San Diego

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impressions before the statue representing the Alfred Eisenstaedt's Photo the "inconditional surrender" in san diego.

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San Diego (CA)
Ángel Rumbo Arcay 30/8/2008

Son las cuatro de la tarde y andamos lentamente disfrutando el paseo marítimo de
la bahía de San Diego.
Frente a mí el USS Midway , una estela con las 47 hazañas bélicas del portaviones
en el Pacífico, un monolito negro con los nombres de los soldados que dejaron su
vida en Okinawa y -¡oh milagro del arte!- El rendimiento incondicional de ocho
metros de altura, reproducción de la foto de Alfred Eisenstaedt en la que un marino
victorioso da un beso de tornillo a una enfermera neoyorquina. Absorto, me deleito
con la genial escultura.
En el extremo del muelle me siento en una caja de bronce como estatua viviente
contemplando a un Bob Hope jovial ante un micrófono animando a las tropas del
Pacífico.
Pasa un papá y le dice a su hijo, refiriéndose a mí: mira este personaje está vivo.
Los que parecen vivos de verdad son los bronces de los jóvenes soldados y
enfermeras con una sonrisa reflejando fielmente el entusiasmo del norteamericano
frente a la vida.
Atrás, unos jovencísimos orientales intentan, debajo de la estatua del rendimiento
incondicional, entre risas burlescas, ver la ropa interior de la enfermera neoyorquina
gigante. ¡Pesados! Pienso yo, no paran de reír haciendo burla de las esculturas.
Ahora se acercan al grupo escultórico de Bob Hope y se ponen entre ellos
haciéndose mil fotos. Yo estoy todavía sentado sobre la caja de bronce.
La jovencita más maleducada se pone al lado de uno de los soldados americanos
de bronce y de puntillas le da un beso al soldado
Anderson que queda retratado en la Nikon de su amigo. Ahora, carnaval de risas
burlescas, se sitúa al lado de otro soldado de bronce apoyado en dos muletas, y
recoge su pierna derecha burlándose del soldado sin pierna Smith. Bronce y todo
esto no se puede tolerar: Smith, ni corto ni perezoso levanta su brazo de bronce y
apoyándose en la pierna que le queda le asesta un muletazo sonoro al culito
perfectamente redondo de la oriental maleducada al tiempo que mueve sus labios
de bronce para decir:
«Insolente, esta pierna la he dejando luchando para liberar tu país del fascismo».
Me quedo mudo de incredulidad pero lo cuento estrictamente como lo han visto
estos ojos mortales.

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