatro.
No se habló de la pelea .en Miami. Tema tabú. Mejor dejarlo
en el olvido.
233
Me contó, sin ahorrarse detalles, sus éxitos en Lima. Teatro,
cine, televisión: todo lo que hacía era bien acogido por e! públi-
co. Tenía eso que algunos llaman ángel. Era muy sexy y tenía ki-
los de talento para actuar.
Por lo demás, ese boxer Gap me estaba matando. Era obvio
que no tenía nada abajo -mejor dicho, tenía algo que me intere-
saba sobremanera.
Atrás, acompañando rico, REM.
Diego iba y venía de la cocina. Traía papitas fritas, Coca-Cola,
quesos importados. Poco a poco. Todo muy cool, mientras íba-
mos hablando.
En un momento fui al baño. Me miré en e! espejo. Me dije:
admite!o, te gusta, no puedes evitarlo.
Pasó lo que tenía que ocurrir: me acerqué a él, lo abracé, le
di un beso en la boca. Se dejó, pero luego me miró y me dijo
mejor no.
-¿Por qué? ¿Ya no te gusto?
-No puedo hacerle esto a Gabriela.
-¿Sigues con ella?
-Ajá.
-Comprendo.
Silencio. Fui a la ventana. El mar negro, e! morro, la cruz ilu-
minada que hicieron cuando vino e! Papa. Linda vista. Cuando
me voy de Lima, ésa es la imagen que más extraño.
-Me voy yendo.
Me acompañó a la puerta, me abrazó fuerte, me deseó suerte.
No debí hacerlo, pero cuando nos abrazamos, le besé e! cuello
-me provocó demasiado.
En e! ascensor, fue inevitable pensar: e! cabrón sólo quería en-
señarme su depa de putamadre; ya no le gusto como antes; aún
no me perdona lo que le hice en Miami. /"
Odié a Diego, odié a Gabrie!a, me odié.
Juré no verlo más.
Lo vi al poco tiempo, en e! matrimonio de Enrique Miranda,
un amigo de la universidad. No me imaginé que me lo iba a en-
contrar ahí.
234
(
Yo estaba borracho. Me había tomado todo e! champagne que
pasaba a mi lado. Y se me habían caído dos copas. No sé por qué,
esa noche se me caían las copas.
Nos saludaIhos de paso, un apretón de manos, qué tal, Nico,
hola, Felipe. Muy machitos los dos. Como para que nadie sospe-
chase.
Diego estaba elegantísimo en un terno azul oscuro que su
mamá acababa de traerle de Bal Harbour. Parecía e! novio. Y se
paseaba de lo más straight con su Gabrielita bajo e! brazo, como
quien dice los próximos somos nosotros, chicos.
Diego y Gabrie!a bailaron como trompos. Yo me la pasé para-
do por ahí con cara de guachimán, bajándome un champán más.
Tan zampado estaba que me atreví a sacar a bailar a Gabrie!a.
Bailamos un merengue de Juan Luis Guerra. Hice lo que pude.
Ella se movió como una leona. Pensé: si cacha como baila, es una
fiera.
Cuando fui al baño a orinar, sentí que Diego me siguió. Se
metió al baño conmigo. Nadie nos vio.
Lo miré a los ojos. Le brillaban. Sonreía como un chiquillo.
Estaba tan borracho como yo. Ese champagne era una delicia
pero se te subía demasiado rápido.
No me dijo nada. Me besó fuerte en la boca. Me metió tanto
la lengua que casi me asfixio. Me puso una mano atrás. Acarició
rico. Dijo:
-Tengo que dejar a Gabriela en su casa antes de las dos. Ven a
mi depa a las dos y pico. Te espero.
Me besó de nuevo y salió.
Me quedé tan aturdido que tuve que mojarme la cara con agua
fría para sentir que sí, que era verdad, Diego todavía me tenía ga-
nas. Después corrí a tomarme otro champancito -para festejar,· di-
gamos.
Nunca fui tan puntual como esa noche.
A las dos y diez de la mañana, ya estaba tocándole el timbre.
No, no, e! joven Diego aún no ha llegado. Lo esperé ene! carro.
Llegó al poco rato, corriendo, haciendo chillar las llantas en las
curvas de! malecón. Cuadró afuera. Bajé. Sonreímos. Entramos
235
juntos, los dos en saco y corbata. En el ascensor me miró y pasó
una mano por mi cara:
-Estás lindo.
-Tú también.
Prendió las luces del depa. Se quitó el saco, la corbata. Entra-
mos a su cuarto. Nos desnudamos. Cogió la foto de Gabriela que
tenía sobre su mesa de noche y la metió al cajón.
-No debería hacer esto -dijo.
Estaba calato frente a mí.
-Huevadas -le dije-. Uno hace lo que tiene que hacer.
Hicimos el amor. Sin condón.
Después, se quedó dormido como un niño. Me vestí despacio,
sin hacer ruido, y me marché -no sin antes coger los discos de
Morrissey que le había prestado y que el muy descarado no me
había devuelto. Chau, precioso. Sueña conmigo.
Pasaron los dias.
Diego tenía mi teléfono pero no me llamaba. Y me daba no
sé qué llamarlo siempre yo.
Lo llamé por su cumpleaños, el 10 de octubre. Me dijo que iba
a salir a comer con Gabriela. Entendi que no había sitio para mí.
-Nunca me llamas -me quejé.
-Ando corriendo todo el dia -se disculpó-. A ver si el fin de
semana nos vemos.
Pasé por su edificio y le dejé una corbata Armani de regalo. Se
la dejé con el portero. (Hasta hoy no sé si el tipo se la dio O se la
robó, porque Diego nunca llamó a agradecerme. Es que él era así,
sentía que se lo merecía todo. Por algo era actor: tenía un ego de
este tamaño.)
Por supuesto, llegó el fin de semana y no me llamó. Así que lo
llamé yo, resentidisimo, y le dejé un mensaje en su grabadora:
-Te extraño. Necesito verte. Por favor llámame. Quiero saber
si me quieres o si conmigo también estás actuando. Un beso.
Chau.
No se lo dije con mala intención. Me salió así.
Ahora reconozco que fui un imbécil: no pensé que ella podia
escuchar el mensaje.
236
(
I
i
Parece ser que Diego y Gabriela regresaron de no sé qué playa
y ella apretó el botón de la grabadora y escuchó mi mensaje y se
armó una escena del carajo: qué es eso de lo nuestro, Diego, qué
se cree este m ~ í   ó n de Felipe para mandarte un beso.
Conociendo a Diego, estoy seguro de que lo negó todo. Habrá
dicho: lo que pasa es que Felipe es cabro y se muere por mí, pero yo
ya estoy harto de él y no sé cómo sacármelo de encima, amorcito.
La cosa es que lo metí en un jodido problema al pobre Diego, .
tan buen actor y tan sexy y tan straight para que todo Lima lo
quiera más.
No me perdonó el atrevimiento. Vino a verme a mi depa esa
noche tarde. Yo estaba en piyama, tratando de escribir. Le abrí la
puerta. Entró gritando:
-Eres un huevón, Felipe, qué chucha te has creído para hacer-
me una cosa así.
Traté de calmarlo. Le ofrecí una Coca-Cola y/o un troncho.
Ni siquiera me contestó. Siguió puteándome:
-¿No entiendes que estoy con hembrita? ¿Cuándo vas a en-
tender que lo nuestro se acabó? ¿Cuándo vas a dejar de joderme?
¿No tienes orgullo?
Caminé a la ventana, vi los techos de Miraflores, me dije no
llores, Felipe, sé hombre.
Siguió gritándome, diciéndome que lo dejase tranquilo, que
iba a arruinar su carrera de actor si la gente se enteraba' de lo
nuestro.
-Se van a enterar si sigues gritando como un energúmeno -le
dije.
-Me vuelves loco -me dijo él, agarrándose la cabeza, como si
le doliese.
Nos quedamos callados un rato. Él caminaba de un lado a otro,
nervioso. Yo sentía que quería pegarme.
-Lo que pasa es que ya no te gusto como antes -le dije.
Se me acercó, me miró feo:
-¿Eso quieres que te diga? Sí, pues: ya no me gustas comoan-
tes. Es más: nunca me gustaste demasiado. No eres gran cosa en la
cama, Felipe. Prefiero mil veces a Gabriela.
237
Fue la última traición.
-Sal de mi casa -le dije.
-Perfecto, me voy -dijo él-. Sólo te pido una cosa: no me lla-
mes más. ¿OK? No quiero verte más.
-Sal de una vez, por favor.
Tiró la puerta. Lo vi subir a su Toyota negro y arrancar rápido,
con rabia.
No volvi a llamarlo. Él tampoco a mi.
Nos hemos cruzado un par de veces (en Lima es inevitable)
pero ya no nos saludamos.
Cuando estoy cambiando de canales y me lo encuentro en la
tele, sigo pasando. Y su propaganda de blue jeans que tenía graba-
da en video, ya la borré.
Sin embargo, a veces todavía me masturbo pensando en él.
238
URUGUAY
239

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